
Hoy vi el amanecer de principio a fin. Tras una noche intensa, una espera memorable en una banca de metal y un trayecto de risas llegué a casa. Cansada, a medias. De repente la portada del diario de hoy, que había comprado hace unos pasos, y el pie de foto. "Un Cervantes mexicano y mendicante". Ya no pude dormir. Tuve que leerlo todo, lo del diario y lo demás, mientras el cielo se hacía azul clarito clarito. Luego me vinieron los flashasos de la memoria y el Por alto que esté el cielo en el mundo, por hondo que sea el mar profundo... y los versos dolorosos y los felices. Porque es un mito José Emilio Pacheco que, como algunos otros mitos mexicanos, puedo palpar todos los días.
Yo fui una de los tantos que lo conocimos en la secundaria, cuando Las batallas en el desierto era el libro obligado. No sé si haya un libro más masivo en México escrito por un grande. Lo he leído unas cinco veces, casi todas de una sentada. Luego conocí la poesía, que todavía no alcanzo a dilucidar. Recuerdo mi enternecimiento cuando leí por primera vez Alta traición, porque decía más que muchas de las odas de páginas y páginas escritas para México. Y lo primero que hice después de leer El reposo del fuego fue arrancar una hoja de cuaderno -de la universidad, por entonces-, escribirlo ahí a toda prisa y guardar el papel muy bien en una bolsa que quería tener a la mano todos los días de mi vida, para que cuando encontrara a la persona correcta le entregara el sentido regalo en las manos, y lo viera leerlo y respirar profundo y largo, como yo lo hice. Todavía no encuentro a esa persona. El regalo está en mi cuarto, donde sigue esperando llegar un año de estos a las manos correctas. Y hasta me duele recordar cuando pinté con un plumón negro en una de las paredes de mi cuarto el ¿Quién ordenó todo esto? Aquí, aquí batallón Olimpia. Mi madre irrumpió en mi espacio para decirme que eso ya parecía una cárcel, que yo y mis frasesitas de Cortázar y de Vila-Matas y ahora de Pacheco. Le ofrecí el libro, se sentó en mi cama con colcha amarilla y dos minutos después ya estaba llorando, y me hizo llorar a mí, porque en mi casa siempre me enseñaron, desde el inicio de mis tiempos, que hay indignaciones que no caducan, que no pueden caducar. Quizá por ese mismo sentimiento Pacheco recopiló frases de lo vivido en 1968 y creó poesía de una tragedia 10 años después. Sólo él pudo hacer versos de donde había sangre.
Por eso no me sorprendió cuando llegué a la Facultad de Filosofía y todos hablaban de él como si hablaran de un dios. Ninguno de mis grandres profesores era capaz de reprocharle nada, ni siquiera una línea, como a otros grandes, porque se sabe que es uno de los pilares del México literario, desde la creación, sí, pero también desde el análisis, desde la crítica, desde la traducción. Ahora que vino a España a decir que escribe "porque le ocurre algo", que es "uno más" entre los escritores del idioma y que no es ni el mejor poeta de su barrio, porque su vecino es Juan Gelman, que se lamenta por la enfermedad de Monsiváis, que el dinero del premio lo ocupará en cuidados médicos, que su única riqueza es la lengua y que todos los escritores son de una orden mendicante, pienso que la lección más grande que Pacheco nos ha dado no es literaria, es de vida, de humildad, de esa grandeza que nos advierte de la falsedad de los oropeles sin valor que nos encontramos en cada esquina, lo mismo en Madrid que en la Ciudad de México o en donde sea.
Ya amaneció. No sé por qué tengo remordimiento, quizá porque sé que en lugar de estar en la marcha debía estar atenta a esto, a nada más. Puede que regrese el insomnio. No hay mejor formar que iniciar un día con Pacheco en la cabeza. Hace exactamente una semana estaba sentada en una barra de cafetería de Granada hojeando el diario. De repente me encontré con Juan Gelman, y ahora no puede ir mejor: "Escribir poesía es abrirse camino en uno mismo". Definitivamente Pacheco es uno de los que tienen más surcos labrados. El mundo sería mejor si todos fuéramos aunque sea un poquito con él.
Tal vez la memoria inventa lo que evoca y la imaginación ilumina la densa cotidianeidad.
J.E.P., ayer, al recibir el Premio Cervantes.
J.E.P., ayer, al recibir el Premio Cervantes.
Jésica...
No sabes cómo me gustó leerte hoy.
Me gusta por cómo escribes, pero también por cómo te describes cuando lo haces.
Hasta aquí puedo ver tus ojos sonriendo.
Qué gusto!
Olivia P.
Anónimo
24 de abril de 2010, 19:05¡Oli! ¡Qué gusto saber de ti! Leí tu correo hace unas horas. Tengo algunas preguntas para ti. Un gran abrazo.
Jex
5 de mayo de 2010, 8:28