En una semana

No sé cuándo pasó, pero pasó. He llenado mi cabeza de lugares comunes. Quizá como salvavidas, porque eso me hace creer que hay fórmulas infalibles que desatoran a los seres humanos en los momentos bajos, oscuros, como algunos momentos que de repente vivo. Los tiempos muertos, ja. Es que también es más fácil rendiste ante “el tiempo lo cura todo” y cosas de esas aunque no las creas que estar pensando en que no es así, por pura comodidad mental. Y eso que he tratado de mantenerme lejos de lo que ya no está, en lo posible, porque si algo estuvo y te dejó cicatrices no es suficiente con que ya no esté para borrarlo. Ya ni lucho con eso, mejor lo asumo y sigo caminando…

Y el entorno me ha tratado bien, me ha puesto colchoncitos para que mi aterrizaje paulatino a mi ahora no sea tan de sopetón. Logré ya recuperar mi identidad en el trabajo, los temas que me interesan, la gente a la que quiero entrevistar… La semana pasada tuve largas charlas con dos que saben lo que yo quiero saber. Se tomaron la molestia de explicarme despacito lo que se fue desintegrando de este país mientras yo estaba lejos. Me confirmaron, como siempre, que me falta mucho para saber y entender, me dejaron muchas dudas y retos intelectuales y me ofrecieron su ayuda para construir cosas en un futuro y poder publicarlas. Bendita profesión que tengo. También charlé y charlé con mis profes-amigos de lo importante, de cómo puedo reconfigurar mi vida sin que dejar de lado mi trabajo, porque ellos la comparten y saben de qué hablan. Les dije lo que me dolía sin reparos y me ofrecieron su objetividad. Me fue tan bien que hasta me regalaron unos chiles en nogada y un caso de corrupción. No podía pedirles más, pues me han formado desde que me conocieron. Encontré también, de nuevo, un compañero de aventuras diurnas y nocturnas a nueve casas de mi vida y con 22 años de antigüedad, nada complicado y muy apasionado por lo que hace, igual que yo, que trae la chispa por dentro y contagia aunque no quieras. En realidad fue más bien un reencuentro, pues nos alejamos porque sí, de esos alejamientos que ocurren porque la vida es cotidiana y ya y no pasan hasta que te das cuenta que pierdes mucho si no te acercas de nuevo. Con él me veo bien, estoy bien, completa y sin hipocresías, pues no tiene fantasmas en la cabeza. También me reencontré en un Sanborns cualquiera con la única hija que he tenido en la vida, y nuestros planes a futuro son tantos que me alegro de haber pasado por dolores para disfrutar ahora más nuestro estar juntas. Ella sola es un refugio para mí. Y ya comenzó la cuenta de las cenas a media luz en la Condesa con las amigas de la vida, donde las carcajadas y los apapachos no faltan, con las que puedo hacer planes para ir a Timbuctú o Bali o Taxco sabiendo que todo plan será tomado con la seriedad que implica saber que de eso depende nuestra felicidad en el corto plazo, porque así es. O el reencuentro en una cantina junto a Bellas Artes con las mujeres literarias que me marcaron por siempre, aunque no lo sepan, para retomar nuestros eternos debates en el Metro años atrás cuando yo aseguraba que terminaría una carrera en literatura y tendría la marca azul y oro, que tengo, pero sin título. Ya hay fechas para Bunbury y conciertos de jazz y pláticas de libros con ellas y más. Estoy llena de conciertos, mañana es el primero. Ya despedí también a amigos que se fueron a vivir su experiencia al otro lado del mundo, que regresarán como yo, con ganas de cambiar más allá de lo que creyeron, y más enamorados que como se fueron, lo sé. Más satisfecha por esto no puedo estar. Aunque sean lugares comunes, estoy llena.


Así, un huracán. Colores, voces, sentimientos de siempre. Me la he pasado sonriendo por el reconocimiento de lo que soy y he construido en estos 27 años. Pero lo más grande no ha sido esto, sino lo nuevo de lo que creía conocer. He ido descubriendo día a día, con gran emoción y nudos en la garganta, que la mamá que dejé no es la misma. Ahora la mujer que me encuentro todas las mañanas por la casa es más fuerte y decidida, con muchas horas de clases de tanatología e idas a misa y consultas a los vecinos en la espalda, toda una líder, una heroína que ya no tiene miedo de dejar volar a sus hijos porque ella ya vuela, sin necesidad de papá ni de nadie. Se hizo realidad uno de esos milagros con los que soñaba de niña y ni me di cuenta cuándo pasó. Quizá por eso, porque es un milagro. O ver a mi padre cada vez más seguido sorbiendo un café de El Popular, a pasos de la Catedral Metropolitana, el mejor café del mundo conocido por mí, sin duda. Me tenía que ir meses para que ambos nos diéramos cuenta de que nuestras charlas sobre López Obrador y el narcotráfico y la corrupción y la crisis económica y la injusticia y la pobreza y el béisbol son verdaderamente indispensables en nuestras vidas y tenemos que hacerlas con la mayor frecuencia posible porque si no México sería más caótico de lo que es, pues nosotros le damos orden al mundo cuando estamos juntos, charlando. Así de contundente es mi juicio. Sin duda el placer de las cosas sencillas es lo grandioso, lo que no había podido ver estos días por estar pensando en dolores…

Aunque todavía momentos muertos me carcomen el alma de vez en cuando, también tengo toquecitos de magia para mi cotidianeidad. No sé cómo describir lo que siento cuando encuentro mensajes del otro lado del mundo con impresiones sobre el Bicentenario mexicano o sobre la nueva peli de la Roberts, detalles de relaciones tormentosas, historias de apuestas por nuevos proyectos, recuerdos de recetas de cocina con duraznos o que Madrid ya huele a otoño. Saco chispas, no quepo en mí. O cuando encuentro fotos nuevas sobre lo vivido, ventanitas en color al pasado, no puedo sino sonreír y agradecer, aunque de repente el pecho sienta mucho peso. No he tenido mucho tiempo de escribir, de regresar los múltiples toques de magia como quisiera, pero lo haré, porque tengo mucho que contar. Primero, que poco a poco rehago mi camino, y mis planes ya no tiene fronteras…

Esta semana hasta he dado otro pasito para superar lo más pesado. He dejado claro lo que no quiero aquí, a pesar del dolor y el recuerdo. A la larga mi corazón me lo agradecerá. No dudo. Y hasta aquí por hoy, porque el Odis se levanta tempranísimo.

2 réplicas :: En una semana

  1. Amiga Jesi, me alegro de que comencés a sonreír nuevamente. Yo también empecé. Cuesta, pero, como dicen nuestros amigos ibéricos, merece la pena. Pasaba a saludarte y a decirte que me ha encantado tu texto. Las cosas que escribís me llegan mucho. Y yo también me voy a dormir, porque aunque en mi departamento no deambule ningún Odis, aquí son las 2.30 y mañana habrá que levantarse para ir a bajar teclas a la redacción. Un abrazo grande (te debo un mail).

  2. Querido Juanjo, un gran abrazo hasta Tucumán. Desde que regresé he encontrado tan gratificante la tecnología, porque me encuentro mensajitos de ustedes en cualquier lugar, hacen que me ponga contentita. Suerte en Argentina.

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