Mojacar

Es el lugar perfecto. Blanco por todos los costados. Calles perfectas. Mar perfecto, a lo lejos, de cuadro. Gente perfecta. Terraza perfecta. Tardes y noches perfectas. Bar perfecto (azul, no blanco), el más perfecto que he encontrado en este mundo perecedero. Temperatura perfecta. Vestido perfecto, morado, pero a tono. Compañía perfecta. Charla perfecta, aunque a veces dolorosa. Cama perfecta. Y no pude. Hubiera querido quitarme de una vez los gritos que me marean la cabeza, explicar pausadamente mis argumentos para algo que desde el principio no tenía guión. Y no pude. Otra vez no pude. Porque la blancura tan perfecta del ambiente no pudo pintar también mi mente. No pude dejarme llevar y ser sincera conmigo misma. "El que espera desespera", me dijo la mujer del perrito, cuando estaba sola frente al Mediterráneo. "Por eso yo no espero nada", le dije. Pero le mentí. Sí espero. ¿Y la música? Ésta, siempre ésta. Una veitena de veces, una treintena, cien. Ni qué hacer conmigo, pensé, hasta regresar. Se quedó como la música de ese pedacito de mundo. "Ahora acepte sus errores y asúmalos". Para la otra...



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