Viajando, uno se topa sobre todo con los vivos. A veces también con los moribundos. Y también con auténticos muertos, depende de los lugares. Hoy, en determinados países, por ejemplo, pueden hallarse en cantidades respetables. Pero también con nuestros muertos, o los muertos que hemos conocido cuando estaban vivos. Puede ocurrir. Puede ocurrir, por ejemplo, que en una modesta pensión de Lisboa, en un domingo de agosto, cuando la ciudad está desierta, uno reciba la visita de su propio padre que lleva tiempo muerto. ¿Por qué no se presentó en casa? ¿Será cierta forma de timidez que tienen los difuntos? ¿Cierta dificultad en volver a un lugar demasiado familiar para él? Puede ocurrir que en una anónima habitación de hotel en Singapur, en lo más alto, en la última planta de un rascacielos, te llegue de repente la voz de tu tío de Lucca. Menuda potencia de voz, si llega desde Lucca, y resulta de lo más extraño, pues viviendo a escasos kilómetros de distancia nunca te había llegado; uno está durmiendo en un hotel de Singapur y lo despierta la voz de su tío de Lucca. ¿Será posible que al tío de Lucca le hiciera falta que su sobrino se hallara en Singapur para decirle una cosa al oído? ¿De qué dependerá? ¿Será porque esa noche no has visto los telediarios italianos, algo por lo demás imposible en Singapur? ¿Será porque no te has enterado de que el papa se ha asomado a la plaza con un nuevo sombrero, de que el diputado del partido de la mano dura hoy no ha animado a disparar contra nadie, de que ese periodista televisivo que de humano no tiene casi nada considera sagrado el embrión? ¿Será porque has hecho limpieza de las escorias que contaminan la vida cotidiana? ¿Será porque los muertos, al igual que los cetáceos que se comunican con una especie de sonar natural para no ser molestados por todos los sonidos artificiales que contaminan los océanos, sienten la necesidad de aguas acústicamente limpias al objeto de que su voz no se pierda entre el ruido de fondo que nos envuelve?
Antonio Tabucchi
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