Mi principio

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Pasa el tiempo...

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Cicatrices

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Gracias a Krauze...


ESTHER SELIGSON

Cicatrices

in memoriam Simone Boué


Cicatriz: concierto de voces insepultas en el insomnio de la añoranza.

En la memoria del cuerpo ¿habrán de terminar, una sobre otra, en una tumba única, las cicatrices de cuanto amante fue enterrado?

Jugábamos a ver quién dejaba en el otro las cicatrices más abyectas.

Toda penetración deja una cicatriz que a fuerza de entrega se va pudriendo.

Por las cicatrices de la memoria se cuelan las heridas del olvido.
Uno creería que toda cicatriz implica una herida previa. No siempre es así: hay cicatrices genéticas, y algunas se heredan con la nacionalidad.

En general los errantes contaminamos con el olor de nuestras
cicatrices la atmósfera de cualquier viaje que emprendemos,
por inédito que sea.

Trasterrado: el que siembra en sus cicatrices de antaño heridas presentes y futuras que nunca cicatrizarán.

Cicatriz el cielo de aquellas tardes en que el amor humeaba entre tazas de té, músicas a media luz y ropa desperdigada.
Todo clandestino como la lluvia tras la ventana sin cortinas, abierta sobre los techos de la ciudad, abierta a las nubes y a algún sorpresivo arcoiris.

Gracias a Adán y a Eva el Conocimiento es una cicatriz imborrable, insondable, insuturable... unaphilo-sophia, en suma.

No son los recuerdos, el dolor, la alegría, quienes van tatuando en el rostro sus cicatrices, sino el misterio de la vida, su diario transcurrir.
También las tajaduras de lo inexpresado.

En la furia contra la madre nace nuestra primera cicatriz. En los celos hacia el padre, la segunda.
A veces ocurre a la inversa. Como quiera que sea, ambas cicatrices permanecen de por vida.

Cioraniana: la cicatriz del nacimiento no tiene cura.

Qué hondas las grietas de la tierra, las simas de la vida, las cicatrices del tiempo.

La primera cicatriz es la que provocamos en el cuerpo materno. En realidad es la única: sus labios sólo se cierran con su muerte.

Por más lisitas que estén, el miedo también enchina a las cicatrices.

Los sueños de Poder desbordan cualquier cicatriz, por metafísica que sea.

Toda ciudad lleva en su trazo vestigios de alguna cicatriz infestada de patrióticos gusanos, larvas fanáticas, huevecillos purulentos de tantas texturas como ciudadanos la habitan.

La cicatriz de Dios está en nuestra muerte.
No importa si ella llegó por su propio pie o si por bala o tajo, cáncer o sida; o si la llamamos con somníferos, soga, fuego, gas o accidente: la cicatriz de Dios se abre para darnos paso. (Kadish)

La cicatriz que el suicida le inflige a la vida borbotea pus eternamente.

También podría hablar de la cicatriz que el artista se afana en ahondar, en cavar y esculpir en su propia carne.

Lugar común: "las cicatrices que el amor deja en el alma".
–¿Y por qué no en el corazón?
–Porque el corazón es un músculo hueco...

Canción de cuna: cría hijos y crearás cicatrices.

Jabesiana: ¿y qué decir de las cicatrices que la escritura abre en la página blanca?

Poco a poco, dicen, hila la vieja el copo; con las cicatrices, digo, de su juventud perdida.

Dime dónde tienes tus cicatrices y te diré quién eres.

Anda, sí, ve y consulta tu carta astral: conocerás tus cicatrices.

La cicatriz más desesperada es la que se niega a reconciliarse consigo misma.
Pero también hay cicatrices dichosas: aquéllas que fructificaron en el perdón.

La vida es una interminable sucesión de heridas –es decir de decisiones– que a veces no cicatrizan, sobre todo cuando alguna se queda pendiente del "y si hubiera"...

Las religiones nada tienen que ver con el diálogo íntimo entre lo humano y lo divino.
Ni siquiera pueden protegernos con su ritualismo de las cicatrices –imperceptibles siempre– que ese diálogo va dejando en el enorme Vacío de su intimidad.

En el cine apapacho mis cicatrices. El teatro quiero que me las abra en toda su magnitud.

Hay amores que le descubren a uno cicatrices cuya existencia se ignoraba por completo.

Traicionarse a uno mismo provoca heridas que jamás harán cicatriz.

La cicatriz es a la culpa lo que la tumba al cuerpo expuesto.

Ahí donde temes ser destruido y avasallado está tu cicatriz más sensible.

Las heridas de un corazón mezquino no forman cicatrices.

Cuenta el mito que al castrar Saturno a Urano tres gotas de su sangre dejaron tres cicatrices en la tierra: envidia, venganza y necedad.
Los griegos las nombraron Furias. Después el término se tradujo, no tan erróneamente, por Política.

La costumbre de contraponer la eternidad de Dios a la infinitud del hombre.
Ambos absolutos, sin embargo, implican una cicatriz cuyos labios siempre supuran.

La palabra, dicen, es lo que nos distingue de los animales.
Creo que la diferencia esencial está en la incapacidad del animal para expresar las cicatrices de su especie.

En relación a los afectos en general, y al amor en particular, aún albergo una duda: ¿por qué si soy un ser de absolutos siempre termino por aceptar migajas?
Sin embargo, me niego a contabilizar la textura de las diversas cicatrices que esa suerte de abstinencia me ha dejado.

Rehúso acomodar mis heridas y apasionamientos en la cicatriz de la Indiferencia.

–¿Por qué te tomas todo tan a pecho?
Pregunta totalmente idiota. Si hubiese una razón, y una respuesta, no llevaría cicatrices luminosas entre la oscuridad de las heridas.

Si como es arriba es abajo, nuestra imagen y semejanza divina es sencillamente la cicatriz que le quedó al UNO cuando, al contraerse en Su Vacío, generó –a través del Dos y del Tres– las "miriadas de creaturas y de formas".

El monoteísmo es un malentendido. Es como pretender reducir la multiplicidad de nuestras heridas a una única cicatriz, queloide por añadidura, cuando que la perfección deELUNOENSIMISMO no se pierde en el desbordamiento y despliegue de Su Creación.
Así lo entendieron el hinduismo, la Kabalá judía y el mal llamado paganismo.

El silencio de Dios se vuelve tangible en cuanto se absorben las puntadas que suturan la cicatriz de Su Presencia.
Es decir: como los profetas, vale más estar mortalmente herido por el venablo de Su Voz.

Se habla de "el sentido" de la vida. Sí, la dirección va siempre, como en los ríos, en el sentido en que fluyen las heridas hacia la oceánica cicatriz del perdón.

¿Para qué maquillas tus cicatrices si de cualquier modo su gruir te quita el sueño?

¿No serán las estrellas cicatrices de las lágrimas que Dios derrama ante el desastre de Su Creación?

El sueño es ese vehículo providencial que nos permite circular por nuestras más recónditas cicatrices sin restricción alguna.
El único riesgo es que las abre, también, sin restricción alguna.

Para las heridas que va sajando la cotidianeidad, reencarnación, karma, eternidad del alma, resultan promesas de cicatrización a demasiado largo plazo.

La mediocridad es un páramo sin heridas ni cicatrices. Es más: ni siquiera genera espejismos.

El melancólico repasa sus cicatrices como el piadoso las cuentas de su rosario.

El camino de perfección transita por entre los 22 Arcanos Mayores, 22 senderos que van abriendo sus cicatrices como portales iniciáticos desde la duda oscura hacia la Luz.

El Conocimiento sólo se transforma en Sabiduría cuando es experimentado, vivido en carne propia.
De cualquier otra manera apenas si es un mapa de cicatrices mudas visto desde el aire.

Brujir: "igualar los bordes de un vidrio después de cortado con el diamante."
Así imagino será el paso de la vida a la muerte: sin dejar la menor cicatriz.

Un hijo (a) es una herida que jamás cicatriza.
A eso se refiere Dios cuando condena a Eva a parir con dolor. Él conocía ya cuáles eran las consecuencias de la maternidad.

Tendemos a concluir demasiado naturalmente que la cicatriz es el resultado de una herida, que ésta ha de resolverse en aquélla y sanseacabó.
Y no hay razón objetiva para que suceda de otra manera. Para la memoria, sin embargo, la cicatriz es apenas la herida de la herida herida, una eterna fisura en la realidad absoluta de cada quien.

Oigo cómo van cayendo las corolas
Todavía sin marchitar se desprenden

¿Qué sollozo secreto las ahoga?

Cicatriz la belleza sin culminar
cae en el vacío

Nada. Nadie.

Navego hacia el final
Venturosa espera...

¿Que no puedo?

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- Sí, llevo casi cinco días. Ni gota.
- ¿Y cómo le hiciste? Te vean taaaan mal que creí que nunca ibas a tomar la decisión de dejarlo.
- Hay de elíxires a elíxires. Algunos valen la pena el sufrimiento; otros no. Lo jodido es cuando sabemos que no valen la pena y ahí estamos, esperando migajas. Por eso, ni gota. Sé que cuando menos vea llevaré un año y ni gota. Seguro.
- Eso de los recuerdos nuevos te ha sido re refrescante, ¿no?
- Sí, es el único antídoto que ha funcionado. Ni gota.



Keats

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Hoy traté de recordar, pero no hallé antecedente en mi memoria. Nunca me había topado con John Keats. En ninguna de mis clases de literatura. No, tampoco ninguno de mis literatos me habló de él. Nadie me lo había presentado formalmente. Sabía de su existencia, por inercia, supongo, porque había encontrado su nombre en un par de textos y reconocía que era ingles, pero no más. Esta semana me lo he topado más de una vez. En la traducción que hizo Cortázar a principios de los cincuenta de su obra, cuando acababa de llegar a París; en la última película de Jane Campion, su historia de amor imposible (y donde, por cierto, encontré una de las escenas más bonitas de una mujer enamorada, con una cama clara y una ventana y ella, vencida por el viento)... Quizá sean coincidencias simples, sin ningún sentido, pero noté las repeticiones, y ahora siento que algo brinca. ¿Es así como encontré a los pocos demás que conozco, por raras coincidencias que movieron algo? No lo sé, o simplemente, como casi todo, no lo recuerdo. Ahora estoy aquí, buscando la historia y la obra de este poeta romántico muerto en Roma en en 1821, con apenas 25 años a cuestas. La tuberculosis lo paró. Leo sus armónicos poemas con mucha atención y con un diccionario a mi lado, para entenderlo. Creo que algunos me quedan. Sé que esto me hará perseguir después a Lord Byron y luego a no sé quién, buscando siempre, buscando lo mismo...

Ode on Melancholy

1.

NO, no, go not to Lethe, neither twist
Wolfs-bane, tight-rooted, for its poisonous wine;
Nor suffer thy pale forehead to be kiss’d
By nightshade, ruby grape of Proserpine;
Make not your rosary of yew-berries,
Nor let the beetle, nor the death-moth be
Your mournful Psyche, nor the downy owl
A partner in your sorrow’s mysteries;
For shade to shade will come too drowsily,
And drown the wakeful anguish of the soul.

2.

But when the melancholy fit shall fall
Sudden from heaven like a weeping cloud,
That fosters the droop-headed flowers all,
And hides the green hill in an April shroud;
Then glut thy sorrow on a morning rose,
Or on the rainbow of the salt sand-wave,
Or on the wealth of globed peonies;
Or if thy mistress some rich anger shows,
Emprison her soft hand, and let her rave,
And feed deep, deep upon her peerless eyes.

3.

She dwells with Beauty—Beauty that must die;
And Joy, whose hand is ever at his lips
Bidding adieu; and aching Pleasure nigh,
Turning to poison while the bee-mouth sips:
Ay, in the very temple of Delight
Veil’d Melancholy has her sovran shrine,
Though seen of none save him whose strenuous tongue
Can burst Joy’s grape against his palate fine;
His soul shall taste the sadness of her might,
And be among her cloudy trophies hung.

Y que sueño...

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...que estaba enamorada de un diseñador... ¿O no fue sueño?

Amor

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"Desde joven supe que encontrar el amor es un asunto de suerte. Creemos que tenemos el control, que sabemos lo que hacemos. Pero sólo si se es muy afortunado se puede tener una relación feliz. De no tener esa suerte, toda la lógica del mundo no tiene sentido. Entonces uno conoce a alguien y nuestras exquisitas neuronas se encargan de lo demás. Éstas son relaciones que no implican esfuerzo alguno y son placenteras. Pero es difícil alcanzar esa meta con fortuna. Uno cree que controla el destino, pero no es así".

Woody Allen

De Julio Ramón

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"Un amigo es alguien que conoce la canción de tu corazón y puede cantarla cuando a ti ya se te ha olvidado la letra. Los amigos desarrollan en nosotros nuestras virtudes potenciales. Una persona sin amigos corre el riesgo de no llegar jamás a conocerse. Cada amigo es un espejo que nos refracta desde un ángulo distinto. Cada amigo crea en nosotros una zona de contacto, un campo propicio al desarrollo de un determinado tipo de amistad. Es por ello que podemos tener dos amigos íntimos que no lleguen jamás a comprenderse entre sí".

JRR

Buenos días

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Que hoy te despertaste tarde, porque el insomnio otra vez anduvo en tu cama un ratotote y te dormiste como a las 6 am. No importa, dormiste un par de horas. Por eso te levantaste con música de la Arrolladora Banda El Limón y Friendly Fires y el Waka Waka y te pusiste a bailar frente al espejo, aunque tu cuarto estuviera hecho un caos. Ya habrá tiempo. Y que desayunas en la casa, para ahorrar porque sigues sin tener un peso, y no lo tendrás en mucho tiempo. En eso le cuentas a la mammma y a Odín de un Hércules y una Patty que son como ellos y se pelean como ellos y amenazan con matarse, o por lo menos morderse, como ellos, nada más que en una casa rodante en Roma, en italiano, porrrca miseria. Caminaste hacia el Banamex, y eso ya no lo cuentas, porque es lo único malo hasta ahora. Llegaste a la oficina y de repente te encontraste con una guapa cara conocida en una tuitcam, y sentiste que lo viste ayer, y no hace unos meses en otro continente. Fuiste feliz porque notaste su sonrisa al leer tu abrazo. Redactaste una entrevista rápidamente, porque según tú irías a la Cineteca, otra vez, a ver algo sorprendente, pero olvidaste que Banamex tiene tu poco dinero retenido hasta mañana. Ni modo, será mañana, la Muestra Internacional de Cine te ha traído como loca, 10 pelis por semana, junto con las comerciales de rigor. Y de repente lees una bienvenida nueva, optimista, y te pones más feliz y alzas la mano para compartir tu historia. Y luego otra plática lejana, de madres y de hijas y de cine y de amistad, y agradeciste a la bendita tecnología, que te hace estar en muchas mentes a la vez, rapidito. Y antes de salir a vagar por la ciudad y a leer y a ver el Centro y a vivir escuchas a Fonseca y te acuerdas de una señorita bicolor que la cantaba con mucho sentimiento, y esperas volverla a ver pronto, y buscas en el primer piso. Oh, él está en junta. Ya mañana el nuevo blog y el nuevo tema y los quehaceres domésticos y el curso de historia y nuevos libros y lo que venga. Lo que no está, no está, y ya. Buenos días, sea feliz hoy, señorita. Esto de documentar la vida me gusta.

Soluciones

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Más ejercicio, pastillas todos los días, menos trabajo, más trabajo, más correos electrónicos, menos correos electrónicos, menos cine (más imposible, condiciones materiales y temporales no disponibles), más sexo, menos café (más imposible, cabeza explota)... Necesito un doctor... para el insomnio...

No comments...

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If I could start again
A million miles away
I would keep myself
I would find a way...

¡Que no more gifts!

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Roll the Dice
by Charles Bukowski

if you’re going to try, go all the
way.
otherwise, don’t even start.

if you’re going to try, go all the
way. this could mean losing girlfriends,
wives, relatives, jobs and
maybe your mind.

go all the way.
it could mean not eating for 3 or
4 days.
it could mean freezing on a
park bench.
it could mean jail,
it could mean derision,
mockery,
isolation.
isolation is the gift,
all the others are a test of your
endurance, of
how much you really want to
do it.
and you’ll do it
despite rejection and the
worst odds
and it will be better than
anything else
you can imagine.

if you’re going to try,
go all the way.
there is no other feeling like
that.
you will be alone with the
gods
and the nights will flame with
fire.

do it, do it, do it.
do it.

all the way
all the way.
you will ride life straight to
perfect laughter,
it’s the only good fight
there is.

Drink a toast to the sun...

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...to the things that never come
to the break of the day...

...to the things that never go, this sunday, to you...



A futuro

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Puros sueños naranjas. Estábamos tú y yo, dormidos en el primer piso de una casa de madera naranja. Desnudos. Yo me despertaba antes que tú y me ponía a cuidarte, porque estaba segura de que sentías pesadillas. Corte. Sentados, otra vez tú y yo, en una calle de no sé qué ciudad, lo mismo podría haber sido Budapest que Madrid que Roma, qué importa. Las sillas y la mesa, naranja, todo lo demás gris. Tú gritabas, que no te comprendía y que nunca te comprenderé. Yo, callada, hasta que pasaba el hombre con el siete de tatuaje en la nuca, altísimo, guapísimo, y me iba con él a Florencia, a ser feliz. Corte. En la playa, los dos otra vez, con arena naranja y el Odín corriendo de un lado a otro. Me decías que no podías cuidarlo más, que no era tu hijo y que estabas harto de que le pusiera más atención que a ti, que él ni siquiera quería ser educado y que sólo comía croquetas caras. Me amenazabas. "Si no se va él me voy yo". Te dejaba hablando solo, pero ahora no había italiano guapísimo, sólo el Odis y yo, porque hay temas y amores que no tienen discusión. Corte. Tú otra vez, ¿por qué te sueño tanto? Me entregabas una libreta con las pastas duras, naranjas, por supuesto. "Aquí están todos los poemas que he te escrito, porque yo te quiero, y tú no me recibes ni la flor blanca que te traje la semana pasada ni el periódico que te traje ayer. Mi última esperanza es que con estos poemas entiendas lo que siento por ti. Los escribí a escondidas, porque sabía que te burlarías de mí si te enterabas que escribía poesía". No dije nada, tomé la libreta y la dejé en una mesa. Y entonces, en lugar de llorar, como soy yo, me reía. Soltaba unas carcajadas que no me conocía, con rabia, con sarcasmo, con dolor, porque sabía que todo lo que habías dicho era mentira, como siempre. Corte. Sólo carcajadas escuché de mí, ahora que te he soñado por trozos. No tengo palabras ni en mis sueños. Es que ya no hay ni sonidos ni llanto ni fe cuando uno ya no confía, cuando uno ya se rindió. Un día de estos, que me tope contigo, quizá me anime a hablarte y confesarme. Por ahora, sólo sueños naranjas tengo para ti. ¿Por qué el naranja? Necesito a Freud...

Y que para contrarrestar lo cursi...

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No sé por qué siento que ya no voy a dormir... otra vez...


Día de muertos

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Otro regalo, justo cuando pensaba en el día de muertos. Lo recibí unos momentos después de conocer a Alma Guillermoprieto y a su enternecimiento y escucharla hablar de su ofrenda a algunos de los tantos que perdimos aquí. Y después de que me contaran que en Morelos las ofrendas a los asesinados tienen que ponerse en el patio, no dentro de la casa, por cinco años, hasta que lleguen a algún lado. A un asesinado, según los morelenses, no debe ofrendársele comida, sólo agua y una vela, para iluminar su camino, hasta que lo encuentre, porque anda perdido. Recibí este correo justo en ese momento, cuando pensaba en todas las casas que podrían tener una ofrenda en el patio, en los miles de perdidos, en lo podrida y siniestra que se ha vuelto la relación de los mexicanos con la muerte, antes tan naranja y tan sonriente...

(que dicen que es muy malo y muy cursi para atribuírselo a Jorge Luis Borges, pero yo guardo el regalito)


Si pudiera vivir nuevamente mi vida,

en la próxima trataría de cometer más errores.


No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.


Sería más tonto de lo que he sido,

de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad.


Sería menos higiénico.


Correría más riesgos,

haría más viajes,

contemplaría más atardeceres,

subiría más montañas, nadaría más ríos.


Iría a más lugares adonde nunca he ido,

comería más helados y menos habas,

tendría más problemas reales y menos imaginarios.


Yo fui una de esas personas que vivió sensata

y prolíficamente cada minuto de su vida;

claro que tuve momentos de alegría.


Pero si pudiera volver atrás trataría

de tener solamente buenos momentos.


Por si no lo saben, de eso está hecha la vida,

sólo de momentos; no te pierdas el ahora.


Yo era uno de esos que nunca

iban a ninguna parte sin un termómetro,

una bolsa de agua caliente,

un paraguas y un paracaídas;

si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.


Si pudiera volver a vivir

comenzaría a andar descalzo a principios

de la primavera

y seguiría descalzo hasta concluir el otoño.


Daría más vueltas en calesita,

contemplaría más amaneceres,

y jugaría con más niños,

si tuviera otra vez vida por delante.


Pero ya ven, tengo 85 años…

y sé que me estoy muriendo.

Sonny Rollins en domingo

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"Hay quien ve mi arte como algo complicado, a mí me resulta sencillo. Es difícil poner la música en palabras, pero yo la describiría como una escena. Tengo 10 años, estoy practicando en casa, es domingo, el resto de los chicos juega en la calle, roba en las tiendas... Llevo 10 horas en un rapto de conciencia. Toco y toco. Llega mi madre y dice: 'Sonny, cariño, es la hora de cenar, así que haz el favor'. Eso es lo que es la música para mí, algo que me hace olvidar que tengo que alimentarme para sobrevivir".

El País, 31 de octubre de 2010.


Playyy

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Hoy me regalaron esto. Yo, a cambio, prometí a Danny Boodman T. D. Lemon Novecento. Me quitó un poquito el desconsuelo provocado por San Lázaro esta semana. La mejor transacción del día. Y llovizna. Y ya.


Definición de felicidad

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No creo en las señales divinas, pero a veces los días sacan chispas que nos hacen pensar inevitablemente en un más-allá-de-lo-que-veo. Como toda esta semana, como hoy. Sé que he escuchado más de una vez en estos días que debería escribir más, que qué hago para mantener los momentos que me importaron conmigo, por siempre. Y es verdad, de repente descuido los cuadernos míos míos, aunque cada vez menos. Y ya sé que debería haber guardado más palabras de mis encuentros distantes como los de estos días, de mis charlas, de mis pensamientos reconfortantes, pero lo dejo pasar. Desidia, mediocre desidia. Afortunadamente la vida siempre me ha jalado las orejas como si fuera todavía una niña chiquita, como hoy, final de una semana luminosa…

Todo comenzó temprano, con música en la cama, Bunbury, porque está de moda en mi cabeza. Después, un desayuno con mi padre en un Tocks, en Lindavista. Es la única cadena fresona de comida que le gusta, o que soporta, más bien. A diferencia de otros fines de semana, hoy no había posibilidades de El Popular como él quería; comer enchiladas verdes (lo entiendo, extraña las de mi mamá, lo sé) y tomar ese formidable café con leche hubiera sido no cine. En medio de los alimentos, la concebida charla de Calderón y los narcos y la pobreza y López Obrador y la corrupción y la legalización de la mariguana y el béisbol y los ricos pero chafas Yanquis y Bobbie Cox retirado y la luz tan cara y Machu Picchu y hojas de coca y hasta ahí. Siempre teorizando, siempre. Luego, compras reglamentarias. El País y la reedición de Proceso con la foto en portada de El Mayo Zambada abrazando a Julio Scherer, porque como varias cosas importantes en mi primer semestre del año, eso no lo noté como merecía. “En Europa lo criticaron mucho”. “¿En Europa nada más? Aquí se lo querían comer vivo”. Pedí detalles pero, como casi siempre, mi padre no los recordaba.

Después Biutiful, de González Iñárritu, porque ambos queríamos confirmar ya ya si la peli era la digna representante de México en la competencia por una nominación a los Òscares, como decidió la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas. Claro, pensábamos, nosotros tan contentos con El Infierno y ellos, otra vez, apostando por lo mismo.

No podría decir que la película fue una sorpresa, porque en el fondo creo que González Iñárritu se ha distinguido siempre por ser el más universal de los directores mexicanos que he visto. Lo que fue sorpresa fue lo que me hizo sentir. La Barcelona gris y dura que recrea, el dolor, la imposibilidad de la felicidad y el constante sacrificio resultaron apabullantes, chocaron totalmente con mis recuerdos de una Barcelona veraniega, de hombres guapos en trajes de baño, música a todo volumen hasta el amanecer y comida wok. Una Barcelona de turista, pues. Y sentí tan sano pensar en el contraste que, nada más por eso, la película valió la pena, porque abrió ventanas en mí. Y Bardem tan completo, un argumento complejo, unas escenas pulidísimas y unos movimientos de cámara increíbles, que enseñaban más de lo que se veía, terminaron por mojarnos las mejillas a los dos… Veredicto final: nos gustó. No más críticas a la Academia, salvo porque la peli mexicana mexicana no es. Y el sabor amargo que nos dejó su dureza sé que aparecerá en charlas en el futuro, estoy segura, porque vimos la historia de un papá.

Después regreso a casa y comida de mamá. Tortas de carne. Qué más. Pocas veces podemos sentarnos a la mesa sin apuros, y hoy se pudo. Me contó los chismes de la cuadra, que recolecta copiosamente desde que es consejera espiritual del mundo. Su principal ocupación de los últimos días ha sido que yo tenga una tele. Ella ocupa la que era mía, porque cuando se descompuso la suya yo no la necesitaba, no estaba, y se siente culpable por lo que considera una invaluable pérdida. Entre tortilla y tortilla me dijo, como aviso comercial, que una de las señoras de la vecindad de enfrente (donde viven rateros, narcomenudistas y golpeadores de mujeres, entre otros especímenes comunes en México) se iba a un asilo esta semana y estaba vendiendo su tele en 800 pesos. “No mamá, no tengo dinero, y no necesito tele”. "Bueno". Siguió. Me contó lo que la señora le había confesado con dolor. Que ella no se quería ir, pero que no tenía de otra. La historia es tristísima. Que su hijo, con dinero y espacio para cuidarla, no la procuraba. Su esposo, suicidio hace un año, y su hija, loca, literal, porque su esposo (el de su hija, no el suicida) le había pegado cuando estaba embarazada de gemelos y los había perdido. Ahora la mujer de repente se deschaveta y arrulla el aire, y para sobrevivir vende chicles en la salida de no sé qué metro (igual que mi padre, mi madre no sabe de detalles, ¿será por eso que yo soy como soy?), es alcohólica y drogadicta. Por obvias razones ella tampoco podía cuidarla, así que al asilo. Mi madre, conmovida, hace sólo lo que puede: le da la comunión cada semana y la visita, para platicar de los dolores.

Mientras me contaba el cuadro, yo pensaba que los errores macro del país jamás tendrían solución con historias como las que mi mamá escucha todos los días porque simplemente no se puede, y a casi nadie le importa. Entre pensamientos recordé lo de hoy, la matanza de Juárez de la madrugada (otra vez muchos, y jóvenes) y la historia del gallero-legislador. País jodido. Y aun así se me hinchó el pecho, admiré de nuevo tanto a la mujer que tenía enfrente y reanimé mis ganas. Segunda ventana del día. ¿O tercera? ¿O cuarta? Suficiente para que me sintiera tocada, por lo menos hoy, por algo bonito. Eran muchas chispas para un día. Y apenas empezaba la tarde...

Todavía me esperaba más. Día sin compromisos nocturnos, porque quería estar conmigo, nada más, para descansar y hacer los pendientes que sólo se pueden hacer en soledad, pues no he estado sola en mucho tiempo. Leer, primero. Llegué a El País y luego a Babelia, dedicada a los múltiples volúmenes epistolares editados en los últimos meses. Desde que abrí el cuadernillo sabatino supe que algo pasaría. El prólogo de José María Ridao me hizo pensar, primero, en la nostalgia por la muerte de las cartas por la modernidad.

Si de algo se puede sentir una justificada nostalgia, no es de la ceremonia colectiva que exigía el envío de una carta privada, sino del valor que esa ceremonia concedía implícitamente a la palabra escrita. La publicación de epistolarios que está irrumpiendo con fuerza en el mercado editorial tal vez sea el último homenaje a un género que no renace muerto, sino que, precisamente por estarlo, es por lo que renace.

Tras esa primera lectura, “El género imposible”, apunté ipso facto todas las cartas virtuales (sí, cartas, no correos) que debía. Brighton por dos, Madrid, Tucumán, Tijuana y algún lugar de Brasil, Sao Paulo, si las cosas no han cambiado. Me recriminé por hacer esperar tanto tiempo, no porque se necesitaran respuestas automáticas, sino porque yo necesitaba.

Pero también el texto de Ridao me hizo ir otra vez a Barcelona, mi Barcelona, y en la nostalgia, mi nostalgia, como varias muchas veces este año. Recordé como si fuera ayer la tarde-noche que esperé que Blas llegara a su piso, donde yo me quedaba, sentada en una banca de la avinguda Josep Tarrandellas leyendo precisamente a Ridao, Mar Muerto, su último libro. Recordé lo confuso de la historia y la melancolía por no haber visto ese mar desde Turquía teniéndolo tan cerca, a pasos. Pensé en lo que a veces no se puede simplemente porque no.

Y luego llegué al texto de Javier Rodríguez Marcos, de quien me hice fan fan fan allá. Sobre Cortázar y Cartas a los Jonquières. Más recuerdos. Cuando Dana me convenció en dos segundos, frente a Bellas Artes, de que comprara el volumen a pesar de mi bancarrota, hace un par de meses. Recién había llegado a suelo mexicano. Simplemente no estaría contenta sin él, me dijo. Luego su lectura, dolorosa muchas veces, porque Cortázar cuenta a su amigo pintor-poeta con lujo de detalles cómo se instaló en París, qué hacía en sus tardes, cómo viajaba, cómo vivía el amor con Aurora. Después, recordé con coraje hacia mí misma la pausa a la mitad, por el trabajo y por Vargas Llosa y por mi desorganización y por lo de siempre. Desidia, de nuevo.

Terminada Babelia hice lo único que podía hacer. Retomé el libro blanco, y justo tocaba la carta que cita Rodríguez Marcos en el texto de hoy, fechada en Roma el 9 de diciembre del 53:

Hasta ahora Europa me ha invadido de tal manera que no me deja ser yo mismo. Todo el tiempo estoy siendo otras cosas, el paisaje, los cuadros, los olores, la felicidad. Te digo con enorme egoísmo que no me importa no escribir. Nunca creí en las “misiones” de los escritores, y entiendo que el escritor trabaja por las mismas razones hedónicas que el opiómano enciende la pipa o el violinista toca Bach. Y mi felicidad personal –tantos años retaceada, disminuida, ersatz-izada en la Argentina– me vale más que todo lo que pueda escribir. Si me pongo a trabajar, será para seguir siendo feliz, o para combatir alguna infelicidad.


Chispa a la potencia. Otra ventana para mi día. Leí la siguiente carta.

¡Chispa de nuevo! ¡Explosión! ¡El origen de las instrucciones! ¡¡Sí!! ¡¡De las instrucciones cortazarianas!!


El otro día se me ocurrió que si tengo tiempo y ganas, voy a escribir un
Manuel de instrucciones. Esto nació de que Aurora y yo habíamos ido a San Giovanni in Laterano para seguir explorando el museo… Noté, entre varias cosas notables, que vendían unos libritos con “instrucciones para subir la Scala Santa” y me pareció muy bien. Tan bien me pareció que me di cuenta hasta qué punto estamos huérfanos de buenas instrucciones para hacer cantidad de cosas importantes. Harían falta instrucciones para beber una tacita de café, por ejemplo, o para sentarse en una silla...


Para estas alturas de la noche yo ya veía puras señales de otro mundo. Habían sido demasiadas buenas vibras enviadas para mí. Y hay mucho más que decir. Antes, en días anteriores, Cortázar ya le había contado a Eduardo Jonquières el inicio de los cronopios, pero es también en esta carta, la primera que le escribió a su amigo en 1954 (el 15 de enero), donde encontré una gran definición de estos seres, que me hizo sonreír y sonreír:

Nos hicimos regalos de Navidad: Auro
ra recibió una otto veste que necesitaba, y yo un prodigioso calidoscopio. Este calidoscopio (300 liras en La Rinascente) me sirve entre otras cosas como pruebacronopios. Cuando viene alguien a casa yo le ofrezco en seguida el calidoscopio. Si se enloquece, salta por el aire, etc, lo proclamo cronopio. Si condesciende con una sonrisa de buena educación, lo mando mentalmente al corno. Te aconsejo que tengas uno. Te mostrará más cosas sobre una persona que el Rorschard...

Y así, pensando en esto, escribiendo de esto, se me ha hecho noche y madrugada y debo parar ya, para no darle espacio al insomnio, que todavía sufro, aunque tenga tanto que escribir para recordar, porque días como hoy tienen que ser recordados en los momentos bajos y oscuros. Tenía que escribirlo.

Y ahora que quiero terminar ya esta carta-post de mi día mágico, recuerdo otra cosa, y no puedo evitar sufrir un poquito. El día no podía estar completo sin lágrimas, siendo yo así, tan llorona como soy. Todo por aquél correo que recibí el último día de mi cumpleaños, que lei en mi cuarto piso en Ascao, Madrid, un correo que sólo la persona que más me conoce en este mundo podría haberme escrito. Tras unas líneas de felicitación, las más sentidas, sin duda, pero ya de las más lejanas para mí, un epílogo incrustado que ahora leo y que quiero pensar como el resumen de mi año, que afortunadamente todavía no termina y en el que tanto he visto, pensado, vivido… Y sólo él podría haberme recordado a Cortázar, sólo él…
***
Viajes

Cuando los famas salen de viaje, sus costumbres al pernoctar en una ciudad son las siguientes:

Un fama va al hotel y averigua cautelosamente los precios, la calidad de las sábanas y el color de las alfombras. El segundo se traslada a la comisaría y labra un acta declarando los muebles e inmuebles de los tres, así como el inventario del contenido de sus valijas. El tercer fama va al hospital y copia las listas de los médicos de guardia y sus especialidades.

Terminadas estas diligencias, los viajeros se reúnen en la plaza mayor de la ciudad, se comunican sus observaciones, y entran en el café a beber un aperitivo. Pero antes se toman de las manos y danzan en ronda. Esta danza recibe el nombre de "Alegría de los famas".

Cuando los cronopios van de viaje, encuentran los hoteles llenos, los trenes ya se han marchado, llueve a gritos, y los taxis no quieren llevarlos o les cobran precios altísimos. Los cronopios no se desaniman porque creen firmemente que estas cosas les ocurren a todos, y a la hora de dormir se dicen unos a otros: "La hermosa ciudad, la hermosísima ciudad". Y sueñan toda la noche que en la ciudad hay grandes fiestas y que ellos están invitados. Al otro día se levantan contentísimos, y así es como viajan los cronopios.

Las esperanzas, sedentarias, se dejan viajar por las cosas y los hombres, y son como las estatuas que hay que ir a verlas porque ellas ni se molestan.

***

¿Verdad que fue un día de oro? No hubiera podido dormir sin escribir, sin relatarlo tan largo, como una carta de antaño. Por eso, para no perder esto tan bonito, para rememorar lo vivido cuando ande a oscuras, escribo y escribo y escribo. También por eso ya tengo boletos de avión, para que estas ventanas que tengo abiertas no se cierren, para poder seguir siendo capaz de ver las señales del más allá incluso en la rutina más rapaz. Por eso me levanto temprano y me desvelo. Para mantener esto que siento. Por un día como hoy…

Repeticiones

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Un día, cuando estaba cepillándose el cabello frente al espejo, reparó en que esto ya lo había vivido. Así, de la nada lo recordó, en un día jodidamente normal, un día lleno de rutina y sin un solo soplo de viento refrescante. Y hasta la fecha había apuntado. La revelación ocurrió porque ella sabía hace años, cuando pasó, que en el momento en que tuviera que recordarlo no podría hacerlo sola, así que tomó una hoja en blanco y copió el poema. Luego pegó esa hoja en la pared con un pedazo de masquinteip, junto al espejo, en el lado izquierdo, para ser exactos. Sí, ese espejo que no había cambiado de lugar en por lo menos una década. Y ahora, en ese día, jodidamente mediocre, reparó en que la hoja seguía allí, pegada, maltratada y llena de polvo, pero pegada, junto a la única frase de Octavio Paz que se animó a escribir en la pared para que su padre no le dijera nada, porque su padre Odiaba con mayúscula a Paz, ese mamarracho que ayudó a Salinas y al PRI siempre, ese que compró el Nobel. Así, junto a "Merece lo que sueñas" estaba el poema, fechado el 23 de abril de 2002. ¿Por qué escribió el día exacto, si ella nunca repara en las fechas importantes? ¿Si hasta el cumpleaños de su madre se le olvidó este año por andar adolorida? No lo sé, pero volteó. Y recordó lo que el primer viajero importante en su vida le había dejado...

Esta barca sin remos es la mía.
Al viento, al viento, al viento solamente
le he entregado su rumbo, su indolente
desolación de estéril lejanía.

Todo ha perdido ya su jerarquía.
Estoy lleno de nada y bajo el puente
tan sólo el lodazal, la malviviente
ruina del agua y de su platería.

Todos se van o vienen. Yo me quedo
a lo que dé el perder valor y miedo.
¡Al viento, al viento, a lo que el viento quiera!

Un mar sin honra y sin piratería
excelsitudes de un azul cualquiera
y esta barca sin remos que es la mía.


CP

Y luego ahí, pegado como costra del recuerdo, en la misma hoja del primer dolor, un pequeño poustit amarillo, de quién sabe cuándo, pero ella recuerda que meses después. La continuación, renegando del primer sentimiento de abandono. Porque así era ella, renegaba hasta de sus decisiones más trascendentales, a pesar de estar segura de que eso lo había deseado así, sin dudas.

... Los verdaderos viajeros son sólo los que parten por partir; corazones ligeros, iguales a los globos, que nunca se separan de su fatalidad y, sin saber por qué, dicen siempre ¡Adelante!

ChB

Luego, en lo que quedaba del corto fondo amarillo, remató con un sentimiento, ése sí suyo: "¿Vale la pena morir por ti?". Sonrió cuando releyó, porque sabía que eso estaba ahí para recordarle que le gustaba más Francia que Tabasco, que el tiempo corría y que era mejor eso de la ligereza en una mujer, como diría Girondo, que un sinrumbo perpetuo. Sonrió a la que estaba en el espejo, desde muy adentro. Pero si ya lo había vivido, se dijo, mientras terminaba de cepillarse. Y ya me había contestado desde años atrás, pensó. ¿Para qué perdía el tiempo haciéndose preguntas si ya lo sabía? ¿Para qué llorar más? Le dieron fuerzas para vivir así como estaba un ratito más, aunque fueran muchos días, y pensó con corazón ligero, pensó en dónde había dejado el libro que le describía la avenida Tacna, su siguiente parada. Y no importaba que las fuerzas le duraran unas horas, un día. Lo importante es que eran sus fuerzas, sus fuerzas...

Porque me senté en esa banca...

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Aviones

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Hoy me escribiste. Me dijiste que estás feliz de ayudarme a cargar aunque sea unos días esta pesada losa de culpa, de recriminación, de desolación que niego a cada minuto. Yo sé que también puedo ayudarte, aunque sea con un abracito. Porque estamos en un limbo, tú allá y yo acá. Recibí tus líneas como oxígeno, porque tienes razón, yo tampoco sé cómo enfrentar que te extraño, que conjuro todo en ayer, por eso ya voy...

México. Día 30. Atardeceres

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Se acabó el mes. Y yo persiguiendo a electricistas por toda la ciudad, platicando con ciudadanos que se sienten indefensos pero que todavía creen en el periodismo como antídoto, visitando diputados locales, viendo escenas impresionantes de Oaxaca, Veracruz y Tabasco, siguiendo en vivo el rescate del presidente ecuatorano, leyendo a Baudelaire, tomando el mejor café del Centro Histórico y guardando una foto que me recuerde cuando tenga 50 años dónde andaba un mes después, encontrándole sentido a todo...

JC lo volvió a hacer...

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Hoy, hace unos minutos. Me susurró al oído que él y yo somos seres tristes, "por eso valoramos y construimos de tal modo la amistad, para crear de a dos, de a tres o de a cinco unas islas en el tiempo". Luego me dio cachetadas, y tiene razón. Yo qué me tengo que meter en su correspondencia con Eduardo, a mí qué me importa cómo vivió con la Vespa y con el autostop y cómo aprendió a sentir París. Yo qué tengo que saber cómo extrañó a Aurora (ella todavía lo extraña). Por qué tengo que leer algo que no es para mí. ¿Qué no me doy cuenta que me lastimo? ¿Qué no veo que no tengo necesidad de meterme en torbellinos? A veces quisiera que las vidas no se parecieran tanto, porque ya sé los desenlaces, y ninguno me queda ahora. Ninguno. Quiero una ciudad que me enseñe, como a él, la sola cosa necesaria. Yo busco los deditos en la ventana y mi ventana sólo me muestra el piso...

Derivamos, entonces, por París, entrando en algún café a beber algo,
comprando raros bizcochos, averiguando precios de hoteles y pensiones por el
solo gusto de pensar qué bonito sería vivir en la rue du Bac o en la rue du
Seine o en la place Furstenberg. Vemos venir la tarde, sin conciencia del
tiempo; si hace gris, nos metemos en el Louvre, o en una iglesia, o exploramos
el Marais. Bien puedes imaginarte que el diálogo con Aurora me es aquí
particularmente delicioso; tiene una sensibilidad sin los arrebatos culpables de
la mía, y un sentido del humor que nos lleva a reírnos como dos adolescentes por
las cosas más absurdas. Como te imaginas, ya está organizado y crecido ese
maravilloso mundo de las frases-clave, de las alusiones con valor secreto, de
las coincidencias telepáticas, de los encuentros mágicos, de las coincidencias y
divergencias necesarias... Y leemos, y escribimos, y otro día de París queda a
la espalda. Pero ya el próximo pone sus deditos en la ventana...".


"Assez, Il faut pas jongler avec le bonheur, c'est trop fragile et trop précieux".

Aunque él tenía 39 para ese entonces...

En una semana

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No sé cuándo pasó, pero pasó. He llenado mi cabeza de lugares comunes. Quizá como salvavidas, porque eso me hace creer que hay fórmulas infalibles que desatoran a los seres humanos en los momentos bajos, oscuros, como algunos momentos que de repente vivo. Los tiempos muertos, ja. Es que también es más fácil rendiste ante “el tiempo lo cura todo” y cosas de esas aunque no las creas que estar pensando en que no es así, por pura comodidad mental. Y eso que he tratado de mantenerme lejos de lo que ya no está, en lo posible, porque si algo estuvo y te dejó cicatrices no es suficiente con que ya no esté para borrarlo. Ya ni lucho con eso, mejor lo asumo y sigo caminando…

Y el entorno me ha tratado bien, me ha puesto colchoncitos para que mi aterrizaje paulatino a mi ahora no sea tan de sopetón. Logré ya recuperar mi identidad en el trabajo, los temas que me interesan, la gente a la que quiero entrevistar… La semana pasada tuve largas charlas con dos que saben lo que yo quiero saber. Se tomaron la molestia de explicarme despacito lo que se fue desintegrando de este país mientras yo estaba lejos. Me confirmaron, como siempre, que me falta mucho para saber y entender, me dejaron muchas dudas y retos intelectuales y me ofrecieron su ayuda para construir cosas en un futuro y poder publicarlas. Bendita profesión que tengo. También charlé y charlé con mis profes-amigos de lo importante, de cómo puedo reconfigurar mi vida sin que dejar de lado mi trabajo, porque ellos la comparten y saben de qué hablan. Les dije lo que me dolía sin reparos y me ofrecieron su objetividad. Me fue tan bien que hasta me regalaron unos chiles en nogada y un caso de corrupción. No podía pedirles más, pues me han formado desde que me conocieron. Encontré también, de nuevo, un compañero de aventuras diurnas y nocturnas a nueve casas de mi vida y con 22 años de antigüedad, nada complicado y muy apasionado por lo que hace, igual que yo, que trae la chispa por dentro y contagia aunque no quieras. En realidad fue más bien un reencuentro, pues nos alejamos porque sí, de esos alejamientos que ocurren porque la vida es cotidiana y ya y no pasan hasta que te das cuenta que pierdes mucho si no te acercas de nuevo. Con él me veo bien, estoy bien, completa y sin hipocresías, pues no tiene fantasmas en la cabeza. También me reencontré en un Sanborns cualquiera con la única hija que he tenido en la vida, y nuestros planes a futuro son tantos que me alegro de haber pasado por dolores para disfrutar ahora más nuestro estar juntas. Ella sola es un refugio para mí. Y ya comenzó la cuenta de las cenas a media luz en la Condesa con las amigas de la vida, donde las carcajadas y los apapachos no faltan, con las que puedo hacer planes para ir a Timbuctú o Bali o Taxco sabiendo que todo plan será tomado con la seriedad que implica saber que de eso depende nuestra felicidad en el corto plazo, porque así es. O el reencuentro en una cantina junto a Bellas Artes con las mujeres literarias que me marcaron por siempre, aunque no lo sepan, para retomar nuestros eternos debates en el Metro años atrás cuando yo aseguraba que terminaría una carrera en literatura y tendría la marca azul y oro, que tengo, pero sin título. Ya hay fechas para Bunbury y conciertos de jazz y pláticas de libros con ellas y más. Estoy llena de conciertos, mañana es el primero. Ya despedí también a amigos que se fueron a vivir su experiencia al otro lado del mundo, que regresarán como yo, con ganas de cambiar más allá de lo que creyeron, y más enamorados que como se fueron, lo sé. Más satisfecha por esto no puedo estar. Aunque sean lugares comunes, estoy llena.


Así, un huracán. Colores, voces, sentimientos de siempre. Me la he pasado sonriendo por el reconocimiento de lo que soy y he construido en estos 27 años. Pero lo más grande no ha sido esto, sino lo nuevo de lo que creía conocer. He ido descubriendo día a día, con gran emoción y nudos en la garganta, que la mamá que dejé no es la misma. Ahora la mujer que me encuentro todas las mañanas por la casa es más fuerte y decidida, con muchas horas de clases de tanatología e idas a misa y consultas a los vecinos en la espalda, toda una líder, una heroína que ya no tiene miedo de dejar volar a sus hijos porque ella ya vuela, sin necesidad de papá ni de nadie. Se hizo realidad uno de esos milagros con los que soñaba de niña y ni me di cuenta cuándo pasó. Quizá por eso, porque es un milagro. O ver a mi padre cada vez más seguido sorbiendo un café de El Popular, a pasos de la Catedral Metropolitana, el mejor café del mundo conocido por mí, sin duda. Me tenía que ir meses para que ambos nos diéramos cuenta de que nuestras charlas sobre López Obrador y el narcotráfico y la corrupción y la crisis económica y la injusticia y la pobreza y el béisbol son verdaderamente indispensables en nuestras vidas y tenemos que hacerlas con la mayor frecuencia posible porque si no México sería más caótico de lo que es, pues nosotros le damos orden al mundo cuando estamos juntos, charlando. Así de contundente es mi juicio. Sin duda el placer de las cosas sencillas es lo grandioso, lo que no había podido ver estos días por estar pensando en dolores…

Aunque todavía momentos muertos me carcomen el alma de vez en cuando, también tengo toquecitos de magia para mi cotidianeidad. No sé cómo describir lo que siento cuando encuentro mensajes del otro lado del mundo con impresiones sobre el Bicentenario mexicano o sobre la nueva peli de la Roberts, detalles de relaciones tormentosas, historias de apuestas por nuevos proyectos, recuerdos de recetas de cocina con duraznos o que Madrid ya huele a otoño. Saco chispas, no quepo en mí. O cuando encuentro fotos nuevas sobre lo vivido, ventanitas en color al pasado, no puedo sino sonreír y agradecer, aunque de repente el pecho sienta mucho peso. No he tenido mucho tiempo de escribir, de regresar los múltiples toques de magia como quisiera, pero lo haré, porque tengo mucho que contar. Primero, que poco a poco rehago mi camino, y mis planes ya no tiene fronteras…

Esta semana hasta he dado otro pasito para superar lo más pesado. He dejado claro lo que no quiero aquí, a pesar del dolor y el recuerdo. A la larga mi corazón me lo agradecerá. No dudo. Y hasta aquí por hoy, porque el Odis se levanta tempranísimo.

Ella me lo ha dicho siempre...

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... desde que nací. "Es que tú eres como un libro abierto. No, Jésica, no seas así porque luego te vas a encontrar con esa gente que por no lastimarse lastiman. Y tú siempre confiadota, diciéndole todo a medio mundo".

Sí, tenía toooda la razón. Pero aprendí la lección rapidito. Bueno, quizá vuelva a caer... pero ahorita no. Por eso sonrío.

México. Día 19.

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Hoy terminé de desempacar... por fin. De lo reunido allá dejé sólo lo más indispensable a la vista, lo que me trae felicidad (una medallita de la suerte, un libro rojo, un vasito verde para una vela, un llaverito de la torre Eiffel) para no distraerme más de mi presente, no porque estos días haya vivido en el pasado, no, sino porque ya es justo y necesario darle la vuelta a la hoja. Lo demás está guardado. Por mi bien, como dice Moi. He logrado encontrar equilibrios entre mi rutina de aquí y mis pendientes en el espacio. Por ejemplo, decidí que la hora para los correos arrebatados será la madrugada, llegando del bullicio de afuera, si no hay alguien conmigo, porque soy más sincera y extensa y espontánea. Comencé esta semana, y me sentí bien, relajada tras contar y contar. También decidí claudicar, renunciar a explicar a quienes no estuvieron, porque nadie me entiende, y me siento sola. Aquellos que no escuchan por escuchar no están aquí. Se han cansado de leerme en todas las formas. En las próximas madrugadas todavía más. También dije por fin lo que tenía que decir para cerrar malos ciclos, lo que dará pie a que diga, ahora sí, lo que de verdad creo sin sentirme culpable: que la gente con dobles discursos no vale la pena, y menos estando acá. Liberación total, no más palabras gratis ni te quieros gratis ni cariñitos gratis, porque nunca hubo algo grande, ahora lo veo, ni hipócritamente. Casi felicidad. No, no es verdad, la felicidad está lejos, se me quedó en un balcón, en unos abrazos, en unas charlas de madrugada parada en una puerta, en una cena japonesa o en un bus, en un avión, en una playa. Otra vez, a reunirlo todo en palabras de madrugada. Estoy tan bien que ya hasta me veo aquí en plural, estoy en plural. Lo único que me aterra ahora son las secuelas que no creí que perduraran, insomnio, ansiedad, ganas de salir corriendo. Ésas todavía no se me quitan. Pero cómo, si apenas van 19 días... Apenas 19 días...

Está de pie frente a mis párpados,
sus cabellos entre los míos.
Tiene la forma de mis manos
y tiene el color de mis ojos.
Y fui por ella devorado
como una isla por el mar.
Tiene los ojos siempre abiertos,
me tiene siempre desvelado;
a plena luz sueña sus sueños
que hacen declinar el sol,
me hace reír, me hace llorar
llorar y reír, y hablar
sin tener nada que decir.
PE

El Bicentenario en el que creo

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"Una generación entera de mexicanos se ha despeñado en la dolosa negación de los ideales de independencia que pretendemos celebrar. Ha sido condenada a la subordinación, el exilio, la exclusión, la criminalidad, la injusticia, la ignorancia y la indigencia clandestina de la informalidad. Sombras humanas que se desvanecen en la abolición implacable de su dignidad".

Porfirio Muñoz Ledo, durante la sesión solemne en el Congreso de hoy.

"A las cartas les hace bien el mar"

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Me gusta escribir largo a los amigos porque es como una operación agresiva contra el tiempo, recortar en el tiempo París dos horas Buenos Aires. No sólo por gusto nostálgico -aunque eso esté, naturalmente- sino por lealtad a las cosas y a los seres definitivamente elegidos. La verdad es que quisiera contar muchas otras cosas, y que cierro cada carta con una pequeña sensación de estafa. Hay tanto aquí, cada día trae tal variedad de experiencias, que sólo un Swift sería capaz de registrarlas todas en una correspondencia. Y luego que el derroche de mi tiempo entraña el del tiempo ajeno, y no debo olvidarlo.

Julio Cortázar en una carta al poeta y pintor Eduardo Jonquières, enero de 1952

Buenas nuevas

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"Un periodista tiene dos pies. Tú tendrías que haber tenido uno allá y otro acá. Estoy decepcionado de ti". Mirada dura, como nunca antes. Reprochaste. Que te olvidé, que olvidé mi país, que olvidé mis compromisos, que no tengo imaginación ni iniciativa, que perdí mi tiempo, que creo que todo lo merezco. No respondí. Me dolió. Te quiero, te respeto y te admiro. Pero ahora mi cuerpo es dorado y bailo frente al espejo a todas horas y tengo muchas almas cerquita de mí. Ahora sé dónde está la luz que busco. Me demostré a mí, no a ti ni a los demás, que puedo hacerlo todo, que detrás de ti hay un mundo mágico. Tengo dos alas, y no son tuyas, son mías, nada más mías...

México. Día 1

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¿Cómo es posible condenar algo fugaz? El crepúsculo de la desaparición lo baña todo con la magia de la nostalgia...
Milan Kundera


Últimamente me encuentro muy ocupada, tanto que ni siquiera me preocupo por ver dónde estoy, qué suelo piso. Otras veces no me percato ni de lo que le digo a mi(s) interlocutor(es) aunque, siendo sincera, me pasa mucho más cuando camino, sola. Es que mi mente no está donde estaba antes, es decir, donde yo estoy. Se va a viajar, al pasado. Se ocupa tanto y a todas horas que ya llevo muchos días sin poder dormir bien, y la cabeza ya me explota. No lo hago porque quiero, aclaro. De hecho, preferiría estar donde estoy, no en el limbo. Pero no sé cómo hacerle. He contactado a todos mis gurús, los nacionales y extranjeros. He enviado correos desesperados buscando respuestas, líneas y líneas de casi súplicas, contando mi padecimiento, pero nadie sabe qué decirme. Los que saben de qué hablo, porque lo han vivido, no han podido regresar del limbo todavía. Los que no saben dicen que se me va a pasar, que es normal, que espere, que no pida milagros, que llevo un día en una realidad que era la de antes, aunque ya no soy la de antes. Yo peleo: no es por llegar al país que estoy así, llevo semanas con esto, todo el tiempo estoy muy ocupada. Porque esto es una ocupación, una gran ocupación, gran no por maravillosa sino porque ocupa espacio, pensamientos, que deberían estar libres para poder seguir tranquila, sin ansiedad ni insomnio ni nostalgia ni insatisfacción.

Esta ocupación que padezco tiene espacios-tiempos favoritos, en los que casi siempre me veo riendo... o llorando. Un piso en una cuarta planta sin elevador, con un reloj que siempre marca cuarto para las cuatro, así se vaya a caer el mundo, despertares musicales, carcajadas y llantos entre confidencias; un pizarrón blanco y poemas, en Ascao. Una redacción cálida, viva, con grandes periodistas. Unos arcos inmensos, un castillo, guantes, gorros y frío frío frío en Segovia. Unos ángeles de piedra, una vista y unas escaleras, primero frío y luego fuentes de colores y canciones de Disney, en Montjuïc. Una marinera rumana lesbiana, un noviazgo de una noche y ocho copas en León. Un barman barbudo, de ojos profundos, sillones rojos y confidencias junto al Duoro, en Oporto. Un bar en Granada con toques de Buñuel, gritos andaluces, ron y lo que siguió. Un césped junto a una torre inclinada en Pisa; tormentas, cuerpos perfectos, unas pizzas frente a Neptuno y Filippo Lippi, en Florencia. Un pueblo blanco en lo alto, Mojacar, a unos cuantos kilómetros del mar, una farmacia contra la gripe, un Loro Azul, cojines, una cama blanca, un balcón, un vestido morado y mis pies descalzos. Un beso casi robado en Sol y la victoria del Atleti. El mar azul de una cala, una bici y un video, un inglés bonachón y agua fría, en Mallorca. En Marsella, la granadina del Mónaco rojo, una playa helada, un primer té de menta, un fotógrafo, un puerto y una ilusión. Un atelier con la ventana perfecta, un jardín, una foto, un menú incomprensible con la mejor companía y un vino rosado sin precedentes, en Provenza. Una cena a media luz en Trastevere, donde sólo el amor y el desamor tenían cabida; una cama de menos, caminadas eternas y un refugio religioso, en Roma. Un auto chiquito chiquito en Sicilia, casetas de cobro de horror, ruinas griegas ocres, recuerdos no comprados y la pobreza total; la madrugada con Monsi, desilusión, una calle de mala muerte y Ernestito, en Palermo. Un mercado de pescado lleno de música en Essaoura, una playa sui géneris, un hombre con ojos de desierto y sangre caliente, Jimmy Hendrix y deseos reprimidos. Jugo de naranja, un dedo malo y sabores baratos y más deseos reprimidos, en Marrakech. Un bar y una vista en Montmartre, llanto inútil en Le Marais, jardines reales, una canción en el Sena y un beso antes del Metro. Un avión perdido. Café Tacuba y Jarabe de Palo en La Eliana, el mar más perfecto, fotos de topless y una explicación de las enfermedades, en Valencia. Un viernes caluroso, un helado y mi desilusión, otra vez. La Furia, festejo festejo festejo festejo rojo, espera de horas y caminata solitaria en la madrugada. Una cena japonesa. Una canción a capela. La primera noche de lágrimas, en mi balcón, noche de historia de la música y sorpresas. Una despedida sin dormir. Una cena en el Danubio, la perfección del Parlamento húngaro y sus guardias, y carcajadas. Una visa perdida, un viaje perdido, una esperanza perdida y confesiones tras horas de charla en un ático de Praga. Paredes pintadas, un menú japonés, un edificio mágico, DJs, actitudes novedosas con llanto incluido y una dolorosa carta, en Berlín. Bucarest sin visa, una última noche, parques y mentiras piadosas. La Barceloneta, más desilusiones, una cena de toros y una noche de brincos. Una cena italiana en Madrid, el último Pez Gordo, el último abrazo...

Todo eso, al mismo tiempo, sin ningún orden, dolorosísimo. A veces en blanco y negro, a veces a color. ¿Cuándo voy a tener tiempo de pensar en el ahora otra vez? Paul Auster, José María Ridao y Milan Kundera han apaciguado mi mente, pero por momentos, sólo mientras están conmigo. ¿Mientras? Si alguien sabe los pasos para superar las pérdidas que me lo diga porque, a pesar del prometedor futuro, mi nostalgia es infinita, hasta de lo que me dolió y creí que nunca más querría recordar. Hoy sólo tengo una canción, para andar sin pensamiento...

Mis anocheceres en el Sena

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Hay que ser justos -dijo la Maga-. Pola es muy hermosa, lo sé por los ojos con que me miraba Horacio cuando volvía de estar con ella, volvía como un fósforo cuando se lo prende y le crece de golpe todo el pelo, apenas dura un segundo, pero es maravilloso, una especie de chirrido, un olor a fósforo muy fuerte y esa llama enorme que después se estropea. Él volvía así y era porque Pola lo llenaba de hermosura. Yo se lo decía, Ossip, y era justo que se lo dijera. Ya estábamos un poco lejos aunque nos seguíamos queriendo todavía. Esas cosas no suceden de golpe. Pola fue viniendo como el sol en la ventana, yo siempre tengo que pensar en cosas así para saber que estoy diciendo la verdad. Entraba de a poco, quitándome la sombra, y Horacio se iba quemando como en la cubierta del barco, se tostaba, era tan feliz.

Rayuela, Capítulo 27

El video del fin de semana

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Para sonreír todo el tiempo...


Atardeceres

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La tarde no podía ser mejor. El sol brillaba, pero no comía la piel, y el viento refrescaba sin despeinar. Estaban en silencio, sólo ellos. Era la primera vez que se encontraban totalmente solos desde que se conocieron. De repente él comenzó a hablar, pausadamente, para ella. Olvidémonos de Norteamérica y Sudamérica y de su futuro, olvidémonos de todos. Si aceptas, te regalo parte de mi sueño y nos quedamos aquí. Encontraremos un lugar donde dormir que tenga una ventaja por pared, para que lo oloroso de lo verde entre por las mañanas, incluso antes que la luz. Quedémonos aquí, aunque la arena de la playa no sea fina, así, al sentirla, nos recordará que estamos tocando el suelo y esto es real. Dejemos que todos vuelvan y quedémonos aquí, aunque no conozcamos la lengua, y te prometo que si aceptas te toco la mano por primera vez, sin discursos de pretexto, y hasta te digo lo que veo en tu cabello y lo que me haces sentir cuando me ves, o cuando te leo. Quedémonos aquí, vas a ver que si estamos juntos se nos olvida rápido que veníamos con recuerdos, y te prometo que te hago fuegos artificiales, como los que te conté la otra noche. ¿Lo recuerdas? Ella se quedó como piedra, con todo y vestido de florecitas. Desde la primera vez que lo escuchó hablar soñó con el momento en que le dijera algo más que lo convencional, y ahora que él lo hacía se le acababan las fórmulas para reaccionar. Entonces le dieron unas ganas endemoniadas de tocarle la cara con las dos manos y besarlo de una vez por todas, para ver a qué sabía. Y el sentimiento de bola en el estómago que apareció cuando lo descubrió mirándola desde su lente se hizo más grande, y hasta le tapó la garganta. Pero cerró los ojos, respiró profundo la brisa de mar y se recuperó, hasta que pudo contestarle. Hagamos todo lo que podamos ahora, no necesito ni la costa ni la gran ventana ni nada. Sólo necesito estar contigo, que me dejes ser y yo también, que me tomes fotos y yo te escriba muchos versos. Y veamos muchos amaneceres y atardeceres, como hoy. No necesito fuegos artificiales tampoco, esos ya los siento aquí, adentro. Se acabaron las palabras. La próxima vez que se vieran, entre todos, ya no serían extraños...

¡Ana me descubrió!

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Propón

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No hay mejores propuestas que las que invitan a recuperar el tiempo perdido y los deseos guardados. Punto.

En el sur...

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Hay un lugar en el mundo donde el Metro está tan cerquita del mar que cuando sales de él la nariz se te llena del pescado fresco que venden todas las mañanas justo allí, a un paso de la entrada del subterráneo, en puestos improvisados que aparecen cuando se pone el sol y desaparecen a media tarde, pero el olor se queda todo el día, haya o no viento. Un lugar con hermosas calles grises, desordenadas, sucias, y algunas, las más suertudas, con escaleras formidables hacia ningún lado, calles cuyas banquetas están marcadas con postes bajos y negros, señales únicas del sendero por donde hay que ir. Con edificios altos color ocre y sepia y esculturas incrustadas, que tratan de escapar de lo que ya no es, reminiscencias de un pasado mejor, grandioso, y balcones con herrajes oxidados por el estar diario sin gloria. Un lugar donde los mendigos te llaman madame o monsieur mientras alargan su mano para pedirte una moneda, que quizá han pedido igual desde el inicio de los tiempos modernos a griegos, romanos, visigodos, otomanos y hasta nazis; hoy, a africanos, musulmanes, africanos-musulmanes y a los galos, por supuesto. Un lugar que expele vida en las coloridas burkas de las mujeres que la caminan, en los rumores en lenguas exóticas que se escuchan en las cafeterías de los callejones sin turistas, donde los hombres te ven sin parpadear, con mirada profunda, de reto. Una ciudad donde los grandes tratos pueden hacerse en un paseo cualquier tarde junto al Fort Saint-Jean, entre botellas de alcohol y un exquisito té de menta con piñones, o en un escondite de la estación de tren, que corona una loma sui géneris y desprende un tufo a amoniaco que se confunde con el olor de McDonalds y de los bocadillos de quesos perfectos. Una ciudad sin intentos hipócritas de ser refinada y culta, como sus vecinas. ¿Para qué? ¿Para opacar todo lo que de verdad se es en aras de lo conveniente?

De Marsella me quedo con todo esto, y más. Con sonidos nocturnos estruendosamente broncos; con una cortina de encaje color perla que me hace imaginar lo que no se puede decir; con lo sedoso del cabello de muñeca vieja; con un vaso de Mónaco; con Cassis y su agua de mar fría fría fría, su chiringuito de techo de ramas y las reflexiones sobre el amor; con una ensalada de calamares, la receta de una sopa de pescado y una lámpara blanca; con el sueño de las calles de Provenza, las ventanas irreales de Cézanne y la plática impredecible, de lujo, sin más. Me quedo con todo esto, sí, y guardo como tesoro más preciado las miradas que me acompañaron, insustituibles. Otra grata sorpresa que se guardará, inevitablemente, en el cajón de mis nostalgias de mañana.