Cicatrices
Gracias a Krauze... ESTHER SELIGSON Cicatrices
in memoriam Simone Boué
En la memoria del cuerpo ¿habrán de terminar, una sobre otra, en una tumba única, las cicatrices de cuanto amante fue enterrado? | |
Jugábamos a ver quién dejaba en el otro las cicatrices más abyectas. Toda penetración deja una cicatriz que a fuerza de entrega se va pudriendo. Por las cicatrices de la memoria se cuelan las heridas del olvido. En general los errantes contaminamos con el olor de nuestras Trasterrado: el que siembra en sus cicatrices de antaño heridas presentes y futuras que nunca cicatrizarán. Gracias a Adán y a Eva el Conocimiento es una cicatriz imborrable, insondable, insuturable... unaphilo-sophia, en suma. No son los recuerdos, el dolor, la alegría, quienes van tatuando en el rostro sus cicatrices, sino el misterio de la vida, su diario transcurrir. En la furia contra la madre nace nuestra primera cicatriz. En los celos hacia el padre, la segunda. Cioraniana: la cicatriz del nacimiento no tiene cura. Qué hondas las grietas de la tierra, las simas de la vida, las cicatrices del tiempo. La primera cicatriz es la que provocamos en el cuerpo materno. En realidad es la única: sus labios sólo se cierran con su muerte. Por más lisitas que estén, el miedo también enchina a las cicatrices. Los sueños de Poder desbordan cualquier cicatriz, por metafísica que sea. Toda ciudad lleva en su trazo vestigios de alguna cicatriz infestada de patrióticos gusanos, larvas fanáticas, huevecillos purulentos de tantas texturas como ciudadanos la habitan. La cicatriz de Dios está en nuestra muerte. La cicatriz que el suicida le inflige a la vida borbotea pus eternamente. También podría hablar de la cicatriz que el artista se afana en ahondar, en cavar y esculpir en su propia carne. Lugar común: "las cicatrices que el amor deja en el alma". Canción de cuna: cría hijos y crearás cicatrices. Jabesiana: ¿y qué decir de las cicatrices que la escritura abre en la página blanca? Poco a poco, dicen, hila la vieja el copo; con las cicatrices, digo, de su juventud perdida. Dime dónde tienes tus cicatrices y te diré quién eres. Anda, sí, ve y consulta tu carta astral: conocerás tus cicatrices. La cicatriz más desesperada es la que se niega a reconciliarse consigo misma. La vida es una interminable sucesión de heridas –es decir de decisiones– que a veces no cicatrizan, sobre todo cuando alguna se queda pendiente del "y si hubiera"... Las religiones nada tienen que ver con el diálogo íntimo entre lo humano y lo divino. En el cine apapacho mis cicatrices. El teatro quiero que me las abra en toda su magnitud. Hay amores que le descubren a uno cicatrices cuya existencia se ignoraba por completo. Traicionarse a uno mismo provoca heridas que jamás harán cicatriz. La cicatriz es a la culpa lo que la tumba al cuerpo expuesto. Ahí donde temes ser destruido y avasallado está tu cicatriz más sensible. Las heridas de un corazón mezquino no forman cicatrices. Cuenta el mito que al castrar Saturno a Urano tres gotas de su sangre dejaron tres cicatrices en la tierra: envidia, venganza y necedad. La costumbre de contraponer la eternidad de Dios a la infinitud del hombre. La palabra, dicen, es lo que nos distingue de los animales. En relación a los afectos en general, y al amor en particular, aún albergo una duda: ¿por qué si soy un ser de absolutos siempre termino por aceptar migajas? Rehúso acomodar mis heridas y apasionamientos en la cicatriz de la Indiferencia. –¿Por qué te tomas todo tan a pecho? Si como es arriba es abajo, nuestra imagen y semejanza divina es sencillamente la cicatriz que le quedó al UNO cuando, al contraerse en Su Vacío, generó –a través del Dos y del Tres– las "miriadas de creaturas y de formas". El monoteísmo es un malentendido. Es como pretender reducir la multiplicidad de nuestras heridas a una única cicatriz, queloide por añadidura, cuando que la perfección deELUNOENSIMISMO no se pierde en el desbordamiento y despliegue de Su Creación. El silencio de Dios se vuelve tangible en cuanto se absorben las puntadas que suturan la cicatriz de Su Presencia. Se habla de "el sentido" de la vida. Sí, la dirección va siempre, como en los ríos, en el sentido en que fluyen las heridas hacia la oceánica cicatriz del perdón. ¿Para qué maquillas tus cicatrices si de cualquier modo su gruir te quita el sueño? ¿No serán las estrellas cicatrices de las lágrimas que Dios derrama ante el desastre de Su Creación? El sueño es ese vehículo providencial que nos permite circular por nuestras más recónditas cicatrices sin restricción alguna. Para las heridas que va sajando la cotidianeidad, reencarnación, karma, eternidad del alma, resultan promesas de cicatrización a demasiado largo plazo. La mediocridad es un páramo sin heridas ni cicatrices. Es más: ni siquiera genera espejismos. El melancólico repasa sus cicatrices como el piadoso las cuentas de su rosario. El camino de perfección transita por entre los 22 Arcanos Mayores, 22 senderos que van abriendo sus cicatrices como portales iniciáticos desde la duda oscura hacia la Luz. El Conocimiento sólo se transforma en Sabiduría cuando es experimentado, vivido en carne propia. Brujir: "igualar los bordes de un vidrio después de cortado con el diamante." Un hijo (a) es una herida que jamás cicatriza. Tendemos a concluir demasiado naturalmente que la cicatriz es el resultado de una herida, que ésta ha de resolverse en aquélla y sanseacabó. Oigo cómo van cayendo las corolas ¿Qué sollozo secreto las ahoga? Cicatriz la belleza sin culminar Nada. Nadie. Navego hacia el final | |
¿Que no puedo?
Keats
Amor
De Julio Ramón
Buenos días
Soluciones
¡Que no more gifts!
by Charles Bukowski
if you’re going to try, go all the
way.
otherwise, don’t even start.
if you’re going to try, go all the
way. this could mean losing girlfriends,
wives, relatives, jobs and
maybe your mind.
go all the way.
it could mean not eating for 3 or
4 days.
it could mean freezing on a
park bench.
it could mean jail,
it could mean derision,
mockery,
isolation.
isolation is the gift,
all the others are a test of your
endurance, of
how much you really want to
do it.
and you’ll do it
despite rejection and the
worst odds
and it will be better than
anything else
you can imagine.
if you’re going to try,
go all the way.
there is no other feeling like
that.
you will be alone with the
gods
and the nights will flame with
fire.
do it, do it, do it.
do it.
all the way
all the way.
you will ride life straight to
perfect laughter,
it’s the only good fight
there is.
A futuro
Y que para contrarrestar lo cursi...
Día de muertos
Si pudiera vivir nuevamente mi vida,
en la próxima trataría de cometer más errores.
No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido,
de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad.
Sería menos higiénico.
Correría más riesgos,
haría más viajes,
contemplaría más atardeceres,
subiría más montañas, nadaría más ríos.
Iría a más lugares adonde nunca he ido,
comería más helados y menos habas,
tendría más problemas reales y menos imaginarios.
Yo fui una de esas personas que vivió sensata
y prolíficamente cada minuto de su vida;
claro que tuve momentos de alegría.
Pero si pudiera volver atrás trataría
de tener solamente buenos momentos.
Por si no lo saben, de eso está hecha la vida,
sólo de momentos; no te pierdas el ahora.
Yo era uno de esos que nunca
iban a ninguna parte sin un termómetro,
una bolsa de agua caliente,
un paraguas y un paracaídas;
si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.
Si pudiera volver a vivir
comenzaría a andar descalzo a principios
de la primavera
y seguiría descalzo hasta concluir el otoño.
Daría más vueltas en calesita,
contemplaría más amaneceres,
y jugaría con más niños,
si tuviera otra vez vida por delante.
Pero ya ven, tengo 85 años…
y sé que me estoy muriendo.
Sonny Rollins en domingo
El País, 31 de octubre de 2010.
Playyy
Definición de felicidad
Todo comenzó temprano, con música en la cama, Bunbury, porque está de moda en mi cabeza. Después, un desayuno con mi padre en un Tocks, en Lindavista. Es la única cadena fresona de comida que le gusta, o que soporta, más bien. A diferencia de otros fines de semana, hoy no había posibilidades de El Popular como él quería; comer enchiladas verdes (lo entiendo, extraña las de mi mamá, lo sé) y tomar ese formidable café con leche hubiera sido no cine. En medio de los alimentos, la concebida charla de Calderón y los narcos y la pobreza y López Obrador y la corrupción y la legalización de la mariguana y el béisbol y los ricos pero chafas Yanquis y Bobbie Cox retirado y la luz tan cara y Machu Picchu y hojas de coca y hasta ahí. Siempre teorizando, siempre. Luego, compras reglamentarias. El País y la reedición de Proceso con la foto en portada de El Mayo Zambada abrazando a Julio Scherer, porque como varias cosas importantes en mi primer semestre del año, eso no lo noté como merecía. “En Europa lo criticaron mucho”. “¿En Europa nada más? Aquí se lo querían comer vivo”. Pedí detalles pero, como casi siempre, mi padre no los recordaba.
Después Biutiful, de González Iñárritu, porque ambos queríamos confirmar ya ya si la peli era la digna representante de México en la competencia por una nominación a los Òscares, como decidió la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas. Claro, pensábamos, nosotros tan contentos con El Infierno y ellos, otra vez, apostando por lo mismo.
No podría decir que la película fue una sorpresa, porque en el fondo creo que González Iñárritu se ha distinguido siempre por ser el más universal de los directores mexicanos que he visto. Lo que fue sorpresa fue lo que me hizo sentir. La Barcelona gris y dura que recrea, el dolor, la imposibilidad de la felicidad y el constante sacrificio resultaron apabullantes, chocaron totalmente con mis recuerdos de una Barcelona veraniega, de hombres guapos en trajes de baño, música a todo volumen hasta el amanecer y comida wok. Una Barcelona de turista, pues. Y sentí tan sano pensar en el contraste que, nada más por eso, la película valió la pena, porque abrió ventanas en mí. Y Bardem tan completo, un argumento complejo, unas escenas pulidísimas y unos movimientos de cámara increíbles, que enseñaban más de lo que se veía, terminaron por mojarnos las mejillas a los dos… Veredicto final: nos gustó. No más críticas a la Academia, salvo porque la peli mexicana mexicana no es. Y el sabor amargo que nos dejó su dureza sé que aparecerá en charlas en el futuro, estoy segura, porque vimos la historia de un papá.
Después regreso a casa y comida de mamá. Tortas de carne. Qué más. Pocas veces podemos sentarnos a la mesa sin apuros, y hoy se pudo. Me contó los chismes de la cuadra, que recolecta copiosamente desde que es consejera espiritual del mundo. Su principal ocupación de los últimos días ha sido que yo tenga una tele. Ella ocupa la que era mía, porque cuando se descompuso la suya yo no la necesitaba, no estaba, y se siente culpable por lo que considera una invaluable pérdida. Entre tortilla y tortilla me dijo, como aviso comercial, que una de las señoras de la vecindad de enfrente (donde viven rateros, narcomenudistas y golpeadores de mujeres, entre otros especímenes comunes en México) se iba a un asilo esta semana y estaba vendiendo su tele en 800 pesos. “No mamá, no tengo dinero, y no necesito tele”. "Bueno". Siguió. Me contó lo que la señora le había confesado con dolor. Que ella no se quería ir, pero que no tenía de otra. La historia es tristísima. Que su hijo, con dinero y espacio para cuidarla, no la procuraba. Su esposo, suicidio hace un año, y su hija, loca, literal, porque su esposo (el de su hija, no el suicida) le había pegado cuando estaba embarazada de gemelos y los había perdido. Ahora la mujer de repente se deschaveta y arrulla el aire, y para sobrevivir vende chicles en la salida de no sé qué metro (igual que mi padre, mi madre no sabe de detalles, ¿será por eso que yo soy como soy?), es alcohólica y drogadicta. Por obvias razones ella tampoco podía cuidarla, así que al asilo. Mi madre, conmovida, hace sólo lo que puede: le da la comunión cada semana y la visita, para platicar de los dolores.
Mientras me contaba el cuadro, yo pensaba que los errores macro del país jamás tendrían solución con historias como las que mi mamá escucha todos los días porque simplemente no se puede, y a casi nadie le importa. Entre pensamientos recordé lo de hoy, la matanza de Juárez de la madrugada (otra vez muchos, y jóvenes) y la historia del gallero-legislador. País jodido. Y aun así se me hinchó el pecho, admiré de nuevo tanto a la mujer que tenía enfrente y reanimé mis ganas. Segunda ventana del día. ¿O tercera? ¿O cuarta? Suficiente para que me sintiera tocada, por lo menos hoy, por algo bonito. Eran muchas chispas para un día. Y apenas empezaba la tarde...
Todavía me esperaba más. Día sin compromisos nocturnos, porque quería estar conmigo, nada más, para descansar y hacer los pendientes que sólo se pueden hacer en soledad, pues no he estado sola en mucho tiempo. Leer, primero. Llegué a El País y luego a Babelia, dedicada a los múltiples volúmenes epistolares editados en los últimos meses. Desde que abrí el cuadernillo sabatino supe que algo pasaría. El prólogo de José María Ridao me hizo pensar, primero, en la nostalgia por la muerte de las cartas por la modernidad.
Tras esa primera lectura, “El género imposible”, apunté ipso facto todas las cartas virtuales (sí, cartas, no correos) que debía. Brighton por dos, Madrid, Tucumán, Tijuana y algún lugar de Brasil, Sao Paulo, si las cosas no han cambiado. Me recriminé por hacer esperar tanto tiempo, no porque se necesitaran respuestas automáticas, sino porque yo necesitaba.
Pero también el texto de Ridao me hizo ir otra vez a Barcelona, mi Barcelona, y en la nostalgia, mi nostalgia, como varias muchas veces este año. Recordé como si fuera ayer la tarde-noche que esperé que Blas llegara a su piso, donde yo me quedaba, sentada en una banca de la avinguda Josep Tarrandellas leyendo precisamente a Ridao, Mar Muerto, su último libro. Recordé lo confuso de la historia y la melancolía por no haber visto ese mar desde Turquía teniéndolo tan cerca, a pasos. Pensé en lo que a veces no se puede simplemente porque no.
Y luego llegué al texto de Javier Rodríguez Marcos, de quien me hice fan fan fan allá. Sobre Cortázar y Cartas a los Jonquières. Más recuerdos. Cuando Dana me convenció en dos segundos, frente a Bellas Artes, de que comprara el volumen a pesar de mi bancarrota, hace un par de meses. Recién había llegado a suelo mexicano. Simplemente no estaría contenta sin él, me dijo. Luego su lectura, dolorosa muchas veces, porque Cortázar cuenta a su amigo pintor-poeta con lujo de detalles cómo se instaló en París, qué hacía en sus tardes, cómo viajaba, cómo vivía el amor con Aurora. Después, recordé con coraje hacia mí misma la pausa a la mitad, por el trabajo y por Vargas Llosa y por mi desorganización y por lo de siempre. Desidia, de nuevo.
Hasta ahora Europa me ha invadido de tal manera que no me deja ser yo mismo. Todo el tiempo estoy siendo otras cosas, el paisaje, los cuadros, los olores, la felicidad. Te digo con enorme egoísmo que no me importa no escribir. Nunca creí en las “misiones” de los escritores, y entiendo que el escritor trabaja por las mismas razones hedónicas que el opiómano enciende la pipa o el violinista toca Bach. Y mi felicidad personal –tantos años retaceada, disminuida, ersatz-izada en la Argentina– me vale más que todo lo que pueda escribir. Si me pongo a trabajar, será para seguir siendo feliz, o para combatir alguna infelicidad.
Chispa a la potencia. Otra ventana para mi día. Leí la siguiente carta.
¡Chispa de nuevo! ¡Explosión! ¡El origen de las instrucciones! ¡¡Sí!! ¡¡De las instrucciones cortazarianas!!
El otro día se me ocurrió que si tengo tiempo y ganas, voy a escribir un Manuel de instrucciones. Esto nació de que Aurora y yo habíamos ido a San Giovanni in Laterano para seguir explorando el museo… Noté, entre varias cosas notables, que vendían unos libritos con “instrucciones para subir la Scala Santa” y me pareció muy bien. Tan bien me pareció que me di cuenta hasta qué punto estamos huérfanos de buenas instrucciones para hacer cantidad de cosas importantes. Harían falta instrucciones para beber una tacita de café, por ejemplo, o para sentarse en una silla...
Para estas alturas de la noche yo ya veía puras señales de otro mundo. Habían sido demasiadas buenas vibras enviadas para mí. Y hay mucho más que decir. Antes, en días anteriores, Cortázar ya le había contado a Eduardo Jonquières el inicio de los cronopios, pero es también en esta carta, la primera que le escribió a su amigo en 1954 (el 15 de enero), donde encontré una gran definición de estos seres, que me hizo sonreír y sonreír:
Nos hicimos regalos de Navidad: Aurora recibió una otto veste que necesitaba, y yo un prodigioso calidoscopio. Este calidoscopio (300 liras en La Rinascente) me sirve entre otras cosas como pruebacronopios. Cuando viene alguien a casa yo le ofrezco en seguida el calidoscopio. Si se enloquece, salta por el aire, etc, lo proclamo cronopio. Si condesciende con una sonrisa de buena educación, lo mando mentalmente al corno. Te aconsejo que tengas uno. Te mostrará más cosas sobre una persona que el Rorschard...
Y así, pensando en esto, escribiendo de esto, se me ha hecho noche y madrugada y debo parar ya, para no darle espacio al insomnio, que todavía sufro, aunque tenga tanto que escribir para recordar, porque días como hoy tienen que ser recordados en los momentos bajos y oscuros. Tenía que escribirlo.
Y ahora que quiero terminar ya esta carta-post de mi día mágico, recuerdo otra cosa, y no puedo evitar sufrir un poquito. El día no podía estar completo sin lágrimas, siendo yo así, tan llorona como soy. Todo por aquél correo que recibí el último día de mi cumpleaños, que lei en mi cuarto piso en Ascao, Madrid, un correo que sólo la persona que más me conoce en este mundo podría haberme escrito. Tras unas líneas de felicitación, las más sentidas, sin duda, pero ya de las más lejanas para mí, un epílogo incrustado que ahora leo y que quiero pensar como el resumen de mi año, que afortunadamente todavía no termina y en el que tanto he visto, pensado, vivido… Y sólo él podría haberme recordado a Cortázar, sólo él…
Cuando los famas salen de viaje, sus costumbres al pernoctar en una ciudad son las siguientes:
Un fama va al hotel y averigua cautelosamente los precios, la calidad de las sábanas y el color de las alfombras. El segundo se traslada a la comisaría y labra un acta declarando los muebles e inmuebles de los tres, así como el inventario del contenido de sus valijas. El tercer fama va al hospital y copia las listas de los médicos de guardia y sus especialidades.
Terminadas estas diligencias, los viajeros se reúnen en la plaza mayor de la ciudad, se comunican sus observaciones, y entran en el café a beber un aperitivo. Pero antes se toman de las manos y danzan en ronda. Esta danza recibe el nombre de "Alegría de los famas".
Cuando los cronopios van de viaje, encuentran los hoteles llenos, los trenes ya se han marchado, llueve a gritos, y los taxis no quieren llevarlos o les cobran precios altísimos. Los cronopios no se desaniman porque creen firmemente que estas cosas les ocurren a todos, y a la hora de dormir se dicen unos a otros: "La hermosa ciudad, la hermosísima ciudad". Y sueñan toda la noche que en la ciudad hay grandes fiestas y que ellos están invitados. Al otro día se levantan contentísimos, y así es como viajan los cronopios.
Las esperanzas, sedentarias, se dejan viajar por las cosas y los hombres, y son como las estatuas que hay que ir a verlas porque ellas ni se molestan.
***
¿Verdad que fue un día de oro? No hubiera podido dormir sin escribir, sin relatarlo tan largo, como una carta de antaño. Por eso, para no perder esto tan bonito, para rememorar lo vivido cuando ande a oscuras, escribo y escribo y escribo. También por eso ya tengo boletos de avión, para que estas ventanas que tengo abiertas no se cierren, para poder seguir siendo capaz de ver las señales del más allá incluso en la rutina más rapaz. Por eso me levanto temprano y me desvelo. Para mantener esto que siento. Por un día como hoy…Repeticiones
Al viento, al viento, al viento solamente
le he entregado su rumbo, su indolente
desolación de estéril lejanía.
Todo ha perdido ya su jerarquía.
Estoy lleno de nada y bajo el puente
tan sólo el lodazal, la malviviente
ruina del agua y de su platería.
Todos se van o vienen. Yo me quedo
a lo que dé el perder valor y miedo.
¡Al viento, al viento, a lo que el viento quiera!
Un mar sin honra y sin piratería
excelsitudes de un azul cualquiera
y esta barca sin remos que es la mía.
CP
ChB
Aviones
México. Día 30. Atardeceres
JC lo volvió a hacer...
Derivamos, entonces, por París, entrando en algún café a beber algo,
comprando raros bizcochos, averiguando precios de hoteles y pensiones por el
solo gusto de pensar qué bonito sería vivir en la rue du Bac o en la rue du
Seine o en la place Furstenberg. Vemos venir la tarde, sin conciencia del
tiempo; si hace gris, nos metemos en el Louvre, o en una iglesia, o exploramos
el Marais. Bien puedes imaginarte que el diálogo con Aurora me es aquí
particularmente delicioso; tiene una sensibilidad sin los arrebatos culpables de
la mía, y un sentido del humor que nos lleva a reírnos como dos adolescentes por
las cosas más absurdas. Como te imaginas, ya está organizado y crecido ese
maravilloso mundo de las frases-clave, de las alusiones con valor secreto, de
las coincidencias telepáticas, de los encuentros mágicos, de las coincidencias y
divergencias necesarias... Y leemos, y escribimos, y otro día de París queda a
la espalda. Pero ya el próximo pone sus deditos en la ventana...".
Aunque él tenía 39 para ese entonces...
En una semana
Y el entorno me ha tratado bien, me ha puesto colchoncitos para que mi aterrizaje paulatino a mi ahora no sea tan de sopetón. Logré ya recuperar mi identidad en el trabajo, los temas que me interesan, la gente a la que quiero entrevistar… La semana pasada tuve largas charlas con dos que saben lo que yo quiero saber. Se tomaron la molestia de explicarme despacito lo que se fue desintegrando de este país mientras yo estaba lejos. Me confirmaron, como siempre, que me falta mucho para saber y entender, me dejaron muchas dudas y retos intelectuales y me ofrecieron su ayuda para construir cosas en un futuro y poder publicarlas. Bendita profesión que tengo. También charlé y charlé con mis profes-amigos de lo importante, de cómo puedo reconfigurar mi vida sin que dejar de lado mi trabajo, porque ellos la comparten y saben de qué hablan. Les dije lo que me dolía sin reparos y me ofrecieron su objetividad. Me fue tan bien que hasta me regalaron unos chiles en nogada y un caso de corrupción. No podía pedirles más, pues me han formado desde que me conocieron. Encontré también, de nuevo, un compañero de aventuras diurnas y nocturnas a nueve casas de mi vida y con 22 años de antigüedad, nada complicado y muy apasionado por lo que hace, igual que yo, que trae la chispa por dentro y contagia aunque no quieras. En realidad fue más bien un reencuentro, pues nos alejamos porque sí, de esos alejamientos que ocurren porque la vida es cotidiana y ya y no pasan hasta que te das cuenta que pierdes mucho si no te acercas de nuevo. Con él me veo bien, estoy bien, completa y sin hipocresías, pues no tiene fantasmas en la cabeza. También me reencontré en un Sanborns cualquiera con la única hija que he tenido en la vida, y nuestros planes a futuro son tantos que me alegro de haber pasado por dolores para disfrutar ahora más nuestro estar juntas. Ella sola es un refugio para mí. Y ya comenzó la cuenta de las cenas a media luz en la Condesa con las amigas de la vida, donde las carcajadas y los apapachos no faltan, con las que puedo hacer planes para ir a Timbuctú o Bali o Taxco sabiendo que todo plan será tomado con la seriedad que implica saber que de eso depende nuestra felicidad en el corto plazo, porque así es. O el reencuentro en una cantina junto a Bellas Artes con las mujeres literarias que me marcaron por siempre, aunque no lo sepan, para retomar nuestros eternos debates en el Metro años atrás cuando yo aseguraba que terminaría una carrera en literatura y tendría la marca azul y oro, que tengo, pero sin título. Ya hay fechas para Bunbury y conciertos de jazz y pláticas de libros con ellas y más. Estoy llena de conciertos, mañana es el primero. Ya despedí también a amigos que se fueron a vivir su experiencia al otro lado del mundo, que regresarán como yo, con ganas de cambiar más allá de lo que creyeron, y más enamorados que como se fueron, lo sé. Más satisfecha por esto no puedo estar. Aunque sean lugares comunes, estoy llena.
Así, un huracán. Colores, voces, sentimientos de siempre. Me la he pasado sonriendo por el reconocimiento de lo que soy y he construido en estos 27 años. Pero lo más grande no ha sido esto, sino lo nuevo de lo que creía conocer. He ido descubriendo día a día, con gran emoción y nudos en la garganta, que la mamá que dejé no es la misma. Ahora la mujer que me encuentro todas las mañanas por la casa es más fuerte y decidida, con muchas horas de clases de tanatología e idas a misa y consultas a los vecinos en la espalda, toda una líder, una heroína que ya no tiene miedo de dejar volar a sus hijos porque ella ya vuela, sin necesidad de papá ni de nadie. Se hizo realidad uno de esos milagros con los que soñaba de niña y ni me di cuenta cuándo pasó. Quizá por eso, porque es un milagro. O ver a mi padre cada vez más seguido sorbiendo un café de El Popular, a pasos de la Catedral Metropolitana, el mejor café del mundo conocido por mí, sin duda. Me tenía que ir meses para que ambos nos diéramos cuenta de que nuestras charlas sobre López Obrador y el narcotráfico y la corrupción y la crisis económica y la injusticia y la pobreza y el béisbol son verdaderamente indispensables en nuestras vidas y tenemos que hacerlas con la mayor frecuencia posible porque si no México sería más caótico de lo que es, pues nosotros le damos orden al mundo cuando estamos juntos, charlando. Así de contundente es mi juicio. Sin duda el placer de las cosas sencillas es lo grandioso, lo que no había podido ver estos días por estar pensando en dolores…
Aunque todavía momentos muertos me carcomen el alma de vez en cuando, también tengo toquecitos de magia para mi cotidianeidad. No sé cómo describir lo que siento cuando encuentro mensajes del otro lado del mundo con impresiones sobre el Bicentenario mexicano o sobre la nueva peli de la Roberts, detalles de relaciones tormentosas, historias de apuestas por nuevos proyectos, recuerdos de recetas de cocina con duraznos o que Madrid ya huele a otoño. Saco chispas, no quepo en mí. O cuando encuentro fotos nuevas sobre lo vivido, ventanitas en color al pasado, no puedo sino sonreír y agradecer, aunque de repente el pecho sienta mucho peso. No he tenido mucho tiempo de escribir, de regresar los múltiples toques de magia como quisiera, pero lo haré, porque tengo mucho que contar. Primero, que poco a poco rehago mi camino, y mis planes ya no tiene fronteras…
Esta semana hasta he dado otro pasito para superar lo más pesado. He dejado claro lo que no quiero aquí, a pesar del dolor y el recuerdo. A la larga mi corazón me lo agradecerá. No dudo. Y hasta aquí por hoy, porque el Odis se levanta tempranísimo.
Ella me lo ha dicho siempre...
Sí, tenía toooda la razón. Pero aprendí la lección rapidito. Bueno, quizá vuelva a caer... pero ahorita no. Por eso sonrío.
México. Día 19.
El Bicentenario en el que creo
"A las cartas les hace bien el mar"
Me gusta escribir largo a los amigos porque es como una operación agresiva contra el tiempo, recortar en el tiempo París dos horas Buenos Aires. No sólo por gusto nostálgico -aunque eso esté, naturalmente- sino por lealtad a las cosas y a los seres definitivamente elegidos. La verdad es que quisiera contar muchas otras cosas, y que cierro cada carta con una pequeña sensación de estafa. Hay tanto aquí, cada día trae tal variedad de experiencias, que sólo un Swift sería capaz de registrarlas todas en una correspondencia. Y luego que el derroche de mi tiempo entraña el del tiempo ajeno, y no debo olvidarlo.Julio Cortázar en una carta al poeta y pintor Eduardo Jonquières, enero de 1952
Buenas nuevas
México. Día 1
Últimamente me encuentro muy ocupada, tanto que ni siquiera me preocupo por ver dónde estoy, qué suelo piso. Otras veces no me percato ni de lo que le digo a mi(s) interlocutor(es) aunque, siendo sincera, me pasa mucho más cuando camino, sola. Es que mi mente no está donde estaba antes, es decir, donde yo estoy. Se va a viajar, al pasado. Se ocupa tanto y a todas horas que ya llevo muchos días sin poder dormir bien, y la cabeza ya me explota. No lo hago porque quiero, aclaro. De hecho, preferiría estar donde estoy, no en el limbo. Pero no sé cómo hacerle. He contactado a todos mis gurús, los nacionales y extranjeros. He enviado correos desesperados buscando respuestas, líneas y líneas de casi súplicas, contando mi padecimiento, pero nadie sabe qué decirme. Los que saben de qué hablo, porque lo han vivido, no han podido regresar del limbo todavía. Los que no saben dicen que se me va a pasar, que es normal, que espere, que no pida milagros, que llevo un día en una realidad que era la de antes, aunque ya no soy la de antes. Yo peleo: no es por llegar al país que estoy así, llevo semanas con esto, todo el tiempo estoy muy ocupada. Porque esto es una ocupación, una gran ocupación, gran no por maravillosa sino porque ocupa espacio, pensamientos, que deberían estar libres para poder seguir tranquila, sin ansiedad ni insomnio ni nostalgia ni insatisfacción.
Esta ocupación que padezco tiene espacios-tiempos favoritos, en los que casi siempre me veo riendo... o llorando. Un piso en una cuarta planta sin elevador, con un reloj que siempre marca cuarto para las cuatro, así se vaya a caer el mundo, despertares musicales, carcajadas y llantos entre confidencias; un pizarrón blanco y poemas, en Ascao. Una redacción cálida, viva, con grandes periodistas. Unos arcos inmensos, un castillo, guantes, gorros y frío frío frío en Segovia. Unos ángeles de piedra, una vista y unas escaleras, primero frío y luego fuentes de colores y canciones de Disney, en Montjuïc. Una marinera rumana lesbiana, un noviazgo de una noche y ocho copas en León. Un barman barbudo, de ojos profundos, sillones rojos y confidencias junto al Duoro, en Oporto. Un bar en Granada con toques de Buñuel, gritos andaluces, ron y lo que siguió. Un césped junto a una torre inclinada en Pisa; tormentas, cuerpos perfectos, unas pizzas frente a Neptuno y Filippo Lippi, en Florencia. Un pueblo blanco en lo alto, Mojacar, a unos cuantos kilómetros del mar, una farmacia contra la gripe, un Loro Azul, cojines, una cama blanca, un balcón, un vestido morado y mis pies descalzos. Un beso casi robado en Sol y la victoria del Atleti. El mar azul de una cala, una bici y un video, un inglés bonachón y agua fría, en Mallorca. En Marsella, la granadina del Mónaco rojo, una playa helada, un primer té de menta, un fotógrafo, un puerto y una ilusión. Un atelier con la ventana perfecta, un jardín, una foto, un menú incomprensible con la mejor companía y un vino rosado sin precedentes, en Provenza. Una cena a media luz en Trastevere, donde sólo el amor y el desamor tenían cabida; una cama de menos, caminadas eternas y un refugio religioso, en Roma. Un auto chiquito chiquito en Sicilia, casetas de cobro de horror, ruinas griegas ocres, recuerdos no comprados y la pobreza total; la madrugada con Monsi, desilusión, una calle de mala muerte y Ernestito, en Palermo. Un mercado de pescado lleno de música en Essaoura, una playa sui géneris, un hombre con ojos de desierto y sangre caliente, Jimmy Hendrix y deseos reprimidos. Jugo de naranja, un dedo malo y sabores baratos y más deseos reprimidos, en Marrakech. Un bar y una vista en Montmartre, llanto inútil en Le Marais, jardines reales, una canción en el Sena y un beso antes del Metro. Un avión perdido. Café Tacuba y Jarabe de Palo en La Eliana, el mar más perfecto, fotos de topless y una explicación de las enfermedades, en Valencia. Un viernes caluroso, un helado y mi desilusión, otra vez. La Furia, festejo festejo festejo festejo rojo, espera de horas y caminata solitaria en la madrugada. Una cena japonesa. Una canción a capela. La primera noche de lágrimas, en mi balcón, noche de historia de la música y sorpresas. Una despedida sin dormir. Una cena en el Danubio, la perfección del Parlamento húngaro y sus guardias, y carcajadas. Una visa perdida, un viaje perdido, una esperanza perdida y confesiones tras horas de charla en un ático de Praga. Paredes pintadas, un menú japonés, un edificio mágico, DJs, actitudes novedosas con llanto incluido y una dolorosa carta, en Berlín. Bucarest sin visa, una última noche, parques y mentiras piadosas. La Barceloneta, más desilusiones, una cena de toros y una noche de brincos. Una cena italiana en Madrid, el último Pez Gordo, el último abrazo...
Todo eso, al mismo tiempo, sin ningún orden, dolorosísimo. A veces en blanco y negro, a veces a color. ¿Cuándo voy a tener tiempo de pensar en el ahora otra vez? Paul Auster, José María Ridao y Milan Kundera han apaciguado mi mente, pero por momentos, sólo mientras están conmigo. ¿Mientras? Si alguien sabe los pasos para superar las pérdidas que me lo diga porque, a pesar del prometedor futuro, mi nostalgia es infinita, hasta de lo que me dolió y creí que nunca más querría recordar. Hoy sólo tengo una canción, para andar sin pensamiento...
Mis anocheceres en el Sena
Rayuela, Capítulo 27
Atardeceres
Propón
En el sur...
De Marsella me quedo con todo esto, y más. Con sonidos nocturnos estruendosamente broncos; con una cortina de encaje color perla que me hace imaginar lo que no se puede decir; con lo sedoso del cabello de muñeca vieja; con un vaso de Mónaco; con Cassis y su agua de mar fría fría fría, su chiringuito de techo de ramas y las reflexiones sobre el amor; con una ensalada de calamares, la receta de una sopa de pescado y una lámpara blanca; con el sueño de las calles de Provenza, las ventanas irreales de Cézanne y la plática impredecible, de lujo, sin más. Me quedo con todo esto, sí, y guardo como tesoro más preciado las miradas que me acompañaron, insustituibles. Otra grata sorpresa que se guardará, inevitablemente, en el cajón de mis nostalgias de mañana.