La mala educación

Recuerdo que fue una noche de diciembre pasado, ya sabía que venía a Madrid. Nuestra vecindad en la redacción se estaba haciendo insoportable desde días antes. Sus comentarios me molestaban, y los míos nunca eran tomados en cuenta. Tratábamos de ignorarnos. No sé si eran las jornadas larguísimas que habíamos pasado ahí sentados, separados por centímetros, cada uno viendo su monitor. O que simplemente nos había hecho mal ser tan juntos, platicar todo lo que pensábamos del acontecer nacional, de la profesión, del poder, de la familia, de los perros, de las frustraciones, del espurio. De repente, esa noche, estalló todo, sin más. Tras orden suya –“Quédate, tenemos que hablar de varias cosas”–, y una hora tensa de espera en la que yo me picaba los ojos sin tener nada que hacer, nos vimos en el snack, para hablar de “nuestras diferencias”.

Lo siento por los tres seguidores que me leen y sus respectivas mentes morbosas que quieren saber con santo y seña lo que nos dijimos, en momentos de manera nada educada, pero no pondré aquí mis recuerdos detallados de la discusión. Esos quedan entre él y yo y aquellos que tuvieron que consolarme en la noche de más lágrimas del último año –dígase Miguelón y mi madre, osease los de siempre–. Sólo diré que fue una discusión hiriente, que me hizo repensar mi pseudo-futuro-seguro-y-prometedor en Reforma. Una “charla” dolorosa, que tiene partes que preferiría olvidar. Pero hay un momento que rescato, por lo valioso que ha sido para el después. Yo acababa de entrevistar a Leonel Godoy, gobernador de Michoacán, en un hotel de lujo de Polanco. Es el hombre que gobierna el estado que vio nacer al peculiar grupo delictivo La Familia, ya mundialmente conocido. No le pongo cartel porque es otra cosa, mucho más complicada. Entrevisté a Godoy porque casi seis meses antes el gobierno federal había detenido a 10 alcaldes municipales y una veintena de sus colaboradores por supuestamente estar involucrados con La Familia. A él ni le avisaron. El proceso judicial está lleno de irregularidades y algunos vieron en las detenciones claras intenciones políticas contra el gobernador, que no es del partido del Presidente, Acción Nacional, sino de izquierda, del PRD. Queríamos la posición de Godoy.

Esa noche le había entregado el texto que, siendo sincera, no tuve problemas en redactar. Pero lo hice con desgano, porque yo había propuesto ir a Michoacán y hacer las historias de primera mano, y no me dejaron. A cambio de eso, entrevista con el gobernador. Entre todos los reproches periodísticos que me hizo esa triste noche, de repente soltó “Y la entrevista con Godoy, muuuy mala entrevista. Mediocre. No dice nada nuevo”, “¡Cómo no va a decir nada nuevo! ¡Si es la primera vez que Godoy habla sobre su posición, sobre lo que piensa de las detenciones!”, “Sería el colmo que no dijera eso, ¡si la entrevista te la puso el director! Estabas frente al que gobierna Michoacán, al que tiene que lidiar todos los días con una organización religiosa, inédita, donde empezó la guerra contra el narco, con el hombre que nunca habla, ¡y a mí me dio flojera leerla!”. Guardé silencio. Lo que siguió está brumoso en mi cerebro. Sólo recuerdo que la conversación alcanzó tonos inesperados y yo terminé sola con mi botella de agua en la mesa. Obviamente mi primera reacción fue de negación total, de éste lo dijo porque estaba enojado, pero después tuve que aceptar que tenía razón. Horas después leí la entrevista, ya algo calmada, y acepté con toda sinceridad que era pésima, que había desaprovechado una oportunidad de oro con condiciones ideales para entrevistar a alguien clave del momento, que por mi coraje de no ir a Michoacán había hecho mal mi trabajo. Y no es ni la única ni la última vez.

Tras un correo largo de medianoche, al día siguiente volvimos a hablar. Él sentía la necesidad de enmendar las cosas. Yo no quería, no ese día, estaba débil y con los ojos de pasa por la hinchazón. Se disculpó de lo que tenía que disculparse, pero sobre la entrevista fue firme. “Es que te falta madurez periodística, y eso sólo lo vas a adquirir trabajando todos los días. Tu desarrollo periodístico no ha sido como debiera haber sido, y tendrás que cubrir tú sola lo que te faltó. Yo haré lo posible por darte mi experiencia”, me dijo en un tono comprensivo, no sólo de jefe o formador, sino de amigo.

Este episodio lo escribo ahora porque lo he tenido muy presente últimamente, pues en algunos debates con profesores del programa y con los colegas latinoamericanos hemos discutido, desde varias aristas, lo poco que nos ayuda la escuela formal en esto del periodismo y, personalmente, he pensado mucho en mi formación, en toooodo lo que me falta. Sobra decir que han sido enriquecedoras y reveladoras charlas. No es que sienta que descubrí el hilo negro, pero ya entendí que los grandes debates, si no haces un esfuerzo por masticarlos, digerirlos y entenderlos, no te sirven de nada. Están ahí como de adorno, nunca te haces consciente, y yo he tratado estos tres meses de no andar de inconsciente en esto especial que estoy viviendo. Hoy, que estuve muchas horas malamente desganada en la redacción, con la cabeza hueca, en una sección acéfala que ha sufrido los últimos días algo de descoordinación, encontré otro pretexto para escribir sobre esto. Hoy, que me sentí totalmente inútil, surfeando en la red, me encontré con una Carta a un joven periodista. No la de Juan Luis Cebrían, no. Ésa también hay que leerla, y al principio de la carrera, no como yo, que la leí un año después de terminar cuando trabajaba en el sótano de Reforma para recordar mis intereses periodísticos y no renunciar. No. La Carta que yo encontré hoy y que me recordó esa noche de diciembre fue escrita por Walt Harrington, importantísimo periodista estadounidense que fue por 15 años parte del staff del Washington Post y es referencia obligada para el periodismo de lo cotidiano entre los gringos. Hasta hace un par de horas yo ni sabía de su existencia, porque mi formación periodística está TOTALMENTE INCOMPLETA, a pesar de haber estudiado con muchos buenos profesores cuatro años y medio en una universidad decente –pagar una fortuna– y seguir quesque leyendo de vez en cuando algo relacionado con la profesión. No postearé aquí toda la Carta, por favor leer aquí, no tiene desperdicio. Sólo recupero una parte, la que más me gustó, la que, según yo, los jóvenes que nos preocupamos por esto no deberíamos olvidar.

Doing this work well is an adventure but it is a lifelong adventure. I tell people that I didn’t do any work that I would like to have seen collected in books until I was 35. That means I’d been doing journalism for ten years before I did anything that I thought was memorable enough to keep. And yet during those years I was considered to be among the best at the places I worked. You need to set your own standards and keep them…

Reporting will always confirm our ignorance. For young reporters aspiring to do sophisticated work, though, the first step is to recognize just how dumb you are. That isn’t so easy for cocky, confident, ambitious young journalists to do. That’s why I always quote Crash Davis from Bull Durham saying, “Baseball is a game of fear and arrogance.” I think journalism requires that same balance of humility and confidence.

Me hubiera gustado conocer antes esto, pero no me lo topé, y leerlo me recordó esa noche de diciembre, y los buenos consejos que han venido después. Tras este día de aparente ocio ya tengo más tareas: devorar todo sobre Harrington (se aceptan regalitos Amazon para la Navidad), seguir leyendo sobre estas cosas y dejar la cómoda ociosidad en la que me encuentro ahorita y publicar. Por lo pronto para el lunes ya tengo un aparcamiento y, esta noche, un cumple a la brasileña…

PD. Para los preocupados por la pelea Google y los medios tradicionales, les comparto otro descubrimiento de hoy. El texto tiene la peculiaridad de haber sido escrito por James Fallows, periodista veterano, redactor de los discursos de Jimmy Carter y ex colaborador de Microsoft, un periodista insider, pues, algo raro, y su poder para hablar de Google desde Google se nota en el texto. Eso sí, es larguito.

2 réplicas :: La mala educación

  1. Recuerdo bien aquellos días de diciembre. Había un aire muy tenso en el ambiente y tú y yo fuimos contagiados por motivos distintos.

    Si algo aprendí en mi carrera es que los sistemas tienden a estabilizarse. Así pasó contigo y conmigo, de repente las cosas empezaron a cobrar sentido.

  2. Yo recuerdo ese día y lo de la entrevista a Godoy... pero bueno, nadie sale de la carrera, sea cual sea, formado totalmente. Uno sale de la carrera y es cuando realmente se enfrenta al mundo real y al hecho de darse cuenta de que en realidad no sabe tanto como creía, tal vez, no sabe nada...

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