Hoy terminé de desempacar... por fin. De lo reunido allá dejé sólo lo más indispensable a la vista, lo que me trae felicidad (una medallita de la suerte, un libro rojo, un vasito verde para una vela, un llaverito de la torre Eiffel) para no distraerme más de mi presente, no porque estos días haya vivido en el pasado, no, sino porque ya es justo y necesario darle la vuelta a la hoja. Lo demás está guardado. Por mi bien, como dice Moi. He logrado encontrar equilibrios entre mi rutina de aquí y mis pendientes en el espacio. Por ejemplo, decidí que la hora para los correos arrebatados será la madrugada, llegando del bullicio de afuera, si no hay alguien conmigo, porque soy más sincera y extensa y espontánea. Comencé esta semana, y me sentí bien, relajada tras contar y contar. También decidí claudicar, renunciar a explicar a quienes no estuvieron, porque nadie me entiende, y me siento sola. Aquellos que no escuchan por escuchar no están aquí. Se han cansado de leerme en todas las formas. En las próximas madrugadas todavía más. También dije por fin lo que tenía que decir para cerrar malos ciclos, lo que dará pie a que diga, ahora sí, lo que de verdad creo sin sentirme culpable: que la gente con dobles discursos no vale la pena, y menos estando acá. Liberación total, no más palabras gratis ni te quieros gratis ni cariñitos gratis, porque nunca hubo algo grande, ahora lo veo, ni hipócritamente. Casi felicidad. No, no es verdad, la felicidad está lejos, se me quedó en un balcón, en unos abrazos, en unas charlas de madrugada parada en una puerta, en una cena japonesa o en un bus, en un avión, en una playa. Otra vez, a reunirlo todo en palabras de madrugada. Estoy tan bien que ya hasta me veo aquí en plural, estoy en plural. Lo único que me aterra ahora son las secuelas que no creí que perduraran, insomnio, ansiedad, ganas de salir corriendo. Ésas todavía no se me quitan. Pero cómo, si apenas van 19 días... Apenas 19 días...
Está de pie frente a mis párpados,
sus cabellos entre los míos.
Tiene la forma de mis manos
y tiene el color de mis ojos.
Y fui por ella devorado
como una isla por el mar.
Tiene los ojos siempre abiertos,
me tiene siempre desvelado;
a plena luz sueña sus sueños
que hacen declinar el sol,
me hace reír, me hace llorar
llorar y reír, y hablar
sin tener nada que decir.
PE
Te liberaste allá, Jex. Ahora, no te encierres a que tu felicidad se quedó del otro lado del charco.
Ricardo Otero
20 de septiembre de 2010, 0:14Me encantó esta entrada, Jésica. Yo también me he sentido así. Felicidades. Abrazos
Emiliano Ruiz Parra
20 de septiembre de 2010, 0:21Ojalá la felicidad fuera cuestión de espacios, es más bien de tiempos y de imposibilidad de repeticiones...
Jex
20 de septiembre de 2010, 9:06