Una definición letal del amor... La real...

0 réplicas
"¿Por qué habría de querernos el que señalamos nosotros con tembloroso dedo? ¿Por qué ése justamente, como si nos tuviera que obedecer? ¿O por qué habría de desearnos aquel que nos turba o nos enciende y por cuyos huesos y carne morimos? ¿A qué tanta casualidad? Y cuando se da, ¿a qué tanta duración? ¿Por qué ha de perseverar algo tan frágil y tan prendido con alfileres, la más rara conjunción? El amor correspondido, la lascivia recíproca, el enfebrecimiento mutuo, los ojos y las bocas que se persiguen simultáneamente y los cuellos que se estiran para divisar al elegido entre la multitud, los sexos que buscan juntarse una y otra vez y el extraño gusto por la repetición, volver al mismo cuerpo y regresar y volver... Lo normal es que casi nadie coincida, y si existen tantas parejas supuestamente amorosas es en parte por imitación y sobre todo por convención, o bien porque el que señaló con el dedo ha impuesto su voluntad, ha persuadido, ha conducido, ha empujado, ha obligado al otro a hacer lo que no sabe si quiere y a recorrer un camino por el que nunca se habría aventurado sin apremio ni insistencia ni guía, y ese otro miembro de la pareja, el halagado, el cortejado, el que se adentró en su nube, se ha ido dejando arrastrar. Pero eso no tiene por qué persistir, el encantamiento y la nebulosidad terminan, el seducido se cansa o despierta, y entonces al obligador le toca desesperarse y sentir pánico y vivir en vilo, volver a trabajar si todavía le restan fuerzas, montar guardia a la puerta y rogar e implorar noche tras noche y quedar a merced de aquél. Nada expone ni esclaviza tanto como pretender conservar al que se eligió e inverosímilmente acudió a la llamada de nuestro tembloroso dedo, como si se obrara un milagro o nuestra designación fuera ley, eso que no tiene por qué ocurrir nunca jamás..."


Javier Marías

Apuntes optimistas

0 réplicas
Se trata de pararse en un Metrobús andando y enfocarse en las ventanas del primer piso de los edificios que pasan. No se tiene que medir 1.77 o 1.84 para ver, o quizá sí, pero como a mí me hicieron alta no puedo saber si el experimento funcionará con una visión de otra altura. Si se hace en una noche particularmente fría como hoy es mejor, porque todas las luces, todas, se ven acogedoras. Y claro, es la Ciudad de México, fascinante, no sé si funcione con algo menos esto, menos DF. Pero si quiere intentar, adelante. Entonces el Metrobús avanza y se ve vida en las ventanas, pedazos, burbujas, y uno, de repente, se siente rodeado, con ganas de quererse quedar más de un segundo viendo al interior. Pero como el Metrobús no se para al final se entiende que fue mejor, porque ninguna de esas vidas es propia, es nada más el saludo de una ciudad fría que anuncia, de alguna forma insólita, que ya va usted para su hogar. Y hasta sonríe. Yo sonreí.

***

Pienso en muebles. Sueño con muebles. Algunos nada más, que se acomodan en una habitación totalmente blanca. Quizá la habitación con piso de madera, pero si no se puede no importa. Es sólo una cama con un edredón de colores chillantes y un pequeño estante para libros. Y nada más. El inicio. Nunca había pensado en muebles. Una vez, aunque no los pensaba, quise comprar con M, pero la respuesta a mi ofrecimiento de amueblar desmoronó por mucho tiempo mi ilusión de tener un espacio con mi signo. Pero eso se curó, y ahora pienso en muebles. Míos, nada más míos. Luminosos y cursis. Muebles más importantes que aviones. Primera vez. Y hasta los sueño, porque la falta de insomnio ha dejado espacio para soñar. Soñar hasta con muebles.

***

Tiene que ver mi nueva felicidad por estar leyendo de amores adolescentes ajenos, y también mi reciente reencuentro con la música clásica y mi flautismo frustrado, pero me he preguntado en estos días qué habrá sido de Vladimir. Nos recordé, yo a los 14 y él a los ¿17? ¿18?, sentados en una de las bancas del parque de Santa María La Rivera después de ensayar en la orquesta, él con el trombón y yo con la flauta. Lo veo como si fuera ayer empezando Cien años de soledad y luego interrumpiendo su lectura para buscar en el diccionario una palabra desconocida (no sé qué hacía yo mientras él leía, porque seguro yo no leía). Lo veo en el cine, no, nos veo oscuros en el cine, sin ver nada, porque sólo hubo besos y lenguas torpes mientras todos veian The Wall en la pantalla. La única película en mi vida (sí, en mi vida, hasta ahora) que he "visto" entera sin ver un solo minuto por estarme besuqueando. Ni un minuto. Pink Floyd seguro ya lo perdonó, aunque alguien podría decirme que así desperdicié mi único intento de educación musical serio. Y no he querido volver a verla porque prefiero dejarla así, como la película de los besotes. Recuerdo la altura descomunal de Vladimir, su cabello largo y ondulado de Cristo, su barba de Cristo, y que tocaba el trombón. Lo recuerdo declarando su amor ante la presión social de un cuarto infestado de músicos que lo obligaron a que me dijera algo, sólo para que yo lo abandonara dos domingos después sin piedad, porque ya no regresé a la orquesta (lo verdaderamente luminoso de mi vida lo he abandonado sin piedad, aunque no di tiempo para saber si él era luminoso). Quizá lo recuerdo porque estoy a punto de definir con C las características de los hombres que me enganchan. Quizá porque es la forma indirecta de recordar a R, mi segundo Cristo, con todo y esa unión mucho más intensa y dañina, a su modo. Quizá la soltería... O no. Quizá sólo las lecturas y la flauta y la reedición del diccionario de la Real Academia de la Lengua (diccionario-lengua), o quizá las ganas de encontrármelo algún dia como un connotado trombonista, a lo mejor el día que D y yo por fin podamos conocer El Zinco. Todo lo que no se sabe es una posibilidad. 

***

Hoy, por el frío, mi cabello se veía más bonito, a pesar del dolor de cabeza. Y escucho a Romeo Santos y vuelvo a sentir unos brazos, nuevos brazos.

***

¿Que por qué cuento los destellos de optimismo? Porque ahora sé que hay que darles todo el espacio cuando existen. Y ya.

El hombre sirena

0 réplicas
Un cuento de Samanta Schweblin... Por todas las que lo seguimos buscando...

*************************

Estoy sentada en el bar del puerto, esperando a Daniel, cuando veo al hombre sirena mirarme desde el muelle. Está sobre la primera columna de hormigón, donde el agua  todavía no llega a la playa, a unos cincuenta metros. Tardo en reconocerlo, en entender qué es exactamente, tan hombre de la cintura para arriba, tan sirena de la cintura para abajo. Mira hacia un lado, después tranquilamente hacia el otro, y al fin vuelve a mirar hacia acá.

Mi primer impulso es pararme. Pero sé que el tano, el dueño del bar, es amigo de Daniel, y me vigila desde la barra. Disimulo buscando entre las cosas de la mesa la cuenta del café, como si de un momento a otro hubiera optado por irme. El tano se acerca para ver que todo esté bien, insiste en que debo quedarme, que Daniel ya debe estar por llegar, que debo esperar.

Le digo que se quede tranquilo, que enseguida vuelvo. Dejo cinco pesos sobre la mesa, tomo mi cartera y salgo. No tengo un plan para el hombre sirena, simplemente dejo el bar y camino en su dirección. Contra la idea que se tiene de las sirenas, hermosas y bronceadas, éste no sólo es del otro sexo sino que es bastante pálido. Pero macizo, musculoso. Cuando me ve se cruza de brazos —las manos bajo las axilas, los pulgares hacia arriba—, y sonríe. Me parece un gesto demasiado canchero para un hombre sirena y me arrepiento de estar caminando hacia él con tanta seguridad, con tantas ganas de hablarle, y me siento estúpida. Pero ya es tarde para volver. Él espera a que yo me acerque y entonces dice:

—Hola.

Me detengo.

—¿Qué hace una morocha tan sola, en el muelle?

Pensé que quizá… —no sé que decir. Dejo caer la cartera, la sostengo con ambas manos, colgando frente a mis rodillas, como una nena—, pensé que quizá necesitaba algo, como usted…

Tutéame, preciosa —dice y me tiende la mano en un gesto que me invita a subir.

Miro sus piernas, o mejor dicho, su cola brillante que cuelga sobre el hormigón. Le paso la cartera. La toma, la deja junto a él. Trabo un pie contra el muelle y tomo la mano que vuelve ofrecerme. Tiene la piel helada, como pescado de congelador. Pero el Sol está alto y fuerte, y el cielo es de un azul intenso, y el aire huele a limpio, y para cuando me acomodo junto a él siento que la frescura de su cuerpo me llena de una felicidad vital. Me da vergüenza y me suelto. No sé qué hacer con las manos. Sonrío. Él se arregla el pelo —tiene un jopo muy a lo americano— y pregunta si traigo cigarrillos. Digo que no fumo. Tiene la piel lisa, ni un sólo pelo en todo el cuerpo, y llena de pequeñas aureolas de polvillo blanco, apenas visibles, quizá formadas por la sal del mar. Ve que lo miro y se las sacude un poco de los brazos. Tiene los abdominales marcados, nunca vi una panza así.

Podés tocarme –dice, acariciándose los abdominales–; no hay así en el centro, ¿o sí?

Acerco una mano, él se adelanta, la aprisiona entre la suya y sus abdominales también helados.

Me tiene así algunos segundos, y después dice:

—Contame de vos –y me suelta con suavidad–. ¿Cómo va todo?

—Mamá está enferma, los médicos dicen que va a morirse pronto.

Miramos juntos el mar.

—Qué mal… – dice él.

—Pero ése no es el problema –digo–, el que me preocupa es Daniel. Daniel está mal y eso no ayuda.

—¿Le cuesta asumir lo de su madre?

Asiento.

—¿Son dos hermanos?

—Sí.

—Al menos pueden dividirse las cosas. Yo soy hijo único y mi madre es muy absorbente.

—Somos dos pero lo hace todo él. Yo necesito estar descansada, no puedo permitirme emociones fuertes. Tengo un problema, acá, en el corazón; yo creo que es del corazón.  Así que mantengo distancia. Por mi salud…

—¿Y dónde está Daniel ahora?

—Es impuntual. Está todo el día corriendo de acá para allá. Tiene un gran problema con la organización de sus tiempos.

—¿De qué signo es? ¿Leo?

—Tauro.

—¡Uff!  Qué signo.

—Tengo pastillas de menta –digo–, ¿querés?

Dice que sí y me pasa la cartera, que quedó de su lado.

Está todo el día pensando de dónde va a sacar dinero para pagar esto, de dónde para lo otro. Todo el tiempo queriendo saber qué estoy haciendo, dónde voy a estar, con quién…

—¿Vive con tu madre?

—No. Mamá es como yo, somos mujeres independientes y necesitamos nuestro espacio. Él considera que es peligroso que yo viva sola. Así nomás me lo dice: yo creo que es peligroso que una chica como vos viva sola. Quiere pagarle a una mujer para que esté todo el día detrás mío. Por supuesto que nunca acepté.

Le paso una pastilla y tomo otra para mí.

—¿Vivís por acá?

—Me alquila una casita a unas cuadras: cree que este barrio es mucho más seguro. Y se hace amigos por acá, habla con los vecinos, con el tano, quiere saber todo, controlar  todo, es realmente insoportable.

—Mi padre era así.

—Sí, pero él no es papá. Papá está muerto, ¿por qué tengo que soportar un papá-hermano si papá está muerto?

—Bueno, quizá sólo intenta cuidarte.

Me río pero sarcásticamente, en realidad, el comentario casi arruina mi humor, y creo que él alcanza a darse cuenta.

—No, no. No se trata de cuidarme, es más complicado de lo que pensás.

Se queda mirándome. Tiene ojos celestes, muy claros.

—Contame.

—Ah, no. Creéme, no vale la pena: es un día hermoso.

—Por favor.

Une las palmas de las manos, y me ruega con una mueca graciosa, como un ángel a punto de llorar. A veces, cuando me habla, la aleta plateada se ondula un poco en las puntas y me roza los tobillos. Aunque son ásperas, las escamas no me lastiman, es una sensación agradable. Yo no digo nada, y las aletas se acercan cada vez más.

—Contame…

—Es que mamá… Ella no sólo está enferma: la verdad es que la pobre está totalmente loca…

Suspiro y miro el cielo. El cielo celeste, absoluto. Después nos miramos. Por primera vez reparo en sus labios. ¿Serán también helados? Me toma de las manos, las besa y dice:

—¿Creés que podríamos salir? Vos y yo, un día de estos… Podríamos ir a cenar, o al cine, me encanta el cine.

Le doy un beso y siento el frío de su boca despertar cada célula de mi cuerpo, como una bebida helada en pleno verano. No es sólo una sensación, es una experiencia reveladora, porque siento que ya nada puede ser igual. Aunque no puedo decirle que lo amo: no  todavía, debe pasar más tiempo, debemos hacer las cosas paso a paso. Primero él al cine, después yo al fondo del mar. Pero ya tomé una decisión, irrevocable, ya nada me separará de él. Yo, que toda la vida creí que se vive por un único amor, encontré al mío en el muelle, junto al mar, y me toma ahora francamente de la mano, y me mira con sus ojos transparentes, y me dice: No sufras más, morocha, ya nadie va a hacerte daño.

Una bocina suena a lo lejos, desde la calle. La identifico enseguida: es el auto de Daniel.  Miro por sobre el hombro de mi hombre sirena. Daniel baja apurado y va directo hacia el bar. No parece haberme visto.

—Ahora vuelvo– digo.

Me abraza, vuelve a besarme.

Te espero– dice, y me presta su brazo como soga para que pueda bajar más cómoda.

Corro hasta el bar. Daniel está hablando con el tano y me ve. Parece aliviarse.

—¿Dónde estabas? Quedamos en tu casa, no en el bar.

—No es cierto, pero no le digo nada, eso no importa ahora.

Necesito hablarte– digo.

Vamos al auto, hablamos en

el auto.

Me toma del brazo, con delicadeza, pero con esa actitud paternal que tanto me enerva, y salimos. El auto está a unos metros, pero me detengo.

Soltame.

Me suelta pero sigue hacia el auto y abre la puerta.

—Vamos, es tarde. El médico va a matarnos.

—No voy a ningún lado, Daniel.

Daniel se detiene.

—Voy a quedarme acá —digo—, con el hombre sirena.

Se queda mirándome un momento. Me doy vuelta hacia el mar. Él, hermoso y plateado sobre el muelle, levanta su brazo para saludarnos. Daniel, como si al fin saliera de su estupor, entra al auto y abre la puerta de mi lado. Entonces no sé qué hacer,  y cuando no sé qué hacer, el mundo me parece un lugar terrible para alguien como yo, y me siento muy triste. Por eso pienso: es sólo un hombre sirena, es sólo un hombre sirena, mientras subo al auto y trato de tranquilizarme. Puede estar ahí otra vez mañana, esperándome.

Lo idiota...

0 réplicas
"En esos días del cincuenta y tantos empecé a sentirme como acorralado entre la Maga y una noción diferente de lo que hubiera tenido que ocurrir. Era idiota sublevarse contra el mundo Maga y el mundo Rocamadour, cuando todo me decía que apenas recobrara la independencia dejaría de sentirme libre"...  

JC

Homenaje exprés

0 réplicas
Ahora, en esta noche que será larga, me encontré recordándolo todo... Empezando por El Pez Gordo, y el chorizo pamplona de todas las noches y el tinto español. ¿De qué hablábamos? ¿Te acuerdas? De tus aventuras que yo escuchaba anonadada, de hacia dónde va el periodismo –hasta hoy, hasta hace rato, no sabíamos, ni sabremos en otros cuatro años–, del amor, de la amistad, de las desgracias, de la soledad... O de los viajes, siempre viajes, a todos lados viajes... Ya sé, eso fue un sueño... Hoy me recordaste esa mesa de cumpleaños, sí, otro sueño... ¿Más sueños? Yo tengo muchos contigo, y los voy contando orgullosa por donde voy... Alguien me dijo que si te quiero así por qué no me daban ganas de regresar el tiempo y cambiar la historia... No, porque la vida es así, es todo lo que les digo, porque hay mucho amor y muchos seres a los que nos encontraremos y amaremos... No saben de nuestro pasado, de nuestro presente y, sobre todo, no han sentido como yo sentí cuando fui por fin adonde tú, cuando le puse un cachito que le faltaba a nuestra historia, una historia que quiero que dure siempre... Fue sentir la felicidad de un ser amado y ser feliz... Con total certeza digo que eso sana, cura, envuelve, ayuda, y también da felicidad. Eso es el verdadero amor... Lo mío por ti no cabe en las definiciones existentes. Tu amor me ha cambiado, me ha hecho ser mejor e hizo mística mi vida, porque ahora, ahoritita, siento la respuesta a esa pregunta que se han hecho una y otra vez tantos, el para qué estamos aquí... Hoy, que me siento llena de luz y agradecida con la vida porque alguna vez nos juntó y seguimos juntos, a nuestra manera, porque estoy porfundamente contenta de que me cuentes que se te inundó la casa, que no tienes luz, que estás enamorado de tu negro y que no sabes qué hacer con tu futuro, hoy que me diste nostalgia otra vez, me dieron ganas de escribirte un poquito del amor que te tengo... Un poquito, pues uno de estos años vas a recibir toda una novela... Y ya, porque me falta otro escrito irrelevante y no dormiré nada... Gracias por la paz... Te quiero mucho, Mao...

Creer

0 réplicas
Ella primero reconstruyó en la mente su cara, sus ojos seguros, sinceros, su cabello perfecto y su voz, esa voz... No, la verdad es que primero reconstruyó la caminata en el autódromo, una tarde de primavera, cuando ninguno de los dos sabía siquiera que ese día sería un inicio, el inicio, y a ambos les caía en gracia la tuzudez de ella y el control de la situación de él. ¿Cómo iba a saber ella de los caprichos del destino? Porque esa mujer no creía en nada, ni en destinos ni en milagros... hasta que los vio, o los escuchó a oscuras, en las madrugadas, largos discursos que en el fondo le siguen cambiando el mundo aunque siempre se resista. ¿Cómo iba a saber que ese recoveco en el hombro de él era para ella? ¿Y las tramas en la pantalla? ¿Y los trayectos por la ciudad con puro cielo en la cabeza? ¿Y los panes de nutella y los capuchimokas y ese espacio en la cama y ese nuevo hogar? ¿Cómo iba a imaginarse lo que le esperaba? Hay dolores que resolver, sí, pero no hay miedo ya... Ella ni siquiera sospechó la vida que le llegaba en ese hombre alto y fuerte, desconocido, tosco, inteligentísimo, que rompió con sus atavismos y al que extraña las noches lluviosas de domingo, al que quisiera ayudarle con su nostalgia aunque sea tantito. Porque hay mucho amor... Primero ella reconstruyó con ternura la insólita caminata en el autódromo, luego todo lo demás, y decidió escribirle agradecida por coincidir, por regalarle paz y hacerla creer, creer en él...

Un cuento

0 réplicas
Hay una vena en mi frente. No se quita. Apareció justo cuando mi cabeza se volvió tambor. Y frente al espejo, abatida, deshecha, muerta, me puse a espiarla. Vena, luego ojo, luego lágrima. Vena, ojo, lágrima. Vena, ojo, mocos, lágrima. Vena. Vena. Vena, explota ya. Vena, quítate. Vena, ya se me acabó el tiempo. Afuera hay luz, hay vida, algo necesitan allá afuera, y tú estorbas. No, explota ya. Mejor. Y que el cuarto se llene de sangre negra, una sangre negra tan viscosa como el chapopote, que inunde todo. Porque inhalo y el dolor baja, pero si exhalo regresa. Estorba el pelo, estorba la luz, estorba todo. Vena, quítate. ¿No ves que ya no hay tiempo ni para sufrir? Alguien pide algo afuera. Quítate. Para qué mientes. Lo que quieres es que explote ya, que explote, que explote. No importan los caminos gloriosos, llenos de dignidad. Sólo importa espiar la cabeza. La vena. Todo lleno de oscuridad por dentro. La vena. Acéptalo. Lo que quieres es que explote. Deja de fingir. La valentía no existe hoy. Vena, por favor, explota.

De calendarios

0 réplicas
Una madrugada cualquiera en la oficina de PP, en plena soledad, se me rebeló Walter Riso, casi como una aparición entre gritos de Enrique y sus naufragios. Walter me susurró su calendario, para que siguiera curándome... Mi nuevo calendario... Esta noche Walter Riso se convirtió en mi tío...


ENERO

Dale mantenimiento a tu vida de vez en cuando. Nadie lo hará mejor que tú. Cuando dejes de encomendarle a otros y te hagas responsable de tus actos descubrirás tu verdadera fortaleza.


FEBRERO

Siente el amor con todas sus fuerzas, vívelo intensamente, apasiónate, pero sin destruirte. La pasión saludable no implica perder la conciencia.


MARZO

El perdón es un regalo que se hace a los demás y a uno mismo con el fin de aliviar la carga del resentimiento o de la culpa: es un descanso merecido para el corazón.


ABRIL

No necesitas a tu pareja para subsanar una carencia, sino que la prefieres como una elección que el corazón empuja y la mente decide.


MAYO

El amor tiene la facultad de comunicarse sin más lenguaje que un abrazo, una caricia o un beso.


JUNIO

Niégate a sufrir por amor; declárate en huelga afectiva, haz las paces con la soledad y aquieta la necesidad de "amar por encima de todo y a cualquier costo". Rescata el amor propio, tu primer gran amor, a partir del cual se generan los otros.


JULIO

Resígnarse cuando algo escapa de nuestro control es sabiduría; desprenderse del futuro es trascendencia.


AGOSTO

Un amor propio saludable y bien constituido partirá de un principio fundamental: "Merezco todo aquello que me haga crecer como persona y ser feliz". Me-rez-co: pronunciado y degustado.


SEPTIEMBRE

Si consideras que algo o alguien en tu vida es indispensable para tu felicidad tienes un grave problema: estás a la sombra de un amo.


OCTUBRE

El sentimiento amoroso no garantiza por sí solo una buena convivencia de pareja, para eso se necesitan otras habilidades distintas al querer.


NOVIEMBRE

Te acepto como eres si esto no implica autodestruirme para hacerte feliz, porque si tu felicidad es inversamente proporcional a la mía algo está funcionando mal entre nosotros.


DICIEMBRE

Si lo que llega a tu vida es la depresión, ¡pelea! Busca ayuda, corre a golpear las puertas del amor, escarba en tu autoestima, rebélate a la muerte, llama a gritos a la alegría, pero jamás te quedes quieto.

A little piece of advise...

0 réplicas
“Never love a wild thing, Mr. Bell,' Holly advised him. 'That was Doc's mistake. He was always lugging home wild things. A hawk with a hurt wing. One time it was a full-grown bobcat with a broken leg. But you can't give your heart to a wild thing: the more you do, the stronger they get. Until they're strong enough to run into the woods. Or fly into a tree. Then a taller tree. Then the sky. That's how you'll end up, Mr. Bell. If you let yourself love a wild thing. You'll end up looking at the sky"...

Capote, Breakfast at Tiffany's