Es cuando la comodidad se acaba el inicio de toda desgracia. Y el pretexto puede ser cualquiera. La falta de un asiento completo, sin respaldo. Con eso la espalda se enfada y le manda al cerebro un qué hago aquí. Pero también puede ser algo más profundo. Que el café con leche favorito de repente sepa insípido, el que funcionaba a veces como consuelo y otras como alegría en vaso. O que el calor sea insoportable, después de asegurar que cualquier cosa es mejor que el frío. O escuchar citado al mismo mil veces, el que menos te importa, pero que una de sus palabras es más importante que las catástrofes y la falta de milagros, en esta ciudad o en cualquiera. Y el problema no es que la comodidad se vaya, es qué vas a poner en el vacío que deja. Ahí es donde se mide si tu mente está enferma o sana. No antes... No antes...
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Si quieres ver cambios, haz cosas diferentes... O algo así... Dicen que lo dijo Einstein, no me consta, y francamente no me importa si lo dijo él, pero el concepto es muy cierto.
Ricardo Otero
9 de agosto de 2012, 21:10