Autógrafo

Ayer llegaron Los Tigres del Norte a la oficina no convencional de Amanditita. Como ella es mi amiga me consiguió un autógrafo de Hernán, el bajista "del fleco blanco", como dice ella. Me puse inmensamente feliz.

La primera vez que los vi en vivo fue en Guanajuato, en el Festival Cervantino, en el 2002. Se presentaron en La Yerbabuena, un terreno muy amplio donde generalmente tocaban grupos de rock, ska y similares durante el Festival. Hasta donde sé este espacio no funciona ya. Recuerdo que eran los invitados de honor de ese año y el concierto era gratis. La verdad es que no iba a verlos a ellos, sino a los otros tres grupos que tocarían esa noche, La Barranca, Molotov y Julieta Venegas, no me interesaba quedarme.

Pero cuando llegamos mis amigos y yo al lugar vi algo que no he vuelto a ver nunca en un concierto. El público estaba dividido en dos, chavos como nosotros y sombrerudos, de botas y todo, ellos. Y cuando digo que el público estaba dividido no sólo es en sentido figurado, ¡había una franja de terreno entre los dos! Ellos, no nosotros, eran mayoría. Apareció La Barranca y los de sombrero ni se inmutaron. Luego Molotov. Mientras mis amigos brincaban como locos –yo no brincaba tanto–, ellos nos veían con cara de susto y compasión. Llegó Julieta Venegas y nada cambió. Todos los grupos les dedicaban un comentario, "A ver, los amigos de atrás, pónganse a bailar, ahorita salen Los Tigres", pero ellos como piedras. Todos tocaron covers de Los Tigres, era SU homenaje.

Cuando vi que tres cuartos de la mitad del público esperaron más de tres horas para verlos sólo a ellos la curiosidad se apoderó de mí y decidí quedarme, para ver si de veras eran taaan buenos. Perdí a mis amigos para no irme al hotel y esperé a que los tan esperados Tigres salieran a tocar. Qué bueno que lo hice.

Aparecieron después de medianoche, en su ultramoderno escenario, cuando estaba a punto de congelarme. El Jefe de Jefes primero, como siempre, después supe. Los sombrerudos y sus parejas se apoderaron del espacio y comenzaron a cantar y bailar, al unísono, como si a todos les hubieran dado cuerda al mismo tiempo. Pocos chavos nos quedamos. Nunca había visto a un público así, tan entregado. Me conmoví de veras, y me dio mucha vergüenza que yo sólo me supiera dos canciones, El Jefe de Jefes y La Puerta Negra, DOS de taaantas. Prometí que nunca más volvería a quedarme al margen de un fenómeno tan grande. Una hora después de tocar, de bailar, de hacer nuevos amigos, no sé cómo descubrí atrás del escenario sus tráileres de equipo, ocho, alineados, y ellos no habían cobrado un peso por la presentación. Se hicieron más grandes a mis ojos. Tocaron hasta las cuatro y media de la mañana, sin parar, no sé cuántas canciones, pero seguro más de 30, hasta que Jorge ya estaba ronco. Llegué a mi hotel a las seis de la mañana, no me acuerdo cómo. Todos ya estaban dormidos.

Meses después vi el video con Los Tigres tocando De paisano a paisano en un estadio de Dallas lleno, todo el público cantando a una voz, y comprendí todavía más su grandeza. Luego supe que fueron los primeros que dijeron a todo aquel que quisiera escuchar, no en lo oscurito, que Carlos y Raúl Salinas de Gortari eran narcos hasta la médula, en El Circo, y también fueron los primeros en cantarle a los gringos desde los principales auditorios de Estados Unidos la verdadera condición de los indocumentados mexicanos y que ellos no eran los únicos americanos. Lo hicieron tan bien que por Gracias, América sin fronteras (todo el album) les dieron su primer Grammy en 1988 (hoy tienen siete y una veintena de nominaciones) y hasta rompieron un récord en 1993, el de asistencia al aire libre en la Arena Deportiva de Los Ángeles. Me enteré también de que tienen más de 50 discos (47 reconocidos en su página oficial) y más de 500 canciones. Van a Stanford a dar clases de cómo mantener un negocio exitoso y no alejarse de la familia y justo hoy, pa seguir innovando, tocarán en un avión.


Para mí De paisano a paisano es el homenaje más bonito que hay a los mexicanos que llegaron ilegalmente a Estados Unidos, como mis tíos, tus tíos, los hermanos de tus tíos, o quien sea de tu familia, y cada vez que escucho el El Gato Felix, que dedicaron al periodista fundador del semanario Z de Tijuana, Héctor Félix Miranda, asesinado por uno de los guaruras de Jorge Hank Rhon en 1988, la piel se me pone chinita de emoción. No exagero. Por eso suscribo lo que dijo alguna vez Arturo Pérez-Reverte, recordado por Pablo Ordaz en su excelente nota del sábado pasado en Babelia:


Un país como México se entiende mejor por Los Tigres del Norte que por los más sesudos intelectuales o los novelistas de más éxito. Este país tiene una realidad tierna y violenta, dura y familiar, trágica y feliz, y el corrido y el narcocorrido norteño es el que mejor la ha definido. Élmer Mendoza y yo somos pinches escritores que necesitamos quinientas páginas para contar lo que Los Tigres del Norte cuentan en tres minutos y medio".

Por todo esto le estaré eternamente agradecida a Amandititita, por el autógrafo de los Jefes de Jefes.



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