Sugerencia
Conversaciones como tanques de oxígeno. Con los que no tienen techo, sólo cielo. Con los que tienen un pie en la tierra inhóspita de la cotidianidad y otro quiénsabedónde. Con los que no están mutilados y caminan, rápido, sin pensarlo mucho, sin las dolencias existenciales que deja la indefinición. Conversaciones como atajos. Conversaciones que te hacen ver que no hay tarde para nada, que cualquier ratito es bueno para dar el golpe en la puerta más interesante y entrar al futuro, sin importar lo que ya no es. Conversaciones con luz. Conversaciones como hoy, a la distancia y cerquita, del oficio y de la vida, de una trama de novela y de un amor ansioso. Aunque llueva afuera. Conversaciones como mosquiteros. Conversaciones para el aquí y para estar despierto, para vivir... Conversaciones para ser feliz...
Ayuda
Es como si la puerta se mantuviera cerrada la mayor parte del tiempo, porque no se siente que corra el aire, aunque no hay aire entre las neuronas, pero así se siente. Como si se mantuviera el mismo aire viciado, ya sin oxígeno, en contra de su voluntad, y se empezara a cansar de compartir el espacio con pensamientos que no deberían estar ahí tampoco, pensamientos caducos y amargos. Ése es el problema, que nada de lo que está ahí debería estar ya. Y las crisis se expanden hasta hacerse cotidianas, hasta ya no ser crisis, sino la normalidad. ¿Qué se hace para aliviar una cabeza enferma? Lo único que queda es la terapia...
Sobre el oficio de narrar
¿Por qué relatamos historias? ¿Para pasar el rato? A veces. ¿Para informar? ¿Para decir algo que no ha sido dicho todavía? Sí, a veces, sólo para ganarnos el pan de cada día o para hacer que la gente entienda lo afortunada que es, dado que hoy la mayor parte de los relatos son trágicos. A veces parece que el relato tenga una voluntad propia, la voluntad de ser repetido, de encontrar un oído, un compañero. Como los camellos cruzan el desierto, así los relatos cruzan la soledad de una vida, ofreciendo hospitalidad al oyente, o buscándola. Lo contrario de un relato no es el silencio o la meditación, sino el olvido. Siempre, siempre, desde el principio, la vida ha jugado con el absurdo. Y dado que el absurdo es el dueño de la baraja y del casino, la vida no puede hacer otra cosa que perder. Y, sin embargo, el hombre lleva a cabo acciones, a menudo valientes. Entre las menos valientes, y no obstante, eficaces, está el acto de narrar. Estos actos desafían el absurdo y lo absurdo. ¿En qué consiste el acto de narrar? Me parece que es una permanente acción en la retaguardia contra la permanente victoria de la vulgaridad y de la estupidez. Los relatos son una declaración permanente de quien vive en un mundo sordo. Y esto no cambia. Siempre ha sido así. Pero hay otra cosa que no cambia, y es el hecho de que, de vez en cuando, ocurren milagros. Y nosotros conocemos esos milagros gracias a los relatos.
John Berger
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