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Lo jodido de que el tiempo pase y de que el mundo se mueva...


De cielos

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Esa noche la calle estaba oscura. Tan oscura como los hombres. No hubo grandes dificultades, pues abundaban los noctámbulos, los sensuales. Ellos caminan atentos y seguros en medio de la noche porque ella les pertenece. La noche los extrae de quién sabe qué fondos y los coloca ahí, en las banquetas, bajo las luces de colores, irreales, precisos, sin entrañas. Ellos valoran, miden, toman en sus manos lo que les ofrece la noche. Si de pronto se iluminara todo y súbitamente el cielo se pusiese azul y la calle sonriente, estos hombres morirían en el acto. Quedarían muertos en las mismas posturas en que los sorprendió la luz del sol: tratando, caminando, bebiendo, eyaculando. Pero un hombre de ésos ―un hombre cualquiera, aun no de ésos― puede morir si llega a comprender el cielo, a verlo azul; si ese cielo azul se abre de pronto sobre su cabeza y lo inunda de felicidad y de arrepentimiento. Un hombre de la noche, un hombre sin cielo.

JR, Una mujer en la tierra