A verrrrr

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Si la idea era que me diera insomnio a pesar de la desveladota, lo lograste. Ahora, no me vuelvas a mandar en tu vida una canción. Gracias.


Desilusión

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Hubo una vez, en un lugar lejano, en un tiempo que ya pasó, un amanecer raro. Fue un levantarse a las cuatro de la mañana para tomar un tren para tomar un avión. Fue correr por unas calles empedradas, húmedas, porque había llovido y llovido y llovido, para llegar al andén, y subirse a un vagón blanco, que contrastaba demasiado con la piel de los demás, los oscuros que sólo pueden viajar a esa hora para no ser vistos, para ser invisibles. Y no había luz de amanecer, y era correr para un regreso, pero las piernas iban fuertes, decididas. Era una mañana de esos tiempos por los que se pasa con tanto aire en los pulmones que cuando se recuerdan duele hasta la cabeza, porque se traen a la mente en espacios reducidos, donde la luz no entra, o después de una tragedia, o después de otro golpe al corazón, o cuando te levantas de tu silla de siempre para tomar aire, porque estás bostezando. Y entonces, cuando se recuerdan las piernas y los pulmones y la claridad en la cabeza de esa época, todo se jode más. Porque las soluciones normales se acaban. Te echas la culpa de tu corazón roto y de tu desilusión y de tu infelicidad y quieres decirle a todos se que se vayan a la mierda, que ya no quieres hablar ni explicar ni esperar. Que ya has aguantado mucho haciéndote la que esto que vives todos los días es normal. Y quieres irte al mar. "Todo es playa", dicen los encerrados. Lo único que quieres es que esto pare, que la cabeza ya no te explote. Para que el recuerdo de los primeros rayos del sol de esa época rara, en ese tren raro, no te asalten un domingo en la noche y te impidan hasta trabajar y no tengas que dormir, otra vez, con la almohada mojada...

Delirio

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- Tú tienes un gran problema.
- ¿Cuál?
- No te haces responsable de los mensajes que regalas, ni de las cartas de amor ni de las despedidas. No te haces cargo de nada. ¡No has podido mantener ni siquiera por un año el dicho en las dos, ¿o tres? cartas de amor que has escrito! ¿Te parece eso decente? ¿Qué dirán ellos si supieran que esa carta en la que les escribiste que los querías, que podías hacer todo por ellos, nunca existió en realidad?
- No no, sí existieron, tanto que las escribí, y que lloré como una loca cada vez que las escribía. Además estoy segura que lo saben.
- ¿Que saben qué?
- Que no son cartas de amor, que en todo caso son cartas de amor del momento. Ay, ya sabes que yo soy así, muy cursi, pero la cursilería se me baja muy rápido cuando me doy cuenta que no vale la pena.
- Ja. Ya sé que eres cursi. Pero esas historias no han valido la pena porque no has buscado que valieran, porque se quedaron en segunditos y ya.
- Ahora resulta que yo tengo la culpa de todo. ¿No te parece injusto? ¿Tú quién te crees para andarme diciendo a mí qué es lo que tengo que hacer con mis cartas de amor después de entregarlas? ¡Yo puedo hacer con mi amor lo que se me dé la gana! Y si se me acaba después de entregar la carta ni modo, así es.

Silencio.

- No, ya sé qué es lo que te pasa. Que siempre que es has entregado una carta de amor ha sido tu renuncia, tu 'Ya no quiero nada de ti'.

Silencio. Más silencio.

- Sí. Tienes razón. Es eso. Y qué jodido, ¿no?

Silencio. Silencio. Silencio.

Contra el insomnio

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No hay recetas mágicas. De repente se aparece y no me deja por días. MA tiene una teoría: es la compañía. Me lo dice cada vez que trato de reprimir mi deseo de un paseo y de un café con mucha cafeína y que por viajes o trabajos o caprichitos estaré sola, y me lamento. Quizá. Sí. Pero hay otros componentes en la fórmula: poco cine, poca literatura, poco de todo por estar pensando en yo no sé qué. Primero eran mis crisis de amor y ahora son mis crisis de cualquier cosa. Ya ni siquiera hay personajes claros, y si los hay son alegres. Es cuando estoy en esas lagunas de reinvención que me dan y que termino siempre con un escrito en mi libreta con largas y detalladas rutas para al rato, para mañana, para siempre. También algo tiene que ver el trabajo, pero no éste, el futuro, el que tiene que ser pronto antes de que la cabeza se vuelva hueca y me convenza a mí misma de que ya no es necesario mover un dedo para existir. El caso es que se aparece, y quedan una, dos, tres y hasta cuatro horas de sueño, no más. Este insomnio no me regala más. No importa que llegue a casa a las cuatro de la mañana o a las ocho de la noche. La cabeza no se suspende. Y luego los dolorcitos y los regaños por no ir a un doctor especialista-en-ver-qué-tienes-mal y preguntarle qué pasó en mi cerebro que de un año para acá me he vuelto una insomne que a veces no puede contar más de 20 horas en una semana durmiendo. Porque antes yo era una persona muy normal.

Afortunadamente la solución siempre se aparece, y yo duermo tranquilita, sonriente... y ya.