Rumbo
Nunca he sido de aniversarios, pero este mes no pude olvidarlos. Hubo tres importantes. De una pérdida, la más grande de mi vida, de una ruptura, también la más grande, y de un inicio. Le temía a enero. Creía que la fuerza de lo que pasó en otros tiempos acabaría con el ímpetu que había logrado guardar los últimos días de diciembre y todo se volvería confuso, molesto, lejano, porque otra vez querría estar en antes, sin poder hacerlo, desahuciada. Pero no. Termino el mes, volteo hacia atrás y, salvo mis apreturas económicas actuales que veo casi eternas, me siento llena. En esta realidad, la que vivo desde que me levanto y hasta que me acuesto, en la cama de siempre, y en las demás, las que vivo lejos, porque la vida de acá, definí, no me alcanza, y yo, como dice Javier Lomá Gonzón, lo quiero todo. Porque no sólo fueron las caminatas con mi peludo terapeuta, las frases célebres de los oráculos, que no lo saben todo, pero todo lo comprenden, las risas en la oficina y las comidas en el delicioso-gourmet-de-al-lado, los platotes de pasta pseudoitaliana, las cenas de comida japonesa, los cafés con mucha cafeína, las escapadas nocturnas con Universal Stereo como cereza del pastel. Fueron también las llamadas lejanísimas, con tonos de voz distintos y cálidos, la llegada de timbres postales en un sobre blanco con el mejor deseo de año nuevo, las respuestas a nostalgias de hace meses, los libros de periodismo, de lugares que ya pisé, de los narcos, el cine... Toda la olla de presión se convirtió en más mirada con los mismos ojos, pero más clara. Hace unos días, Andres Hoyos, escritor y fundador de El Malpensante, difundió una frase de Clarice Lispector, "Cambie, pero comience despacio, porque la dirección es más importante que la velocidad". ¡Eso! ¡Justo eso! En los aniversarios encontraré las claves para saber por qué soy ahora, sí, pero no deben pesar, alumbran, porque ya tengo la dirección, porque ahora el presente es lo que importa. Porque ahorita ahorita ahorita lo que me hace feliz es una canción de Alejandro Fernández (toda una novedad en mí) y un libro de Jorge Ibargüengoitia. Porque lo demás o ya se fue o viene al ratito...
Hoy declaro...
En pleno uso de mis facultades mentales, que no me acercaré más a los pretenciosos. No más aceptar a los que venden sus vidas como si fueran novelas y ni siquiera llegan al guión. Nunca más aceptar que egos agobien conversaciones. No más. Ya tuve de eso suficiente. No más...
Historia de amor 1
Se reunieron más por tu insistencia que por su deseo. Es la verdad. Desde hace meses tratabas de captar su atención con chistes gratuitos cada vez que te la encontrabas en el chat, es decir, diario, porque ella se conecta siempre que está en la oficina, lo que últimamente es, para su desgracia, todos los días. Y todos los días la invitabas a salir. Cuando te dio por fin el sí, hoy, 7:30 frente a Bellas Artes, no dudaste. La esperarías ahí aunque se tardara, aunque te dejara plantado. Eso le dijiste, porque querías verla, porque esperabas desde hace meses.
Llegó 15 minutos tarde. Vestida de oficina, sobria, con el cabello desarreglado como siempre, un poco más delgada que la última vez, hace casi año y medio. Tú esperabas recargado en una luz, en un lugar en el que le costaría verte, con más canas y la misma barba descuidada. Quería ver cómo llegabas, le dijiste después. Cuando por fin te encontró y se acercó presurosa le diste un abrazo que ella trató de esquivar, aunque no te diste cuenta. Te propuso ir a su lugar de café con leche favorito, a cuadras. Aceptaste. Tenías hambre pero fingiste que no, porque no sabías que esperaría ella, si un café, un trago, una cena, caminar. La noche estaba fresca. Se quejó de un incipiente dolor de garganta. Quisiste darle tu chamarra. No, ella nunca aceptaba las chamarras de los demás. Así era, siempre, necia, muy necia.
Caminaron al café. Preguntó por ti, por tu hijo, por tu trabajo. Le dijiste lo mismo que una década atrás. Trabajabas cuando podías pero sin ser un esclavo. ¿Tu hijo? Grande ya, seis años que a ambos se les habían pasado volando, primero de primaria. ¿Y ella? ¿Su mamá? Ahora están separados, confesaste. Tenían problemas. Recordó hasta cómo se llamaba. Cómo iba a olvidarlo, si fue su primera gran rival, se la presentaste como "la mujer de mi vida". Hasta hoy cada vez que escucha ese nombre se le retuerce el estómago, aunque no quiera, aunque ya no sienta lo que sintió por ti.
Llegaron al sitio y ocuparon uno de los gabinetes de madera. Viste que quería comer y te animaste a seguirla. Pidieron enchiladas verdes. Ella agua de mandarina, tú nada. Después, dos cafés con leche. En la cena dejaste que hablara, que te contara de sus aventuras lejanas recientes, de su depresión apenas terminada, de su curación, de su regreso a la vida en México. Se hartó de hablar, porque no es así, se siente incómoda hablando de sí misma. Pero tú no querías decir nada. Ella, cada vez más incómoda, exigió palabras. Me siento presionado, así no hablo, dijiste. Entonces recurrió a lo único que tenían para acabar con el silencio: el pasado. Lo consiguió. Te recordó los libros que le dejaste antes de irte a Europa, hace nueve años, cuando te apareciste de la nada, borracho, en su casa, y le entregaste a su madre una decena de volúmenes. Valéry, Dante, Goethe, Borroughs, Borges. ¿Borges? No recuerda el libro de poesía de Borges. Sí, se lo diste, estás seguro. ¿O lo perdiste? Ella pensó en el soundtrack de Underground grabado en un cassette que le entregaste junto con la literatura. Quiso decirte que lo escuchó mil veces, hasta dañar la cinta, que tuvo que pedir la película a Estados Unidos porque acá todavía no se conseguía en las tiendas, no como ahora que la venden donde sea. Un dineral porque quería ponerle imágenes a tu música. No pudo decirte que todavía no soporta ver a Kusturica en vivo, le pareció una cursilería innecesaria. Tampoco quiso decirte que, desde el día de los libros, su madre te perdonó todas las llegadas a deshoras, sin saber dónde estaba su hija, con un borracho. Unos libros bastaron. Pero el pasado comenzaba a pesar. Pidieron la cuenta. Cada quién pagó lo suyo. Con ella no se puede, es necia, necia. Mejor para ti, pensaste.
Luego, a caminar. Necesitaban aire. Recorrieron todo su Centro Histórico de antes, de cuando eran juntos. Para llenar el espacio entre ustedes le tomaste el brazo izquierdo y regresaste a lo mismo, a lo que fue, porque era el momento. Llegaron a la calle de Cuba, peligrosamente oscura y con algunos seres de mala facha acechándolos con los ojos. Buscaron los hoteles de mala muerte que visitaron en esa calle años atrás, donde le abriste el mundo; las cantinas que recorrieron por días, mientras tú te emborrachabas y ella, sin tomar una gota de alcohol, soñaba conque escribiría libros de antropología con las escenas que veía. Porque ella, a sus 17 años, quería ser antropóloga, o estudiar literatura, como tú. Luego, palabras sobre sus cuerpos. ¿Estaba todavía la alcancía en su cabeza? Sí. ¿Y tu clavícula salida? También. Eran los mismos, pero más viejos. ¿Y sigues sin querer tener hijos? Sí, contestó, todavía no encuentro al padre. Pero si estoy yo, ser papá ha sido lo mejor de mi vida, contestaste rápido. Entonces, en un arrebato de nostalgia, besaste tímidamente su hombro sin soltarla del brazo. Ella no se inmutó, siguió caminando con las manos en los bolsillos, temiendo que te entrara valor y la arrinconaras en uno de esos recovecos oscuros de las iglesias del Centro, donde a esa hora sólo había indigentes buscando una noche tranquila. No lo hiciste, porque sabías que te rechazaría.
Sintiendo su frialdad te sentiste obligado a decirle lo que tenías guardado junto con su recuerdo, la razón de la cita. No he dejado de sentir nunca algo por ti, y ahora que te veo me doy cuenta de que es amor, lo nuestro lo tengo incompleto, sin terminar, le falta un final, y siempre que pienso en ti lo siento. No importa que hayan pasado 10 años. Ahora me doy cuenta que es un ciclo sin fin, y que quizá sea el momento de terminarlo. Es amor lo que siento, es amor. Puntos suspensivos. No lo esperaba, simplemente no lo esperaba. ¿No será más bien nostalgia lo que sientes? No, es más que eso, lo siento ahora. Entonces soltaste su brazo y buscaste en el bolsillo del pantalón su mano, la aprisionaste. Caminaron muchas calles tomados de la mano, como antes. Ella calló, hasta que por fin espetó. Imagínate lo que representas para mí, el principio, siempre sentiré gran agradecimiento por ti, eres especial, en mis recuerdos estás aparte. ¿Y nunca te hice daño? El alcohol, y las salidas a lugares oscuros, mis lecturas deprimentes, ¿nunca te hicieron daño? Jamás, yo fui feliz contigo, nunca sufrí.
Ella se quería ir, porque ya no te correspondía, porque el amor que querías enseñarle ya estaba a destiempo para ella, ya no era en ella. Sugirió caminar al Metro Hidalgo. Quiero alargar este momento, dijiste. Ella no pudo, no quiso más. Aceptaste su huida, pero no soltaste su mano. La acompañaste. Entraron al metro y sugeriste acompañarla hasta San Cosme, donde ella siempre toma taxis a su casa, la misma que hace 10 años. Mientras caminaban hacia el andén, subían al tren y bajaban de él tú aprisionabas su mano cada vez con más fuerza. Ella, en su desconcierto, sólo atinaba recordar la poesía que le diste, esa de Baudelaire, y nada más, lo demás estaba en blanco. Llegaron a los torniquetes de San Cosme y a la despedida. Por fin la soltaste. Te agradeció rápidamente, un beso en la mejilla y un hasta después, en algún momento. Todo rápido, para evitar dolores innecesarios. La observaste mientras subió las escaleras al exterior a toda prisa, hasta que desapareció.
No sabes si la volverás a ver. Lo que sí sabes es que ambos pensaban en lo mismo, en que no hay situación más triste entre dos que una declaración de amor a destiempo...
La giganta
Cuando Naturaleza, en su brío poderoso,
concebía diariamente monstruosas criaturas,
vivir habría querido cerca de una giganta
como al pie de una reina un gato ronroneante.
Habría visto su cuerpo florecer con su espíritu
y en libertad crecer con sus juegos terribles;
sabría si el corazón guarda una llamarada,
en las mojadas nieblas que bogan por sus ojos.
Recorrer, al azar, sus magníficas formas;
escalar las vertientes de sus piernas enormes
y, acaso, en el estío, cuando soles malsanos
la tumbaran rendida en mitad de los campos,
a la sombra del seno dormitar sin cuidado,
como escondida aldea al pie de una montaña.
CB
Giros
El problema es que hay un desequilibrio otra vez. No puede ser que se arregle una parte de tu vida e, instantáneamente, se descomponga la otra, la que te que da de comer. ¿O siempre había estado mal y no te habías dado cuenta por tus problemas de personalidad? ¿Qué de repente todo lo que veías aceptable por un par de años más ya no es? ¿Y ahora qué vas a hacer?
Lo único que queda en estos casos es relajarte. No puedes hacer más en el corto plazo. Estás tan atada de manos que no puedes ser capaz de hacer absolutamente nada. Piensa, planea acciones. Decida cuál será tu prioridad. El refugio funcionó, pero ya tiene demasiadas goteras...
Presente
"Nunca había conocido tales altibajos y virajes bruscos en sus sentimientos, sus estados de ánimo. Y estaba a punto de formular una propuesta que desde un punto de vista era totalmente sensata, y desde otro, con gran probabilidad -no podía estar segura-, completamente ultrajante. Se sintió como si estuviera reinventando la existencia. Estaba condenada a equivocarse".
Ian McEwan, Chesil Beach
Regalos regalos regalos
De uno que me entiende mucho mucho...
"Que alegría, vivir
sintiéndose vivido.
Rendirse a la gran certidumbre, oscuramente,
de que otro ser, fuera de mí, muy lejos
me está viviendo".
Pedro Salinas
"Luchamos por fijar nuestro anhelo,
como si hubiera alguien, más fuerte que nosotros,
que tuviera en memoria, nuestro olvido".
Luis Cernuda
"¿A quién habíamos de responder en este mundo, sino a los que amamos?".
Albert Camus
"Gracias por tus horóscopos que aunque dibujes tardíos, para otros llegan a muy buen tiempo".
JR
Si alguien le hubiera atinado...
...mi horóscopo 2010 hubiera sido así...
Conocerás mucho mundo, y te conocerás tú. Harás amigos lejanos, algunos más cercanos que muchos que te han acompañado toda tu vida. Compartirán espacios, tiempos, letras, lágrimas y te sentirás muy viva. Eso te dará la valentía para corregir lo que ya no querías ser, o lo que ya no eras desde hace mucho tiempo pero que aparentabas. Y no te importará, porque entenderás, por fin, que no se trata de no causar a otros, sino de no causar-te aburrimiento, mediocridad. Esa actitud la mantendrás a lo largo del año, hasta el último día.
Harás dos juramentos. Uno en una tarde de verano, con un té helado rojo en la mano. Recordarás la escena por dos pares de pies descalzos volando y edificios altos a tu alrededor, uno de ellos un cine viejo, después de La Violetera. El otro, tras de una botella de vino desconocido, recomendación de un argentino, un gazpacho de salmón y un hojaldre de frutos rojos, con lucecitas y saxofón, en una cena romántica que anhelarás desde mediados de año, y no tendrás hasta el final, a punto de que se acabe el año. En ambos te entregarás, y dirás la verdad: se hacen juramentos porque si no estás traicionando el tesoro que te encontraste por casualidad, esas casualidades que se cuenta con los dedos de una mano por cada vida...
Te harán más callada, y desconfiada. Refrendarás esa creencia que ya tenías de que quienes no escuchan nunca podrán tener tu confianza, aunque quieras, porque su ego los eclipsa. Lo confirmarás más de una vez. Ante ellos preferirás callar. Llorarás como ningún otro año, y al final verás que tus lágrimas ni eran tan necesarias, porque uno sobrevive de por sí. Regalarás un gran libro a alguien que corregirá tu falta de coraje para ser tú, y terminarás el año con muchos amuletos, entre ellos un torito, una pulsera y un barquito, con intensidades muy distintas. Tocarás el cielo en el sur, literal, y como nunca escribirás y enviarás muchos sentimientos desesperados, y los recibirás, hasta que te calmes y se calmen. Conocerás qué es el insomnio, y tu círculo verde se hará un puntito, conformado por poquititos, pero te sentirás bien. No te respetarás por primera vez, y te dolerá, pero después agradecerás y te tatuarás un gran "no me vuelve a pasar" en la cabeza.
Cotizarás mucho tu amor y tu soledad, primero por necesidad y después por deseo, tanto que terminarás haciendo un milagro: tu bienestar. Tomarás muchos, muchos cafés, pero regresarás a tu lugar, a darte cuenta que el mejor café del mundo ha estado siempre a media hora de tu vida, y sabe mejor si lo tomas entre sonrisas, chismes, periódicos...
A pesar de los dolores, al final del año te sentirás tan bien que tus planes serán tan ambiciosos que nadie podrá pararte. Bueno, quizá un bohemio que todavía no conoces, y no conocerás en 2010. Mientras, no...
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