Cansancio
Cree que va a ser eterno, pero se cansa. Se cansa de los rebotes, como los de las dietas, donde de repente está en el mismo punto que suponía superado y otra vez reincide, una canción o un lugar o hasta una frase, lo que sea, y el discurso mental que se había repetido por meses se olvida o, por lo menos, se modifica. Cae y otra vez, a subir, a subir a quién sabe qué peldaño, porque la escalera se modifica con los bajones, ya no va al mismo lugar que antes de las crisis... Así, hasta el infinito, hasta que llegue alguien con una máquina maravillosa que borre con una luz blanca todo lo que ya pasó. Y al principio tenía la ilusa idea de que su ser es fuerte y de que se vale llorar, sufrir de nuevo, berrear... Pero se cansa. Y un buen día entiende que ya no da una lágrima más, que su cuerpo ya no da, que su vida cotidiana ya no tiene espacio para lo mismo... Que ya no es sólo su mente la que sufre la afectación, que ya toda ella está harta... Y que hay que superarlo... Cree que va a ser eterno, pero se cansa...
Avisos
I
II
Último día de exposición en el Palacio de Bellas Artes, Crisisss. América Latina, arte y confrontación. 1910-2010. Un polo de la sala, la Revolución Mexicana. Grabados de todos tipos de José Guadalupe Posada, de Leopoldo Méndez, de Alfredo Zalce... Junto a la foto de Noé Reyes, un Superman poblano que reparte comida rápida en Nueva York y manda 500 dólares semanales a su familia en México, en un lugar modesto, casi como si no fuera lo que es, la famosísima litografía de Diego Rivera, Zapata, de 1932...
La magnifico, hoy que estoy en una fase nacionalista extraña. Miles de veces he visto una fotografía de este grabado representando a México en todos los contextos y lugares... Y sin saber que era de Diego Rivera, sin saber que se exhibe en su casa en Guanajuato, sin saber nada de nada. Mientras observo con la atención de una niña que acaba de descubrir un regalo (porque toparse por azar con este grabado es un regalo de algún lado), me llega el rumor. Primero creí que era mi cabeza, que yo era la que repetía esa frase porque estoy llena de violencia. Pero no, era el sonido de fondo, era a propósito. La vocecita de Juan Rulfo se repetía, como susurro, una y otra vez... Diles que no maten. Diles que no me maten, Justino... Yo, en el salón blanco, con las imágenes en blanco y negro y con tantos ecos de los que no quieren que los maten, que piden que no los maten... Porque son tiempos de la misma súplica... Diles que no me maten...III
Hoy que hay mucha bulla por la detención de Jorge Hank Rhon, que se le defiende diciendo que fue un presidente municipal ejemplar, que es una cacería de brujas, la gente no puede olvidar. No puede olvidarse la columna que don Jesús Blancornelas mantuvo religiosamente por años y años en el Semanario Z recordando a su amigo muerto. "¿Por qué me mataste, Jorge Hank?", así, sin rodeos, la frase que llenó la columna de El Gato Félix desde 1988. Y no olvidar ni siquiera cuando los Xolos de Tijuana jueguen contra los Pumas o contra el América. Independientemente del uso político del caso Hank, a nosotros nos toca recordar... Y no hay mejor forma de recordar que así, con una melodía que, decretaron algunos, incita a la violencia. No olvidar como ellos, que se la cantaron a Hank Rhon en el Hipódromo Caliente en 2005... No olvidar...
Y necesito una pastilla para el dolor, que la cabeza me estalla... Por lo menos Odín ronca... Fin del domingo.
Los enamoramientos

Después de un rato largo, muy largo, terminé Los enamoramientos, de Javier Marías. No sabría decir por qué, o sí. Lo comencé en un avión de camino al mar, hace más de un mes, y por supuesto se interpuso la realidad entre las páginas y yo y lo fui dejando para mejor momento. Hoy, por fin, llegó ese mejor momento. Me olvidé de Cortázar y de Monsi y del cine y de la violencia y decidí darle mate a las últimas 70 páginas del volumen.
No sé si es porque Corazón tan blanco, el otro único libro que he leído de él, fue apabullante para mí. No sé si fueron los largos diálogos y largos párrafos de éste, o sus referentes a novelas de Balzac o de Dumas que no veía con fuerza. No sé si fue la temporada de calor y bellos días... pero Los enamoramientos me costó más. Es la historia de María, una editora que en su rutina diaria de ir a desayunar a un lugarcito en Príncipe de Vergara, en Madrid, ha incorporado una minuciosa observación de la pareja perfecta, observación que termina convirtiéndose en un bálsamo para su mediocre cotidianidad. Un buen día María reconoce al padre de esa familia perfecta, siempre pulcro y bien vestido, en los diarios de nota roja. El hombre, Miguel, aparece en una foto en portada muerto, sin camisa, ensangrentado, tirado en una calle cerca de Paseo de la Castellana porque fue apuñalado por un gorrilla, un vieneviene español (casi nunca español de nacimiento, porque la mayoría de las veces los gorrillas son inmigrantes, y africanos, pero éste sí es español).
Es la historia de cómo María se va enterando de lo que pasó con Miguel. En el transcurso, sufre de enamoramiento de un hombre más que implicado en la trama y hasta habla con la viuda, que la reconoce como la chica prudente que desayunaba en los tiempos felices en el mismo lugar que ellos. ¿El tema? Para mí, el enamoramiento, esa fase anterior al amor, de fascinación por alguien, cuando uno se descubre vulnerable ante otro. El enamoramiento es el motor que Marías eligió para meterse en el cerebro de una mujer, el que detona las acciones y con el que se explican los caracteres de los personajes.
Eso me gustó, que haya puesto al enamoramiento como el definitorio de una trama de la que no sabemos la verdad sino hasta el final o, por lo menos, sabemos la verdad con la que María -¿alter ego de Marías?- decide quedarse, como todas la verdades, que si no se asumen no son verdad.
Nos hacen mucha gracia muchas personas, nos divierten, nos encantan, nos inspiran afecto y aun nos enternecen, o nos gustan, nos arrebatan, incluso nos vuelven locos momentáneamente, disfrutamos de su cuerpo o de su compañía o de ambas cosas... Hasta se nos hacen imprescidibles algunas, la fuerza de la costumbre es inmensa y acaba por suplir casi todo, incluso por suplantarlo. Puede suplantar el amor, por ejemplo; pero no el enamoramiento, conviene distiguir entre los dos, aunque se confundan no son lo mismo... Lo que es muy raro es sentir debilidad, verdadera debilidad por alguien, y que nos la produzca, que nos haga débiles. Eso es lo determinante, que nos impida ser objetivos y nos desarme a perpetuidad y nos haga rendirnos en todos los pleitos...
Me gustó también regresar a Madrid por 401 páginas. Me gustó empezar el libro y soñar con el metro de Príncipe de Vergara, sentada en la banca afuera de la entrada una noche de verano, tras un festín de comida japonesa, esperando lo que nunca debí esperar. Me gustó tener la capacidad de imaginarme perfectamente el lugar donde inicia el relato, un típico sitio español con tortilla y con cafés con leche cargados y con una barra y con papeles en el piso. Me gustó imaginarme la esquina del acuchillamiento y Paseo de la Castellana. Me gustó también reconocerme en sentimientos descritos por un hombre (por mi desenamoramiento) y a eso le doy muchísimo peso. Me gustó la trama cuidada y verosímil...
¿Lo que no me gustó? Los diálogos, rebuscados, casi culteranos en momentos, y sin justificación. He quedado marcada por esa literatura de diálogos de líneas rápidas y sentimientos aventados a cualquier provocación. Prefiero los díalogos a golpe, "Pum Pum Pum". como en historieta, dejar al lector medio noqueado, y luego explicar, fuera del diálogo. Tampoco aguanté mucho la lentitud de la trama. Quizá otros amen este libro. Yo, no.
4.6.11
9:16 p. m.
Imagine usted...
...que hoy empieza su concienzuda preparación para el mañana, porque ya sabe lo que quiere. Tras unos meses de andar a la deriva, de gastar lágrimas y, lo peor, de no darles ningún uso práctico, decente, de no ocupar en absolutamente nada productivo sus cientos de horas de insomnio, parece que ha acumulado las suficientes pistas para delinear una ruta, con tiempos y lugares. Tome una hoja de papel y escriba, o hágalo en la computadora, si prefiere, pero hágalo. Y que le quede claro: lo que tiene que hacer es empezar a caminar. Por eso hay que dejar constancia de esto que, hoy sábado, está pensando. Primero, los volúmenes que necesita. Sí, son varios, pero cuenta con los tiempos correctos para metérselos en la cabeza, todavía le queda mucha juventud. Afortunadamente nunca es demasiado tarde si uno decide que las rendiciones no existen. Dos, las historias, ¿o es que va a escapar sin delinear historias? Error, eso no debe dejarlo nunca, porque es quizá lo único que sabe hacer. Tres, ubicar "los y las" a seguir. ¿Ya? ¿Ya tiene todo el menú? Excelente. Vuelva a escribir, porque esto se tratará de escribir, de escribir y de escribir, hasta que usted se asombre de las combinaciones de las palabras que pueden alcanzarse, de la precisión. Porque esto se le está convirtiendo en una necesidad, una de esas necesidades mortales que ya no dejan ser si no se les atiende. Felicidades, ha encontrado usted un camino. Ahora no lo deje, no lo deje otra vez.
Conocer a Leonard Cohen
Hace un año ni siquiera sabía de su existencia, y hoy lo relaciono con felicidad. Recuerdo perfectamente la primera vez que lo escuché, y su voz tan grave y tan profunda, tan fácil de distinguir de cualquier otra voz, se quedó grabada. Fue en El Péndulo que se hizo de siempre desde mi regreso de Europa, lugar clave para las largas terapias post. No sé si el DJ esté enamorado de él o es visionario y sabía que tarde o temprano le darían el Príncipe de Asturias, pero desde hace meses dejaba el DVD de un concierto reciente correr de principio a fin, un día sí y el otro también, para que los comensales y chismosos y llorosos que de repente nos encontrábamos por ahí pudiéramos tener un soundtrack de altura. En ese momento, por supuesto, yo no sabía lo que hoy (sí, hoy justo) sé: que tuvo que regresar a los conciertos a pesar de su avanzada edad porque no tenía dinero. ¡¡Gracias destino!! Si no no tendría perfectamente identificadas sus canas y sus sombreros y sus trajes pulcros pulcros. Sin fraude no lo hubiera visto en las teles. Y yo quizá no le hubiera tomado tanta importancia ni tal simpatía si no hubiera sido porque V me dijo, de repente, a medio chisme o lloriqueo o a medio algo: "Esa voz... Escúchala... Me encanta...". Con sus ojos grandes y brillosos, como está siempre últimamente. Y entonces, tras esa frase, V me dio una clase melómana, con nombres de canciones y más. Es que V de un tiempo para acá es melómana. Subirse a su auto es descubrir siempre un ritmo nuevo. Y me encanta. El amor y la fascinación por todo que el amor conlleva la hace pasar de Francisco Céspedes a Amy Winehose sin problemas, o al bossa nova, da igual. Las prisas para escuchar ritmos nuevos la han hecho hasta comprar CDs de jazz en tiendas nice por el doble (¿o el triple?) de como las encontraría en una tienda de discos normalita. Ella se perdona fácil esos errores, porque está enamorada, porque como todos los enamorados tienen mantequilla en la conciencia que hace que la vida siempre esté bien. Y por eso es melómana. Así conocí a Cohen, hace ya unos meses. Y siempre recordaré a ese canandiense como símbolo de la transformación de V en una mujer segura sólo de una cosa: de que ama. ¿Para qué estar seguro de algo más?
Hoy, apenas supe de la buena noticia, le escribí a V. Claro, está de más decir que como mortales no sabíamos de la importancia de su fase literaria, pero eso ni importa. Ya nos enteraremos porque lo editarán como pan caliente ahora que fue galardonado. Lo compraremos en El Péndulo. Y V, como ama, estará feliz y lo leerá. Está feliz de que Cohen haya ganado un Príncipe y de que ella ame con locura. Y yo estoy feliz de tener una amiga feliz.
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