Pasos. Por calles desconocidas que rápidamente se hicieron familiares. Por mi profesión, que dejé de pensar hace mucho y en la que ahora reflexiono cada vez que me levanto o que escucho a un colega. Por mi vida reciente, los míos y no tan míos. Por lo que ya no es. Por lo que leí y no he leído. He dado pasos por todos lados de mí en Madrid. A veces me ha dolido y a veces no tanto. Otras veces he sentido el vacío de no haber dicho no o no más en el momento justo y otras se me dibuja una sonrisa en la cara porque me doy cuenta en un segundo de que tengo todo el tiempo para volver a empezar. Repensar, replantearse, resoñarse, re re re. A veces los raspones son inevitables. Me he hecho muchos acá. Casi dos meses y ya tengo un par de cositas más claras que al principio… Menos pendientes, más hermanos y más caminitos por andar. Nada más…
Viaje según su proyecto propio, dé mínimos oídos a la facilidad de los itinerarios cómodos y de rastro pisado, acepte equivocarse en la carretera y volver atrás, o, al contrario, persevere hasta inventar salidas desacostumbradas al mundo. No tendrá mejor viaje. Y, si se lo pide la sensibilidad, registre a su vez lo que vio y sintió, lo que dijo u oyó decir. En fin, tome este libro como ejemplo, nunca como modelo. La felicidad, sépalo el lector, tiene muchos rostros. Viajar es, probablemente, uno de ellos. Entregue sus flores a quien sepa cuidar de ellas, y empiece. O reempiece. Ningún viaje es definitivo.
José Saramago, Viaje a Portugal