Descanse en paz, Maestro...

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- Buenas noches, Maestro, perdóneme que lo moleste...
- No es molestia. Dígame ahora en qué me equivoqué...

La primera vez que me tocó alistar una Plaza Pública para que se publicara al día siguiente, en abril de 2007, me tardé en revisarla casi tres horas. Era mi segundo día sentada en la redacción de Reforma como asistente de planas editoriales y todavía ni entendía la magnitud de mi responsabilidad. El proceso que tenía que realizarle a la Plaza, y a las demás columnas, era meticuloso. Copiarla del correo en el que llegaba; “subirla al sistema”; leerla cuidadosamente; revisar que todos los puntos, comas, mayúsculas, acentos, letras y demás fueran los que tenían que ser y estuvieran donde tenían que estar, siempre respetando las decisiones del autor, por supuesto. A la par de ese proceso tenía que comprobar que los datos que se mencionaban eran correctos, para evitar ratos amargos después.

¿Que cómo era ese proceso para una Plaza Pública? Era un reto t-o-d-o-s los días, porque no tenía uno, dos o tres datos. Tenía decenas de datos por comprobar, siempre, lo mismo descripciones históricas que cifras, o lugares, o nombres de personas que yo en mi vida había escuchado y cuya obra conocí gracias al Maestro, anécdotas de la historia reciente del país que yo ni me imaginaba, en mi supina ignorancia. Y desde esa primera Plaza comprendí cabalmente que Miguel Ángel Granados Chapa era más grande de lo que yo creía, que era un ser fuera de serie. Le di su justa dimensión. Porque mi Google iba y venía diariamente por notas de todos los díarios mexicanos de todas las épocas, por documentos históricos, por discursos, por bases de datos oficiales y no oficiales, por grabaciones de radio... pero la Plaza no acababa. Y siempre había un dato que uno no encontraba, que no estaba mas que en la memoria del Maestro. Entonces le llamaba, porque tenía varias dudas, y entendía. “Eso déjelo así, me lo dijo a mí en 1977”. “Eso déjelo así. Encontré ese dato en un libro que ya no se edita”. “Eso déjelo así...” escuchaba en el auricular del teléfono una y otra vez. Y nunca olvidaré su voz, con ese tono de humildad que sólo los verdaderamente grandes tienen. El año que me tocó hacer ese trabajo me sentí tan privilegiada... Privilegio, una palabra muy pequeñita para el agradecimiento que siento hacia él, por todo lo que le aprendí y le seguí aprendiendo después, leyéndolo.

Al revisar varias de sus columnas me pregunté, llena de asombro y admiración, las preguntas que muchos se han hecho. ¿Cómo le hacia Granados Chapa para escribir de temas tan variados diariamente? Las siete columnas semanales y el programa diario de radio son una proeza insuperable. ¿Cómo podía juntar todos los datos necesarios de cada caso que abordaba tan rápido? ¿Cómo se había dado cuenta de la relación del tal hecho con esto? ¡Cómo! ¡Cómo! Yo sólo tenía, y tengo, preguntas. La única respuesta que puedo dar después de haber revisado su columna de manera más o menos regular por un año entero, tratando de estudiar la forma en que construía sus textos, es simple: es porque era él. No hay otro en este país. Nos quedamos solos...

Más allá de los valioso datos que aportaba, leer a Granados Chapa era detenerse a entender los dolores de México, que siempre describía con claridad, con verdadero espíritu de indignación ante lo que le parecía que estaba mal, podrido. Le lastimaban la triste suerte del país y la desfachatez de aquellos que no se tocaban el corazón, ni se tocarán, para tener beneficios para sí a cambio de la desgracia de casi todos. Describía con lujo de detalles los agravios, pero sin adjetivos ni insultos. No los necesitaba, porque su interés por explicar y argumentar le ganaba siempre. Leer a Granados Chapa era obligarse a reflexionar, a hilar sucesos aislados para entender y dimensionar verdaderas problemáticas que partían de los hechos del día, algunos de primera plana, otros olvidados, fuera el reciente anuncio de un negocio entre televisoras, la barbarie de la clase política o el asesinato de defensores de derechos humanos en alguna parte del país. Y era humano, no ocultaba sus preferencias por la izquierda, pero para mí su juicio crítico no se limitaba por esto. A las generaciones jóvenes, entre las que todavía me cuento, nos obligaba a asomarnos a esa parte de la historia nacional que nunca habíamos tenido necesidad de conocer, y que poco nos importaba.

¿Quiénes lo contradecían? Respuesta fácil: aquellos que se incomodaban con sus críticas, beneficiados del poder con nulo interés por la democracia y la justicia. Importante recordar ahora todas las veces que Ricardo Salinas Pliego, el dueño de TvAzteca, gritó a los que lo quisieron escuchar que Granados Chapa mentía cada vez que la Plaza Pública enumeraba las violaciones a la ley de esta empresa y de Televisa. Y es absolutamente necesario recordar ese 24 de enero pasado, cuando el Maestro, siempre con esa humildad y ese profesionalismo tan de él, se disculpó con la opinión pública por haber adelantado, en su columna del día anterior, que Televisa compraría Iusacell, pues la empresa de Azcárraga Jean había desmentido la información con mucha contundencia. Más de tres meses después, el 6 de abril, como había adelantado la Plaza, Televisa anunció que compraría Iusacell. El Maestro, a diferencia de quienes lo insultaban, era grande...

Reitero con mucho dolor, su ausencia nos deja tan solos... Para mí no se va el hombre de la memoria prodigiosa, el de la disciplina inigualable. No se va el del lenguaje perfecto, tan perfecto que le abrió las puertas de la Academia Mexicana de la Lengua. No se va el que practicó el periodismo por 47 años y el que participó en importantes medios de comunicación, algunos desde su fundación, que de una u otra manera han cambiado la vida pública de este país (Excélsior, Proceso, unomasuno, La Jornada, El Financiero, Reforma). No se va el de la Medalla Belisario Domínguez y el de los tres premios nacionales de periodismo. Para mí se va el hombre que me recordaba todas las mañanas desde abril de 2007 por qué valía la pena seguir con esta profesión bendita, y marcaba los estándares de cómo seguir con el trabajo, el periodismo, el que me permitió el milagro de conocerlo y que a veces llena de desesperanza. Se va el que nunca se rindió a pesar de la enfermedad, el que siguió escribiendo con esa pluma voraz de justicia, el que escribía para ver luz y democracia al final del camino, el que nunca dudó, a pesar de toda la desgracia que estaba, y está, a la vista. Se va el que quiso escribir hasta dos días antes de su muerte, y el que se despidió en sólo dos líneas. Si nuestro andar se trata de guardar ejemplos de vidas memorables que funcionen como esos motores que necesitamos para salir de la comodidad y dar saltos que nos lleven a ser un poquito más lo que queremos ser, don Miguel Ángel, usted fue, es y será para mí una de esas vidas. Descanse en paz, Maestro...

Los poderes fácticos, los que gobiernan sin haber sido elegidos, los que buscan y obtienen ganancia de negocios que atentan contra el interés general gobiernan en mayor medida que los gobiernos; la lucha de unos y otros poderes ilegítimos contra la sociedad, su éxito en el propósito de dominarla es favorecida por una situación económica, material cada vez más adversa, menos propiciatoria que la prosperidad y la expansión de la potencialidad humana.

Muchos creemos percibir la difusión de una desesperanza, de un desánimo social, un desencanto con las formas democráticas, un cinismo social que como los depredadores en infortunios impuestos por la naturaleza aprovechan la desgracia ajena para medrar.

Pero eso que nos ocurre, los fenómenos en sí mismos, y los que provocan esta desesperanza, no son una condena, son enfermedades del espíritu colectivo susceptibles de ser curadas, no con pociones mágicas que a la postres mas envenenan, en que sanan, sino con el empuje que más de una vez ha permitido ejercer y acrecentar la energía de los mexicanos.

No nos deslicemos a la desgracia, menos aún caigamos de súbito en su abismo, cada quien desde su sitio, sin perder sus convicciones, pero sin convertirlas en dogma que impidan el diálogo, impidamos que la sociedad se disuelva.

No es un desenlace inexorable, podemos frenarla, hagámoslo, y con la misma fuerza reconstruyamos la casa que nos albergue a todos o erijámosla si es que nunca la hemos tenido.

(Fragmento del discurso pronunciado por Granados Chapa al recibir la Medalla Belisario Domínguez, el 7 de octubre de 2008).

For killing the past and coming back to life

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Chocolat

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She: Do you like it? Taking your home with you wherever you go?
He: Yeah, why not? Your way must be harder, each time having to make a new home from scratch.
S: Well, maybe this time I'll get it right?
H: What do you mean?
S: Maybe I'll stay.
He smiles...
S: What? Don't you ever think about belonging somewhere?
H: The price is too high. You end up caring what people expect of you. No.
S: Is that so terrible? Having people expect something of you?

Hacer chocolates, o lo que sea. O aún mejor, vivir de la libreta y de los ojos, donde sea. Y quizá mi premio por valiente sea una noche con velas en un río o un hombre de cabello largo con el que me cruce cada verano, o cada seis meses... Me lo merezco...

Not yet

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Necesito encontrarte ya. Llevo años buscándote, y a veces creo que el que está enfrente de mí esta vez sí es tú. Pero no. Y últimamente me he engañado más veces que siempre. ¿Que por qué? Porque estoy más débil, mucho más débil, tú no sabes cuánto. Estos años sólo me han partido en pedazos, y ya no puedo mantener la mente en blanco. Estoy trastornada. En cualquier momento pum pum pum la cabeza, pensando en la búsqueda de nuevo. Si alguien me hubiera dicho que sería así de dolorosa mejor no busco, y me conformo y no te busco, de verdad. ¿Que vale la pena encontrarte? Sí, porque por fin podré contarte todo lo que pasó mientras te buscaba... Pero ¿y si no te encuentro? ¿Quién me saca las palabras si no te encuentro? ¿Me las quedo? O ya, mejor, se las regalo al primero que me diga 'te quiero' más o menos sincero. ¿Verdad que no? Si te vas a aparecer algún día esperaré, y te seguiré buscando, pero ya no me mandes impostores, ¿sí? Porque siempre creo que son tú, y no... O quizá el problema es que sólo te busco a ti, y no a mí... Quizá...
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Todas las noches es lo mismo. El calvario comienza con las luces de neón, que ya sé qué dicen, porque las he leído a todas las horas de la madrugada, con mucha y poca luz, con risas y con lágrimas... Pero las vuelvo a leer. ¡Para qué! Ya sé que después voltearé a la derecha y veré los autos en el patio gris y odiaré que sea presente. Ya sé que comienza mi estado auto... Sigo, no me detengo, porque ya no soy ahí. Le pago al taxista frente a casa en automático, me arrastro a mi habitación en automático, dejo de pensar... Ya lo sé... Y mi cabeza estalla, otra vez... Y odio con todas mis fuerzas... Todas las noches es lo mismo, y ahora quiero que un hotel sea demolido y que desaparezca de mi vida... Lo suplico, para poder dormir en paz...

Contra la realidad

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"De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción masiva, de la vida tautológica de la tribu a la era de la globalización, las ficciones de la literatura han multiplicado las experiencias humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos al letargo, al ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud, removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la vida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad. Hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentimos terrenales y eternos a la vez, la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible".

Mario Vargas Llosa

Ingenuidad

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Hay un error en el planteamiento de fondo. Ojo. El fondo es usted y nada más usted. ¿O es que no lo ve? Su concepción de verdad es verdaderamente anacrónica, irreal. Su sinceridad, señorita, hace reír. Repito, fíjese bien. Usted dice verdades que ya no son verdades para nadie, ¿o no se ha dado cuenta de que en el último año y medio se ha repetido a sí misma una verdad que no existe mas que en su cabeza? No lo haga más, porque luce ingenua. Por ello, le repito el planteamiento inicial: el fondo es usted, sólo usted y nada más usted… Déjese de cuentos rosas, por favor…

Soy sólo un pájaro perdido...

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Pa septiembre

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"La historia la hacemos nosotros, y en consecuencia podemos interpretarla de varias maneras. Estamos sujetos a la historia de los calendarios, pero también hay una historia en espiral, o el eterno retorno. De manera que el tiempo no es sólo el tiempo lineal, sino el tiempo como se vive. A través del arte y la literatura el tiempo coexiste, somos contemporáneos. No nos envejece la lectura de un libro antiguo, ni nos vuelve modernos el hecho de estar aquí, sino que de la conjunción del pasado y del presente salimos nosotros, los lectores de hoy".

Carlos Fuentes

Sugerencia

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Conversaciones como tanques de oxígeno. Con los que no tienen techo, sólo cielo. Con los que tienen un pie en la tierra inhóspita de la cotidianidad y otro quiénsabedónde. Con los que no están mutilados y caminan, rápido, sin pensarlo mucho, sin las dolencias existenciales que deja la indefinición. Conversaciones como atajos. Conversaciones que te hacen ver que no hay tarde para nada, que cualquier ratito es bueno para dar el golpe en la puerta más interesante y entrar al futuro, sin importar lo que ya no es. Conversaciones con luz. Conversaciones como hoy, a la distancia y cerquita, del oficio y de la vida, de una trama de novela y de un amor ansioso. Aunque llueva afuera. Conversaciones como mosquiteros. Conversaciones para el aquí y para estar despierto, para vivir... Conversaciones para ser feliz...

Un retiro espiritual

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Mejor que los retiros comiencen con música...

Ayuda

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Es como si la puerta se mantuviera cerrada la mayor parte del tiempo, porque no se siente que corra el aire, aunque no hay aire entre las neuronas, pero así se siente. Como si se mantuviera el mismo aire viciado, ya sin oxígeno, en contra de su voluntad, y se empezara a cansar de compartir el espacio con pensamientos que no deberían estar ahí tampoco, pensamientos caducos y amargos. Ése es el problema, que nada de lo que está ahí debería estar ya. Y las crisis se expanden hasta hacerse cotidianas, hasta ya no ser crisis, sino la normalidad. ¿Qué se hace para aliviar una cabeza enferma? Lo único que queda es la terapia...

Sobre el oficio de narrar

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¿Por qué relatamos historias? ¿Para pasar el rato? A veces. ¿Para informar? ¿Para decir algo que no ha sido dicho todavía? Sí, a veces, sólo para ganarnos el pan de cada día o para hacer que la gente entienda lo afortunada que es, dado que hoy la mayor parte de los relatos son trágicos. A veces parece que el relato tenga una voluntad propia, la voluntad de ser repetido, de encontrar un oído, un compañero. Como los camellos cruzan el desierto, así los relatos cruzan la soledad de una vida, ofreciendo hospitalidad al oyente, o buscándola. Lo contrario de un relato no es el silencio o la meditación, sino el olvido. Siempre, siempre, desde el principio, la vida ha jugado con el absurdo. Y dado que el absurdo es el dueño de la baraja y del casino, la vida no puede hacer otra cosa que perder. Y, sin embargo, el hombre lleva a cabo acciones, a menudo valientes. Entre las menos valientes, y no obstante, eficaces, está el acto de narrar. Estos actos desafían el absurdo y lo absurdo. ¿En qué consiste el acto de narrar? Me parece que es una permanente acción en la retaguardia contra la permanente victoria de la vulgaridad y de la estupidez. Los relatos son una declaración permanente de quien vive en un mundo sordo. Y esto no cambia. Siempre ha sido así. Pero hay otra cosa que no cambia, y es el hecho de que, de vez en cuando, ocurren milagros. Y nosotros conocemos esos milagros gracias a los relatos.



John Berger

You know how the times flies...

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Cansancio

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Cree que va a ser eterno, pero se cansa. Se cansa de los rebotes, como los de las dietas, donde de repente está en el mismo punto que suponía superado y otra vez reincide, una canción o un lugar o hasta una frase, lo que sea, y el discurso mental que se había repetido por meses se olvida o, por lo menos, se modifica. Cae y otra vez, a subir, a subir a quién sabe qué peldaño, porque la escalera se modifica con los bajones, ya no va al mismo lugar que antes de las crisis... Así, hasta el infinito, hasta que llegue alguien con una máquina maravillosa que borre con una luz blanca todo lo que ya pasó. Y al principio tenía la ilusa idea de que su ser es fuerte y de que se vale llorar, sufrir de nuevo, berrear... Pero se cansa. Y un buen día entiende que ya no da una lágrima más, que su cuerpo ya no da, que su vida cotidiana ya no tiene espacio para lo mismo... Que ya no es sólo su mente la que sufre la afectación, que ya toda ella está harta... Y que hay que superarlo... Cree que va a ser eterno, pero se cansa...

Avisos

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I

Muy temprano fue Jorge Ramos y su pregunta provocadora: "¿Y los indignados de México?". Lo leí pensándolo desesperado, desesperación que compartimos muchos, cada vez más. Quizá él se siente así porque ya entrevistó a los candidatos a la Presidencia -y publicó un libro- y no encontró nada, ni un viso de luz para el futuro. "Las marchas por la paz -y ahora la 'ruta del dolor'- organizadas por el poeta Javier Sicilia y los juicios públicos hechos por los padres de las víctimas de la Guardería ABC son un maravilloso ejemplo de la fuerza de la gente. Pero mi frustración con estas masivas manifestaciones de inconformidad es que, después de realizadas, no pasa nada. Nada", escribió el periodista. Terminé de leer y nos vi a mi padre y a mí caminando hacia Ciudad Universitaria hace un par de semanas, el 8 de mayo, cuando llegó la primera Caravana por la Paz al indiferente Distrito Federal. Nosotros acudimos esperando encontrar la misma cantidad de indignación y el mismo ímpetu que en 2001, cuando gritábamos en una explanada llena que esperaba ansiosa al Subcomandante Marcos y su mensaje de igualdad. Pero no. Este 8 de mayo la explanada no estaba llena ni a la mitad, ni siquiera un cuarto del espacio estaba ocupado. Y no éramos los únicos asombrados de que la voz de Sicilia sólo hubiera alcanzado para eso. Muchos volteaban a los edificios esperando un milagro, que de un segundo para otro se apareciera una marabunta de gente que llenara el desconsuelo. Pero sabíamos que no, que eso no iba a pasar. Mi padre sólo atinó a decirme: "Siempre pensamos que ahora sí, que ahora sí todos vamos a estar hartos, que ahora sí, y siempre terminamos dándonos cuenta de que no, de que los que estamos somos tan pocos...". Y luego sus ojos vidriosos, los de siempre...

II

Último día de exposición en el Palacio de Bellas Artes, Crisisss. América Latina, arte y confrontación. 1910-2010. Un polo de la sala, la Revolución Mexicana. Grabados de todos tipos de José Guadalupe Posada, de Leopoldo Méndez, de Alfredo Zalce... Junto a la foto de Noé Reyes, un Superman poblano que reparte comida rápida en Nueva York y manda 500 dólares semanales a su familia en México, en un lugar modesto, casi como si no fuera lo que es, la famosísima litografía de Diego Rivera, Zapata, de 1932...

La magnifico, hoy que estoy en una fase nacionalista extraña. Miles de veces he visto una fotografía de este grabado representando a México en todos los contextos y lugares... Y sin saber que era de Diego Rivera, sin saber que se exhibe en su casa en Guanajuato, sin saber nada de nada. Mientras observo con la atención de una niña que acaba de descubrir un regalo (porque toparse por azar con este grabado es un regalo de algún lado), me llega el rumor. Primero creí que era mi cabeza, que yo era la que repetía esa frase porque estoy llena de violencia. Pero no, era el sonido de fondo, era a propósito. La vocecita de Juan Rulfo se repetía, como susurro, una y otra vez... Diles que no maten. Diles que no me maten, Justino... Yo, en el salón blanco, con las imágenes en blanco y negro y con tantos ecos de los que no quieren que los maten, que piden que no los maten... Porque son tiempos de la misma súplica... Diles que no me maten...

III

Hoy que hay mucha bulla por la detención de Jorge Hank Rhon, que se le defiende diciendo que fue un presidente municipal ejemplar, que es una cacería de brujas, la gente no puede olvidar. No puede olvidarse la columna que don Jesús Blancornelas mantuvo religiosamente por años y años en el Semanario Z recordando a su amigo muerto. "¿Por qué me mataste, Jorge Hank?", así, sin rodeos, la frase que llenó la columna de El Gato Félix desde 1988. Y no olvidar ni siquiera cuando los Xolos de Tijuana jueguen contra los Pumas o contra el América. Independientemente del uso político del caso Hank, a nosotros nos toca recordar... Y no hay mejor forma de recordar que así, con una melodía que, decretaron algunos, incita a la violencia. No olvidar como ellos, que se la cantaron a Hank Rhon en el Hipódromo Caliente en 2005... No olvidar...


Y necesito una pastilla para el dolor, que la cabeza me estalla... Por lo menos Odín ronca... Fin del domingo.

Los enamoramientos

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Después de un rato largo, muy largo, terminé Los enamoramientos, de Javier Marías. No sabría decir por qué, o sí. Lo comencé en un avión de camino al mar, hace más de un mes, y por supuesto se interpuso la realidad entre las páginas y yo y lo fui dejando para mejor momento. Hoy, por fin, llegó ese mejor momento. Me olvidé de Cortázar y de Monsi y del cine y de la violencia y decidí darle mate a las últimas 70 páginas del volumen.

No sé si es porque Corazón tan blanco, el otro único libro que he leído de él, fue apabullante para mí. No sé si fueron los largos diálogos y largos párrafos de éste, o sus referentes a novelas de Balzac o de Dumas que no veía con fuerza. No sé si fue la temporada de calor y bellos días... pero Los enamoramientos me costó más. Es la historia de María, una editora que en su rutina diaria de ir a desayunar a un lugarcito en Príncipe de Vergara, en Madrid, ha incorporado una minuciosa observación de la pareja perfecta, observación que termina convirtiéndose en un bálsamo para su mediocre cotidianidad. Un buen día María reconoce al padre de esa familia perfecta, siempre pulcro y bien vestido, en los diarios de nota roja. El hombre, Miguel, aparece en una foto en portada muerto, sin camisa, ensangrentado, tirado en una calle cerca de Paseo de la Castellana porque fue apuñalado por un gorrilla, un vieneviene español (casi nunca español de nacimiento, porque la mayoría de las veces los gorrillas son inmigrantes, y africanos, pero éste sí es español).

Es la historia de cómo María se va enterando de lo que pasó con Miguel. En el transcurso, sufre de enamoramiento de un hombre más que implicado en la trama y hasta habla con la viuda, que la reconoce como la chica prudente que desayunaba en los tiempos felices en el mismo lugar que ellos. ¿El tema? Para mí, el enamoramiento, esa fase anterior al amor, de fascinación por alguien, cuando uno se descubre vulnerable ante otro. El enamoramiento es el motor que Marías eligió para meterse en el cerebro de una mujer, el que detona las acciones y con el que se explican los caracteres de los personajes.

Eso me gustó, que haya puesto al enamoramiento como el definitorio de una trama de la que no sabemos la verdad sino hasta el final o, por lo menos, sabemos la verdad con la que María -¿alter ego de Marías?- decide quedarse, como todas la verdades, que si no se asumen no son verdad.

Nos hacen mucha gracia muchas personas, nos divierten, nos encantan, nos inspiran afecto y aun nos enternecen, o nos gustan, nos arrebatan, incluso nos vuelven locos momentáneamente, disfrutamos de su cuerpo o de su compañía o de ambas cosas... Hasta se nos hacen imprescidibles algunas, la fuerza de la costumbre es inmensa y acaba por suplir casi todo, incluso por suplantarlo. Puede suplantar el amor, por ejemplo; pero no el enamoramiento, conviene distiguir entre los dos, aunque se confundan no son lo mismo... Lo que es muy raro es sentir debilidad, verdadera debilidad por alguien, y que nos la produzca, que nos haga débiles. Eso es lo determinante, que nos impida ser objetivos y nos desarme a perpetuidad y nos haga rendirnos en todos los pleitos...

Me gustó también regresar a Madrid por 401 páginas. Me gustó empezar el libro y soñar con el metro de Príncipe de Vergara, sentada en la banca afuera de la entrada una noche de verano, tras un festín de comida japonesa, esperando lo que nunca debí esperar. Me gustó tener la capacidad de imaginarme perfectamente el lugar donde inicia el relato, un típico sitio español con tortilla y con cafés con leche cargados y con una barra y con papeles en el piso. Me gustó imaginarme la esquina del acuchillamiento y Paseo de la Castellana. Me gustó también reconocerme en sentimientos descritos por un hombre (por mi desenamoramiento) y a eso le doy muchísimo peso. Me gustó la trama cuidada y verosímil...

¿Lo que no me gustó? Los diálogos, rebuscados, casi culteranos en momentos, y sin justificación. He quedado marcada por esa literatura de diálogos de líneas rápidas y sentimientos aventados a cualquier provocación. Prefiero los díalogos a golpe, "Pum Pum Pum". como en historieta, dejar al lector medio noqueado, y luego explicar, fuera del diálogo. Tampoco aguanté mucho la lentitud de la trama. Quizá otros amen este libro. Yo, no.

Imagine usted...

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...que hoy empieza su concienzuda preparación para el mañana, porque ya sabe lo que quiere. Tras unos meses de andar a la deriva, de gastar lágrimas y, lo peor, de no darles ningún uso práctico, decente, de no ocupar en absolutamente nada productivo sus cientos de horas de insomnio, parece que ha acumulado las suficientes pistas para delinear una ruta, con tiempos y lugares. Tome una hoja de papel y escriba, o hágalo en la computadora, si prefiere, pero hágalo. Y que le quede claro: lo que tiene que hacer es empezar a caminar. Por eso hay que dejar constancia de esto que, hoy sábado, está pensando. Primero, los volúmenes que necesita. Sí, son varios, pero cuenta con los tiempos correctos para metérselos en la cabeza, todavía le queda mucha juventud. Afortunadamente nunca es demasiado tarde si uno decide que las rendiciones no existen. Dos, las historias, ¿o es que va a escapar sin delinear historias? Error, eso no debe dejarlo nunca, porque es quizá lo único que sabe hacer. Tres, ubicar "los y las" a seguir. ¿Ya? ¿Ya tiene todo el menú? Excelente. Vuelva a escribir, porque esto se tratará de escribir, de escribir y de escribir, hasta que usted se asombre de las combinaciones de las palabras que pueden alcanzarse, de la precisión. Porque esto se le está convirtiendo en una necesidad, una de esas necesidades mortales que ya no dejan ser si no se les atiende. Felicidades, ha encontrado usted un camino. Ahora no lo deje, no lo deje otra vez.

Conocer a Leonard Cohen

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Hace un año ni siquiera sabía de su existencia, y hoy lo relaciono con felicidad. Recuerdo perfectamente la primera vez que lo escuché, y su voz tan grave y tan profunda, tan fácil de distinguir de cualquier otra voz, se quedó grabada. Fue en El Péndulo que se hizo de siempre desde mi regreso de Europa, lugar clave para las largas terapias post. No sé si el DJ esté enamorado de él o es visionario y sabía que tarde o temprano le darían el Príncipe de Asturias, pero desde hace meses dejaba el DVD de un concierto reciente correr de principio a fin, un día sí y el otro también, para que los comensales y chismosos y llorosos que de repente nos encontrábamos por ahí pudiéramos tener un soundtrack de altura. En ese momento, por supuesto, yo no sabía lo que hoy (sí, hoy justo) sé: que tuvo que regresar a los conciertos a pesar de su avanzada edad porque no tenía dinero. ¡¡Gracias destino!! Si no no tendría perfectamente identificadas sus canas y sus sombreros y sus trajes pulcros pulcros. Sin fraude no lo hubiera visto en las teles. Y yo quizá no le hubiera tomado tanta importancia ni tal simpatía si no hubiera sido porque V me dijo, de repente, a medio chisme o lloriqueo o a medio algo: "Esa voz... Escúchala... Me encanta...". Con sus ojos grandes y brillosos, como está siempre últimamente. Y entonces, tras esa frase, V me dio una clase melómana, con nombres de canciones y más. Es que V de un tiempo para acá es melómana. Subirse a su auto es descubrir siempre un ritmo nuevo. Y me encanta. El amor y la fascinación por todo que el amor conlleva la hace pasar de Francisco Céspedes a Amy Winehose sin problemas, o al bossa nova, da igual. Las prisas para escuchar ritmos nuevos la han hecho hasta comprar CDs de jazz en tiendas nice por el doble (¿o el triple?) de como las encontraría en una tienda de discos normalita. Ella se perdona fácil esos errores, porque está enamorada, porque como todos los enamorados tienen mantequilla en la conciencia que hace que la vida siempre esté bien. Y por eso es melómana. Así conocí a Cohen, hace ya unos meses. Y siempre recordaré a ese canandiense como símbolo de la transformación de V en una mujer segura sólo de una cosa: de que ama. ¿Para qué estar seguro de algo más?

Hoy, apenas supe de la buena noticia, le escribí a V. Claro, está de más decir que como mortales no sabíamos de la importancia de su fase literaria, pero eso ni importa. Ya nos enteraremos porque lo editarán como pan caliente ahora que fue galardonado. Lo compraremos en El Péndulo. Y V, como ama, estará feliz y lo leerá. Está feliz de que Cohen haya ganado un Príncipe y de que ella ame con locura. Y yo estoy feliz de tener una amiga feliz.

A verrrrr

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Si la idea era que me diera insomnio a pesar de la desveladota, lo lograste. Ahora, no me vuelvas a mandar en tu vida una canción. Gracias.


Desilusión

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Hubo una vez, en un lugar lejano, en un tiempo que ya pasó, un amanecer raro. Fue un levantarse a las cuatro de la mañana para tomar un tren para tomar un avión. Fue correr por unas calles empedradas, húmedas, porque había llovido y llovido y llovido, para llegar al andén, y subirse a un vagón blanco, que contrastaba demasiado con la piel de los demás, los oscuros que sólo pueden viajar a esa hora para no ser vistos, para ser invisibles. Y no había luz de amanecer, y era correr para un regreso, pero las piernas iban fuertes, decididas. Era una mañana de esos tiempos por los que se pasa con tanto aire en los pulmones que cuando se recuerdan duele hasta la cabeza, porque se traen a la mente en espacios reducidos, donde la luz no entra, o después de una tragedia, o después de otro golpe al corazón, o cuando te levantas de tu silla de siempre para tomar aire, porque estás bostezando. Y entonces, cuando se recuerdan las piernas y los pulmones y la claridad en la cabeza de esa época, todo se jode más. Porque las soluciones normales se acaban. Te echas la culpa de tu corazón roto y de tu desilusión y de tu infelicidad y quieres decirle a todos se que se vayan a la mierda, que ya no quieres hablar ni explicar ni esperar. Que ya has aguantado mucho haciéndote la que esto que vives todos los días es normal. Y quieres irte al mar. "Todo es playa", dicen los encerrados. Lo único que quieres es que esto pare, que la cabeza ya no te explote. Para que el recuerdo de los primeros rayos del sol de esa época rara, en ese tren raro, no te asalten un domingo en la noche y te impidan hasta trabajar y no tengas que dormir, otra vez, con la almohada mojada...

Delirio

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- Tú tienes un gran problema.
- ¿Cuál?
- No te haces responsable de los mensajes que regalas, ni de las cartas de amor ni de las despedidas. No te haces cargo de nada. ¡No has podido mantener ni siquiera por un año el dicho en las dos, ¿o tres? cartas de amor que has escrito! ¿Te parece eso decente? ¿Qué dirán ellos si supieran que esa carta en la que les escribiste que los querías, que podías hacer todo por ellos, nunca existió en realidad?
- No no, sí existieron, tanto que las escribí, y que lloré como una loca cada vez que las escribía. Además estoy segura que lo saben.
- ¿Que saben qué?
- Que no son cartas de amor, que en todo caso son cartas de amor del momento. Ay, ya sabes que yo soy así, muy cursi, pero la cursilería se me baja muy rápido cuando me doy cuenta que no vale la pena.
- Ja. Ya sé que eres cursi. Pero esas historias no han valido la pena porque no has buscado que valieran, porque se quedaron en segunditos y ya.
- Ahora resulta que yo tengo la culpa de todo. ¿No te parece injusto? ¿Tú quién te crees para andarme diciendo a mí qué es lo que tengo que hacer con mis cartas de amor después de entregarlas? ¡Yo puedo hacer con mi amor lo que se me dé la gana! Y si se me acaba después de entregar la carta ni modo, así es.

Silencio.

- No, ya sé qué es lo que te pasa. Que siempre que es has entregado una carta de amor ha sido tu renuncia, tu 'Ya no quiero nada de ti'.

Silencio. Más silencio.

- Sí. Tienes razón. Es eso. Y qué jodido, ¿no?

Silencio. Silencio. Silencio.

Contra el insomnio

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No hay recetas mágicas. De repente se aparece y no me deja por días. MA tiene una teoría: es la compañía. Me lo dice cada vez que trato de reprimir mi deseo de un paseo y de un café con mucha cafeína y que por viajes o trabajos o caprichitos estaré sola, y me lamento. Quizá. Sí. Pero hay otros componentes en la fórmula: poco cine, poca literatura, poco de todo por estar pensando en yo no sé qué. Primero eran mis crisis de amor y ahora son mis crisis de cualquier cosa. Ya ni siquiera hay personajes claros, y si los hay son alegres. Es cuando estoy en esas lagunas de reinvención que me dan y que termino siempre con un escrito en mi libreta con largas y detalladas rutas para al rato, para mañana, para siempre. También algo tiene que ver el trabajo, pero no éste, el futuro, el que tiene que ser pronto antes de que la cabeza se vuelva hueca y me convenza a mí misma de que ya no es necesario mover un dedo para existir. El caso es que se aparece, y quedan una, dos, tres y hasta cuatro horas de sueño, no más. Este insomnio no me regala más. No importa que llegue a casa a las cuatro de la mañana o a las ocho de la noche. La cabeza no se suspende. Y luego los dolorcitos y los regaños por no ir a un doctor especialista-en-ver-qué-tienes-mal y preguntarle qué pasó en mi cerebro que de un año para acá me he vuelto una insomne que a veces no puede contar más de 20 horas en una semana durmiendo. Porque antes yo era una persona muy normal.

Afortunadamente la solución siempre se aparece, y yo duermo tranquilita, sonriente... y ya.


O salvarme así...

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O no, depende...

Para futuros salvamentos...

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Por favor recordar...

El paraíso de Paz

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Si queremos conocer la faz luminosa del erotismo, su radiante aprobación de la vida, basta con mirar por un instante una de esas figurillas de fertilidad del neolítico: el tallo del arbusto joven, la redondez de las caderas, las manos que oprimen unos senos frutales, la sonrisa extática. O al menos, si no podemos visitarlo, ver alguna reproducción fotográfica de una de las inmensas figuras de hombres y mujeres esculpidas en el santuario budista de Karli, en la India. Cuerpos como ríos poderosos o como montañas pacíficas, imágenes de una naturaleza al fin satisfecha, sorprendida en ese momento de acuerdo con el mundo y con nosotros mismos que sigue al goce sexual. Dicha solar: el mundo sonríe. ¿Por cuánto tiempo? El tiempo de un suspiro: una eternidad. Sí, el erotismo se desprende de la sexualidad, la transforma y la desvía de su fin, la reproducción; pero ese desprendimiento es también un regreso: la pareja vuelve al mar sexual y se mece en su oleaje infinito y apacible. Allí recobra la inocencia de las bestias. El erotismo es un ritmo: uno de sus acordes es separación, el otro es regreso, vuelta a la naturaleza reconociliada. El más allá erótico está aquí y es ahora mismo. Todas las mujeres y todos los hombres han vivido esos momentos: es nuestra ración de paraíso.


Octavio Paz en La llama doble


Temporada preverano

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De cafés entrañables, chistes del "qué le dijo uno a otro" entre carcajadas, obsesiones con un par de orejas, comienzos a mediodía, reflexiones optimistas y mucha, mucha música. Temporada preverano.

El enamoramiento

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Hay una especie de incondicionalidad en el amor que nos debilita. Hay una persona que nos debilita y normalmente es, hasta cierto punto, el tipo de aviso que se tiene para tomar plena conciencia del enamoramiento, porque creo que el enamoramiento no es un mero sentimiento, creo que hay una conciencia. Uno de los avisos de que eso sucede es justamente esa especie de debilidad que te produce esa persona, uno se siente a veces desarmado, empieza a dejar pasar cosas, a ser víctima de la incondicionalidad.

Javier Marías

Yo lo que necesito...

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Es un maestro, alguien que sepa más que todos, que nunca me hable de política, que esté aquí pero que también esté en otro lado, siempre, que conozca todos los tugurios de esta ciudad y todos los cafés y todos los lugares luminosos... Y que se escape conmigo en horas hábiles... Eso necesito. Eso quiero.

...así viva feliz sentada sobre el triunfo...

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Carta del suicida

Juro que esta mujer me ha partido los sesos.
Porque ella sale y entra como una bala loca,
y abre mis parietales, y nunca cicatriza,
así sople el verano o el invierno,
así viva feliz sentado sobre el triunfo
y el estómago lleno, como un cóndor saciado,
así padezca el látigo del hambre, así me acueste
o me levante, y me hunda de cabeza en el día
como una piedra bajo la corriente cambiante,
así toque mi cítara para engañarme, así
se abra una puerta y entren diez mujeres desnudas,
marcadas sus espaldas con mi letra, y se arrojen
unas sobre otras hasta consumirse,
juro que ella perdura, porque ella sale y entra
como una bala loca
me sigue adonde voy y me sirve de hada,
me besa con lujuria
tratando de escaparse de la muerte,
y cuando caigo al sueño, se hospeda en mi columna
vertebral, y me grita pidiéndome socorro,
me arrebata a los cielos, como un cóndor sin madre
empollado en la muerte.

Gonzalo Rojas

Desconocidos

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"Usted tiene que entender algo, señorita. Nada ni nadie la va a salvar. Ni sus omóplatos todos bronceaditos ni sus ojeras que le encanta presumir casi como si fueran cicatrices de guerra. ¿Cuáles cicatrices, si usted ni siquiera se ha animado a luchar? Déjese de compadecer a sí misma, señorita. Si lo que quiere es salirse de este mundo pues sálgase, sólo se lo impide usted. O si de plano siente que el presente no le sirve para tanto escápese con el chico este, aunque sea unos días, relájese y regrese con la mente en blanco, como si se hubiera ido una vida, como si no conociera a los que se supone conoce. No sé si ande usted dispuesta a darse oportunidades aquí, pero si no invente algo, reinvéntese, porque si eso que trae adentro se apaga se llenará de rencor hacia sí misma y estará bloqueada de por vida. Si usted es tan joven...".

...

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Nos preguntamos dónde nos gustaría estar. Tú dices 20 lugares, casi todos en frío, montañas, cimas, eso que tanto te gusta. Yo te hablo de una imagen real, de un amanecer en un avión, un cielo rojo, los Montes Atlas a las seis de la mañana. Omito mencionarte al fotógrafo. Y hay otro lugar. 4 am tomando un tren para alcanzar otro avión. El amanecer otra vez...

Porque Daniela siempre anda en lo importante

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Bottle from Kirsten Lepore on Vimeo.

Crisis de los domingos

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Era el único de mi sector que llegaba a trabajar siempre igual. Siempre presuroso, siempre sonriente, siempre algo ansioso. Era el que más preguntaba de toda la sección de Internacional, a quien fuera, porque tenía dudas de tal régimen político, de tal corresponsal, de tal cabeza. En México sabían que me había llamado la atención porque le encontraba cierto parecido con un ex novio, y ya. Claro, con un par de décadas más. Y a veces no podía dejar de observarlo, porque estaba capturado por el monitor, porque tenía algo de apasionado, de perdido por su trabajo que me daban ganas de dejar lo que estaba haciendo e ir corriendo a ver su pantalla. ¿Qué leía con esa atención? ¿Quién se había muerto? ¿Qué nueva crisis de misiles estaba leyendo? A él sí se le iba la vida en cada nota, o por lo menos eso me pareció. Es que ninguno de sus compañeros guardaba esa avidez para editar... Hablamos largo sólo una vez. Me contó que cuando era corresponsal en México había vivido en la colonia Roma, muy cerca de Casa Lamm. Calificó a mi país como un lugar increíble, pero corrupto hasta la médula. Que a él le había tocado la muerte de Colosio, que ojalá el narcotráfico no nos deshiciera... De repente escuchaba alguna de sus anécdotas como corresponsal en Israel, y pensaba qué monstruo ese ése... Hoy que leí en el papel una de sus tantas notas desde Libia lo recordé, y se me apareció la nostalgia... Y regresaron las ganas de salir corriendo... Adonde sea...

Fragmentos de sábado

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I

Temprano, siete de la mañana. Dice Alberto Chimal que comenzó leyendo los libros que estaban debajo de los muebles de su casa, en Toluca, la ciudad "del corredor industrial y los clanes de políticos". Que pertenece "a las últimas generaciones que pasaron su infancia entera como rehenes de Televisa, que entonces parecía un brazo del Estado mexicano y no al revés: como todos, veía lo que había porque no había más que ver". Me identifico, aunque en mi caso los pocos libros que había en casa estaban (están) en un pequeño estante -yo todavía no los leo todos-; la tele sí, igual que él. También en lo que dice del verdadero aprendizaje, ese que te ayuda cuando estás partido de llorar -o de aguantarte de llorar ad infinitum-, cuando caminas por las calles como zombi, seguro de haber fracasado en el día, en el mes, en la vida. "Lo que más me enorgullece de mis aprendizajes lo hice solo, sin guía, cuando nadie estaba mirando". Eso le enseñó a persistir. Inalcanzable palabra para mí. Yo creo eso del conocimiento, me hizo creer en eso con su texto. Ya nada más me falta recordar cuándo fue, qué estaba aprendiendo cuando nadie miraba, para correr a la memoria y rescatar. Rescatar lo que quiero al puro estilo del hombre-empleado del Metro Tacuba del martes a las 8:15 am, que gritaba a todo pulmón en el área de mujeres en un andén lleno -infestado de personas, no recuerdo algo así en mi vida de viajera de Metro, seis, siete líneas de humanos ante las vías-. "Déme la mano, démela o se queda adentro". Eso gritaba mientras se acercaba lo que más podía -un milímetro más- a las vías, cuando llegaba el tren y abrían las puertas del vagón atascado de féminas. Entonces la(s) mujer(es) se aferraban a la mano del extraño que les gritaba al exterior y las jalaba, las rescataba con fuerza de la marabunta, mientras decenas trataban de entrar a un vagón donde no cabía nada, ni aire. Así, así tengo que rescatar del vagón de mi recuerdo el conocimiento que adquirí cuando nadie estaba viendo. Nada más me falta saber cuál es.

II

Cuatro de la tarde, quizá más. Bolívar y Madero, Centro Histórico. En la esquina más cercana al Burguer King hay un bolero y un cantante. Se distinguen -los distingo- porque son los únicos que no se mueven en medio de tanta gente, tanto bullicio. Yo me acerco a esa esquina para cruzar la calle. Espero a que el verde para peatones aparezca. El bolero, hombre mayor, más de sesenta, con poco pelo, está sentado en su banquito, frente a su taburete de trabajo, sin cliente. Escucha el canto de su vecino con una mirada perdida, de las que sólo permiten mirar para dentro y que me recuerda otra mirada que vi hace un par de semanas, de la que tengo que escribir. El cantante, hombre canoso y alto, de unos setenta años, está recargado en el muro del Burguer -atascado de gente como todo Madero peatonal y como todo el centro en sábado-, sostiene con su mano derecha un micrófono negro conectado a una de esas mochilitas de vendedores de piratería musical en el Metro, que tienen su bocina integrada y todo lo demás para ser un buen vendedor ilegal, ágil ante cualquier vigilante molesto. La mochilita la carga no en la espalda, sino en el pecho. Pero este cantante no puede ser tan ágil, pues usa bastón, bastón que cuelga de una cuerdita atada a su muñeca derecha, la misma del micrófono. Bastón de ciego porque las cataratas le han carcomido los ojos, y no ve ya. Tiene los ojos azules azules que yo temía que mi padre tuviera cuando le diagnosticaron cataratas hace unos cuantos años, pero llegaron las operaciones con láser y la pesadilla se me quitó. El hombre canta bajito, nadie lo escucha entre el bullicio, canta y sostiene con la mano izquierda su vaso amarillo para las monedas, vacío. Vasito que trata de acercar a todos los peatones que se acercan, no por curiosidad, sino porque tiene que pasar, y ya. Cuidado / cuando me tengas que dejar a un lado / piensa que el mundo seguirá girando / y alguna vez acabarás llorando... Con una voz clara, no tanto como la de José José -con el único que yo había escuchado esa canción- pero más sentida, casi susurro. Canta bonito. Yo busco monedas y me pongo nerviosa, con ese nerviosismo que me da cuando ya sé que no controlo los ojos y que todos a mi alrededor se darán cuenta que otra vez sentí algo que está de más, pero no para mí. Coloco tres monedas en el vasito amarillo, cuatro pesos, y cuando ya mis ojos van a explotar me doy cuenta de que un hombre, parado muy cerca al taburete del bolero, me observa descaradamente, y me dice con la mirada "Yo sé qué sientes, la escena también es muy desoladora para mí". Mi cómplice del día.

III

Siete de la noche. Ante un repleto Salón de Actos de Minería, el Maestro Miguel Ángel Granados Chapa (nunca olvidar el título de Maestro) agradece al auditorio su interés por la presentación del libro de Jenaro Villamil, El sexenio de Televisa. Durante una hora completa el Maestro cuenta por qué a todos debe interesarnos si Azárraga-Salinas Pliego-Slim se pelean, por qué Televisa no quiere a Dish y por qué Tv Azteca odia las tarifas de interconexión. Alaba a Villamil y su volumen y su lucha, que lo ha convertido, junto con Carmen Aristegui, en enemigo emérito de Televisa y sus ilegalidades. Así, literal, "enemigo emérito". En momentos pierdo el discurso, porque vuelo y recuerdo que cuando subía las escaleras para el Salón de Actos (tras formarme media hora, porque había mucho interés en la presentación) vi un lienzo blanco de In Memoriam colgado del techo, donde todos pueden verlo, que menciona a los grandes que se fueron hace poco, los Carlos, Monsiváis y Montemayor, Germán Dehesa, Bolívar Echeverría. Y mientras el Maestro continúa en el Salón de Actos, en el primer piso, hablando de las formas de burlar la ley en este país, yo vuelo y recuerdo que justo fue en el Palacio de Minería, en el inicio de las escaleras, abajo, la última vez que vi a Monsi, precisamente del brazo de Villamil. ¿Hace dos, tres años? Ya no podía caminar bien y Jenaro lo ayudaba. Todos lo reconocíamos -esas canas revueltas, esos lentes, ese cuerpo-, y en una especie de acto de total respeto, el que se ve sólo para los grandes grandes, todos le abríamos paso y lo saludábamos y le decíamos Maestro. Y regreso al Salón de Actos y el Maestro Granados Chapa continúa describiendo a un público comprometido lo que cambió. Que antes Azcárraga Milmo era un soldado del presidente y ahora Calderón es un soldado de la televisora (Chimal). Y me vuelvo a ir y recuerdo esa madrugada de junio en Palermo, Sicilia, cuando sonó mi móvil (no mi celular) y era mi madre llorando porque se había muerto Monsi, la única vez que mi madre me llamó en el viaje, la anécdota que no me canso de contar porque dice tanto de nuestra cursilería familiar. Y las dos sufriendo ese día, una en México con Odín como paño de lágrimas y yo solita, sin paño de lágrimas, en Sicilia. Y regreso y el Maestro Granados Chapa continúa con su descripción meticulosa -como todas sus descripciones- de la impunidad de los monopolios. Salgo antes de la sala porque Élmer Mendoza estaba ya hablando en otro salón. Una hora más tarde paso por la puerta del Salón de Actos y Villamil continúa firmando libros, 11 personas esperando. No lo pienso. Bajo escaleras brincando. Corro al local de Random House Mondadori, compro El sexenio de Televisa antes de que cierren, la última venta, porque ya pasa de las nueve. Subo escaleras y me formo, la última que le pide firma. Y quiero contarle lo de Monsi, pero no puedo hablar. Le agradezco la dedicatoria de colega y le agradezco mentalmente por hacerse acompañar de Maestros. Y me voy.

IV

Intermezzo. Élmer está feliz. Cuenta ante unas cincuenta personas -y varias sillas vacías- por qué le inventó más aventuras al Zurdo Mendieta. Yo traigo La prueba del ácido en la bolsa, para que me la firme. Élmer ríe y sonríe y hace aspavientos con los brazos y cuenta que su principal reto es hacer un libro distinto, con episodios distintos del Zurdo, y cuenta también del narcotráfico como el contexto y no la trama en Culiacán, su ciudad natal, y por qué hay que escribir esa historia, la de la vida en zona narca. Al final de la charla hay que salir de la Galería de Rectores para que la cierren. Los que queremos firma a seguirlo al local de Tusquets. Salimos. Pasa el intermedio de Villamil y la carrera y la compra. Regreso a Tusquets. También soy la última firma de Élmer, quien pregunta santo y seña de mi nombre, raro de escribir. Lo único que atino a decirle es que lo entrevisté hace un par de años, por su colección de cuentos Firmado con un kleenex. Obvio no recuerda nada. Le agradezco y me aprieta la mano fuerte. Salgo de Minería. Por las prisas del regreso, leo la dedicatoria hasta que voy en el Turibús, sentada. "Para Jésica Zermeño que ha llegado muy plantada, como si acabara de ganar un premio. Felicidades. DF, feb 2011". Claro, tengo su firma.

V

Colofón: Avenida Juárez cerrada para las bicis, algunas con lucecitas muy monas (pienso que daría mucho por disfrutar esa imagen con él, y tengo la certeza por segundos que no viviré algo tan puro como los años con él, como muchos me han dicho, y duele). Concha Buica desde Madrid-Santiago, y sueño, mucho sueño. Tengo que aprovechar que tengo sueño. Fin del sábado, de un sábado que reconcilia.

Nueva regla

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Estoy leyendo un libro que alguien, lejos, necesita. Lo sé. Porque dice eso justo que lo hará no sentirse en total soledad, porque explica lo que le pasa con las palabras precisas, en frases inteligentes y comprensivas. Todo el fin de semana busqué la forma de enviárselo rápido y baratamente, para que lo tuviera ya y no siguiera necesitándolo, para que ya no gritara más auxilio. Hasta que volví a saber de su existencia y me convencí. Puedo regalar libros a todos, a amigos, enemigos, amores, desamores, presentes y olvidados, pero nunca, nunca, a los que ya me decepcionaron. ¿Para qué aventar sabiduría a un pozo oscuro, sin fondo? La respuesta es simple, para qué. Que el pozo siga sin luz, al fin que ya tengo linternas.

Rumbo

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Nunca he sido de aniversarios, pero este mes no pude olvidarlos. Hubo tres importantes. De una pérdida, la más grande de mi vida, de una ruptura, también la más grande, y de un inicio. Le temía a enero. Creía que la fuerza de lo que pasó en otros tiempos acabaría con el ímpetu que había logrado guardar los últimos días de diciembre y todo se volvería confuso, molesto, lejano, porque otra vez querría estar en antes, sin poder hacerlo, desahuciada. Pero no. Termino el mes, volteo hacia atrás y, salvo mis apreturas económicas actuales que veo casi eternas, me siento llena. En esta realidad, la que vivo desde que me levanto y hasta que me acuesto, en la cama de siempre, y en las demás, las que vivo lejos, porque la vida de acá, definí, no me alcanza, y yo, como dice Javier Lomá Gonzón, lo quiero todo. Porque no sólo fueron las caminatas con mi peludo terapeuta, las frases célebres de los oráculos, que no lo saben todo, pero todo lo comprenden, las risas en la oficina y las comidas en el delicioso-gourmet-de-al-lado, los platotes de pasta pseudoitaliana, las cenas de comida japonesa, los cafés con mucha cafeína, las escapadas nocturnas con Universal Stereo como cereza del pastel. Fueron también las llamadas lejanísimas, con tonos de voz distintos y cálidos, la llegada de timbres postales en un sobre blanco con el mejor deseo de año nuevo, las respuestas a nostalgias de hace meses, los libros de periodismo, de lugares que ya pisé, de los narcos, el cine... Toda la olla de presión se convirtió en más mirada con los mismos ojos, pero más clara. Hace unos días, Andres Hoyos, escritor y fundador de El Malpensante, difundió una frase de Clarice Lispector, "Cambie, pero comience despacio, porque la dirección es más importante que la velocidad". ¡Eso! ¡Justo eso! En los aniversarios encontraré las claves para saber por qué soy ahora, sí, pero no deben pesar, alumbran, porque ya tengo la dirección, porque ahora el presente es lo que importa. Porque ahorita ahorita ahorita lo que me hace feliz es una canción de Alejandro Fernández (toda una novedad en mí) y un libro de Jorge Ibargüengoitia. Porque lo demás o ya se fue o viene al ratito...


Hoy declaro...

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En pleno uso de mis facultades mentales, que no me acercaré más a los pretenciosos. No más aceptar a los que venden sus vidas como si fueran novelas y ni siquiera llegan al guión. Nunca más aceptar que egos agobien conversaciones. No más. Ya tuve de eso suficiente. No más...

Historia de amor 1

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Se reunieron más por tu insistencia que por su deseo. Es la verdad. Desde hace meses tratabas de captar su atención con chistes gratuitos cada vez que te la encontrabas en el chat, es decir, diario, porque ella se conecta siempre que está en la oficina, lo que últimamente es, para su desgracia, todos los días. Y todos los días la invitabas a salir. Cuando te dio por fin el sí, hoy, 7:30 frente a Bellas Artes, no dudaste. La esperarías ahí aunque se tardara, aunque te dejara plantado. Eso le dijiste, porque querías verla, porque esperabas desde hace meses.

Llegó 15 minutos tarde. Vestida de oficina, sobria, con el cabello desarreglado como siempre, un poco más delgada que la última vez, hace casi año y medio. Tú esperabas recargado en una luz, en un lugar en el que le costaría verte, con más canas y la misma barba descuidada. Quería ver cómo llegabas, le dijiste después. Cuando por fin te encontró y se acercó presurosa le diste un abrazo que ella trató de esquivar, aunque no te diste cuenta. Te propuso ir a su lugar de café con leche favorito, a cuadras. Aceptaste. Tenías hambre pero fingiste que no, porque no sabías que esperaría ella, si un café, un trago, una cena, caminar. La noche estaba fresca. Se quejó de un incipiente dolor de garganta. Quisiste darle tu chamarra. No, ella nunca aceptaba las chamarras de los demás. Así era, siempre, necia, muy necia.

Caminaron al café. Preguntó por ti, por tu hijo, por tu trabajo. Le dijiste lo mismo que una década atrás. Trabajabas cuando podías pero sin ser un esclavo. ¿Tu hijo? Grande ya, seis años que a ambos se les habían pasado volando, primero de primaria. ¿Y ella? ¿Su mamá? Ahora están separados, confesaste. Tenían problemas. Recordó hasta cómo se llamaba. Cómo iba a olvidarlo, si fue su primera gran rival, se la presentaste como "la mujer de mi vida". Hasta hoy cada vez que escucha ese nombre se le retuerce el estómago, aunque no quiera, aunque ya no sienta lo que sintió por ti.

Llegaron al sitio y ocuparon uno de los gabinetes de madera. Viste que quería comer y te animaste a seguirla. Pidieron enchiladas verdes. Ella agua de mandarina, tú nada. Después, dos cafés con leche. En la cena dejaste que hablara, que te contara de sus aventuras lejanas recientes, de su depresión apenas terminada, de su curación, de su regreso a la vida en México. Se hartó de hablar, porque no es así, se siente incómoda hablando de sí misma. Pero tú no querías decir nada. Ella, cada vez más incómoda, exigió palabras. Me siento presionado, así no hablo, dijiste. Entonces recurrió a lo único que tenían para acabar con el silencio: el pasado. Lo consiguió. Te recordó los libros que le dejaste antes de irte a Europa, hace nueve años, cuando te apareciste de la nada, borracho, en su casa, y le entregaste a su madre una decena de volúmenes. Valéry, Dante, Goethe, Borroughs, Borges. ¿Borges? No recuerda el libro de poesía de Borges. Sí, se lo diste, estás seguro. ¿O lo perdiste? Ella pensó en el soundtrack de Underground grabado en un cassette que le entregaste junto con la literatura. Quiso decirte que lo escuchó mil veces, hasta dañar la cinta, que tuvo que pedir la película a Estados Unidos porque acá todavía no se conseguía en las tiendas, no como ahora que la venden donde sea. Un dineral porque quería ponerle imágenes a tu música. No pudo decirte que todavía no soporta ver a Kusturica en vivo, le pareció una cursilería innecesaria. Tampoco quiso decirte que, desde el día de los libros, su madre te perdonó todas las llegadas a deshoras, sin saber dónde estaba su hija, con un borracho. Unos libros bastaron. Pero el pasado comenzaba a pesar. Pidieron la cuenta. Cada quién pagó lo suyo. Con ella no se puede, es necia, necia. Mejor para ti, pensaste.

Luego, a caminar. Necesitaban aire. Recorrieron todo su Centro Histórico de antes, de cuando eran juntos. Para llenar el espacio entre ustedes le tomaste el brazo izquierdo y regresaste a lo mismo, a lo que fue, porque era el momento. Llegaron a la calle de Cuba, peligrosamente oscura y con algunos seres de mala facha acechándolos con los ojos. Buscaron los hoteles de mala muerte que visitaron en esa calle años atrás, donde le abriste el mundo; las cantinas que recorrieron por días, mientras tú te emborrachabas y ella, sin tomar una gota de alcohol, soñaba conque escribiría libros de antropología con las escenas que veía. Porque ella, a sus 17 años, quería ser antropóloga, o estudiar literatura, como tú. Luego, palabras sobre sus cuerpos. ¿Estaba todavía la alcancía en su cabeza? Sí. ¿Y tu clavícula salida? También. Eran los mismos, pero más viejos. ¿Y sigues sin querer tener hijos? Sí, contestó, todavía no encuentro al padre. Pero si estoy yo, ser papá ha sido lo mejor de mi vida, contestaste rápido. Entonces, en un arrebato de nostalgia, besaste tímidamente su hombro sin soltarla del brazo. Ella no se inmutó, siguió caminando con las manos en los bolsillos, temiendo que te entrara valor y la arrinconaras en uno de esos recovecos oscuros de las iglesias del Centro, donde a esa hora sólo había indigentes buscando una noche tranquila. No lo hiciste, porque sabías que te rechazaría.

Sintiendo su frialdad te sentiste obligado a decirle lo que tenías guardado junto con su recuerdo, la razón de la cita. No he dejado de sentir nunca algo por ti, y ahora que te veo me doy cuenta de que es amor, lo nuestro lo tengo incompleto, sin terminar, le falta un final, y siempre que pienso en ti lo siento. No importa que hayan pasado 10 años. Ahora me doy cuenta que es un ciclo sin fin, y que quizá sea el momento de terminarlo. Es amor lo que siento, es amor. Puntos suspensivos. No lo esperaba, simplemente no lo esperaba. ¿No será más bien nostalgia lo que sientes? No, es más que eso, lo siento ahora. Entonces soltaste su brazo y buscaste en el bolsillo del pantalón su mano, la aprisionaste. Caminaron muchas calles tomados de la mano, como antes. Ella calló, hasta que por fin espetó. Imagínate lo que representas para mí, el principio, siempre sentiré gran agradecimiento por ti, eres especial, en mis recuerdos estás aparte. ¿Y nunca te hice daño? El alcohol, y las salidas a lugares oscuros, mis lecturas deprimentes, ¿nunca te hicieron daño? Jamás, yo fui feliz contigo, nunca sufrí.

Ella se quería ir, porque ya no te correspondía, porque el amor que querías enseñarle ya estaba a destiempo para ella, ya no era en ella. Sugirió caminar al Metro Hidalgo. Quiero alargar este momento, dijiste. Ella no pudo, no quiso más. Aceptaste su huida, pero no soltaste su mano. La acompañaste. Entraron al metro y sugeriste acompañarla hasta San Cosme, donde ella siempre toma taxis a su casa, la misma que hace 10 años. Mientras caminaban hacia el andén, subían al tren y bajaban de él tú aprisionabas su mano cada vez con más fuerza. Ella, en su desconcierto, sólo atinaba recordar la poesía que le diste, esa de Baudelaire, y nada más, lo demás estaba en blanco. Llegaron a los torniquetes de San Cosme y a la despedida. Por fin la soltaste. Te agradeció rápidamente, un beso en la mejilla y un hasta después, en algún momento. Todo rápido, para evitar dolores innecesarios. La observaste mientras subió las escaleras al exterior a toda prisa, hasta que desapareció.

No sabes si la volverás a ver. Lo que sí sabes es que ambos pensaban en lo mismo, en que no hay situación más triste entre dos que una declaración de amor a destiempo...

La giganta

Cuando Naturaleza, en su brío poderoso,
concebía diariamente monstruosas criaturas,
vivir habría querido cerca de una giganta
como al pie de una reina un gato ronroneante.

Habría visto su cuerpo florecer con su espíritu
y en libertad crecer con sus juegos terribles;
sabría si el corazón guarda una llamarada,
en las mojadas nieblas que bogan por sus ojos.

Recorrer, al azar, sus magníficas formas;
escalar las vertientes de sus piernas enormes
y, acaso, en el estío, cuando soles malsanos

la tumbaran rendida en mitad de los campos,
a la sombra del seno dormitar sin cuidado,
como escondida aldea al pie de una montaña.

CB

Giros

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El problema es que hay un desequilibrio otra vez. No puede ser que se arregle una parte de tu vida e, instantáneamente, se descomponga la otra, la que te que da de comer. ¿O siempre había estado mal y no te habías dado cuenta por tus problemas de personalidad? ¿Qué de repente todo lo que veías aceptable por un par de años más ya no es? ¿Y ahora qué vas a hacer?

Lo único que queda en estos casos es relajarte. No puedes hacer más en el corto plazo. Estás tan atada de manos que no puedes ser capaz de hacer absolutamente nada. Piensa, planea acciones. Decida cuál será tu prioridad. El refugio funcionó, pero ya tiene demasiadas goteras...

Presente

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"Nunca había conocido tales altibajos y virajes bruscos en sus sentimientos, sus estados de ánimo. Y estaba a punto de formular una propuesta que desde un punto de vista era totalmente sensata, y desde otro, con gran probabilidad -no podía estar segura-, completamente ultrajante. Se sintió como si estuviera reinventando la existencia. Estaba condenada a equivocarse".

Ian McEwan, Chesil Beach

Regalos regalos regalos

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De uno que me entiende mucho mucho...

"Que alegría, vivir
sintiéndose vivido.
Rendirse a la gran certidumbre, oscuramente,
de que otro ser, fuera de mí, muy lejos
me está viviendo".

Pedro Salinas

"Luchamos por fijar nuestro anhelo,
como si hubiera alguien, más fuerte que nosotros,
que tuviera en memoria, nuestro olvido".

Luis Cernuda

"¿A quién habíamos de responder en este mundo, sino a los que amamos?".

Albert Camus

"Gracias por tus horóscopos que aunque dibujes tardíos, para otros llegan a muy buen tiempo".

JR

Si alguien le hubiera atinado...

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...mi horóscopo 2010 hubiera sido así...

Conocerás mucho mundo, y te conocerás tú. Harás amigos lejanos, algunos más cercanos que muchos que te han acompañado toda tu vida. Compartirán espacios, tiempos, letras, lágrimas y te sentirás muy viva. Eso te dará la valentía para corregir lo que ya no querías ser, o lo que ya no eras desde hace mucho tiempo pero que aparentabas. Y no te importará, porque entenderás, por fin, que no se trata de no causar a otros, sino de no causar-te aburrimiento, mediocridad. Esa actitud la mantendrás a lo largo del año, hasta el último día.

Harás dos juramentos. Uno en una tarde de verano, con un té helado rojo en la mano. Recordarás la escena por dos pares de pies descalzos volando y edificios altos a tu alrededor, uno de ellos un cine viejo, después de La Violetera. El otro, tras de una botella de vino desconocido, recomendación de un argentino, un gazpacho de salmón y un hojaldre de frutos rojos, con lucecitas y saxofón, en una cena romántica que anhelarás desde mediados de año, y no tendrás hasta el final, a punto de que se acabe el año. En ambos te entregarás, y dirás la verdad: se hacen juramentos porque si no estás traicionando el tesoro que te encontraste por casualidad, esas casualidades que se cuenta con los dedos de una mano por cada vida...

Te harán más callada, y desconfiada. Refrendarás esa creencia que ya tenías de que quienes no escuchan nunca podrán tener tu confianza, aunque quieras, porque su ego los eclipsa. Lo confirmarás más de una vez. Ante ellos preferirás callar. Llorarás como ningún otro año, y al final verás que tus lágrimas ni eran tan necesarias, porque uno sobrevive de por sí. Regalarás un gran libro a alguien que corregirá tu falta de coraje para ser tú, y terminarás el año con muchos amuletos, entre ellos un torito, una pulsera y un barquito, con intensidades muy distintas. Tocarás el cielo en el sur, literal, y como nunca escribirás y enviarás muchos sentimientos desesperados, y los recibirás, hasta que te calmes y se calmen. Conocerás qué es el insomnio, y tu círculo verde se hará un puntito, conformado por poquititos, pero te sentirás bien. No te respetarás por primera vez, y te dolerá, pero después agradecerás y te tatuarás un gran "no me vuelve a pasar" en la cabeza.

Cotizarás mucho tu amor y tu soledad, primero por necesidad y después por deseo, tanto que terminarás haciendo un milagro: tu bienestar. Tomarás muchos, muchos cafés, pero regresarás a tu lugar, a darte cuenta que el mejor café del mundo ha estado siempre a media hora de tu vida, y sabe mejor si lo tomas entre sonrisas, chismes, periódicos...

A pesar de los dolores, al final del año te sentirás tan bien que tus planes serán tan ambiciosos que nadie podrá pararte. Bueno, quizá un bohemio que todavía no conoces, y no conocerás en 2010. Mientras, no...