Sonny Rollins en domingo

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"Hay quien ve mi arte como algo complicado, a mí me resulta sencillo. Es difícil poner la música en palabras, pero yo la describiría como una escena. Tengo 10 años, estoy practicando en casa, es domingo, el resto de los chicos juega en la calle, roba en las tiendas... Llevo 10 horas en un rapto de conciencia. Toco y toco. Llega mi madre y dice: 'Sonny, cariño, es la hora de cenar, así que haz el favor'. Eso es lo que es la música para mí, algo que me hace olvidar que tengo que alimentarme para sobrevivir".

El País, 31 de octubre de 2010.


Playyy

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Hoy me regalaron esto. Yo, a cambio, prometí a Danny Boodman T. D. Lemon Novecento. Me quitó un poquito el desconsuelo provocado por San Lázaro esta semana. La mejor transacción del día. Y llovizna. Y ya.


Definición de felicidad

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No creo en las señales divinas, pero a veces los días sacan chispas que nos hacen pensar inevitablemente en un más-allá-de-lo-que-veo. Como toda esta semana, como hoy. Sé que he escuchado más de una vez en estos días que debería escribir más, que qué hago para mantener los momentos que me importaron conmigo, por siempre. Y es verdad, de repente descuido los cuadernos míos míos, aunque cada vez menos. Y ya sé que debería haber guardado más palabras de mis encuentros distantes como los de estos días, de mis charlas, de mis pensamientos reconfortantes, pero lo dejo pasar. Desidia, mediocre desidia. Afortunadamente la vida siempre me ha jalado las orejas como si fuera todavía una niña chiquita, como hoy, final de una semana luminosa…

Todo comenzó temprano, con música en la cama, Bunbury, porque está de moda en mi cabeza. Después, un desayuno con mi padre en un Tocks, en Lindavista. Es la única cadena fresona de comida que le gusta, o que soporta, más bien. A diferencia de otros fines de semana, hoy no había posibilidades de El Popular como él quería; comer enchiladas verdes (lo entiendo, extraña las de mi mamá, lo sé) y tomar ese formidable café con leche hubiera sido no cine. En medio de los alimentos, la concebida charla de Calderón y los narcos y la pobreza y López Obrador y la corrupción y la legalización de la mariguana y el béisbol y los ricos pero chafas Yanquis y Bobbie Cox retirado y la luz tan cara y Machu Picchu y hojas de coca y hasta ahí. Siempre teorizando, siempre. Luego, compras reglamentarias. El País y la reedición de Proceso con la foto en portada de El Mayo Zambada abrazando a Julio Scherer, porque como varias cosas importantes en mi primer semestre del año, eso no lo noté como merecía. “En Europa lo criticaron mucho”. “¿En Europa nada más? Aquí se lo querían comer vivo”. Pedí detalles pero, como casi siempre, mi padre no los recordaba.

Después Biutiful, de González Iñárritu, porque ambos queríamos confirmar ya ya si la peli era la digna representante de México en la competencia por una nominación a los Òscares, como decidió la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas. Claro, pensábamos, nosotros tan contentos con El Infierno y ellos, otra vez, apostando por lo mismo.

No podría decir que la película fue una sorpresa, porque en el fondo creo que González Iñárritu se ha distinguido siempre por ser el más universal de los directores mexicanos que he visto. Lo que fue sorpresa fue lo que me hizo sentir. La Barcelona gris y dura que recrea, el dolor, la imposibilidad de la felicidad y el constante sacrificio resultaron apabullantes, chocaron totalmente con mis recuerdos de una Barcelona veraniega, de hombres guapos en trajes de baño, música a todo volumen hasta el amanecer y comida wok. Una Barcelona de turista, pues. Y sentí tan sano pensar en el contraste que, nada más por eso, la película valió la pena, porque abrió ventanas en mí. Y Bardem tan completo, un argumento complejo, unas escenas pulidísimas y unos movimientos de cámara increíbles, que enseñaban más de lo que se veía, terminaron por mojarnos las mejillas a los dos… Veredicto final: nos gustó. No más críticas a la Academia, salvo porque la peli mexicana mexicana no es. Y el sabor amargo que nos dejó su dureza sé que aparecerá en charlas en el futuro, estoy segura, porque vimos la historia de un papá.

Después regreso a casa y comida de mamá. Tortas de carne. Qué más. Pocas veces podemos sentarnos a la mesa sin apuros, y hoy se pudo. Me contó los chismes de la cuadra, que recolecta copiosamente desde que es consejera espiritual del mundo. Su principal ocupación de los últimos días ha sido que yo tenga una tele. Ella ocupa la que era mía, porque cuando se descompuso la suya yo no la necesitaba, no estaba, y se siente culpable por lo que considera una invaluable pérdida. Entre tortilla y tortilla me dijo, como aviso comercial, que una de las señoras de la vecindad de enfrente (donde viven rateros, narcomenudistas y golpeadores de mujeres, entre otros especímenes comunes en México) se iba a un asilo esta semana y estaba vendiendo su tele en 800 pesos. “No mamá, no tengo dinero, y no necesito tele”. "Bueno". Siguió. Me contó lo que la señora le había confesado con dolor. Que ella no se quería ir, pero que no tenía de otra. La historia es tristísima. Que su hijo, con dinero y espacio para cuidarla, no la procuraba. Su esposo, suicidio hace un año, y su hija, loca, literal, porque su esposo (el de su hija, no el suicida) le había pegado cuando estaba embarazada de gemelos y los había perdido. Ahora la mujer de repente se deschaveta y arrulla el aire, y para sobrevivir vende chicles en la salida de no sé qué metro (igual que mi padre, mi madre no sabe de detalles, ¿será por eso que yo soy como soy?), es alcohólica y drogadicta. Por obvias razones ella tampoco podía cuidarla, así que al asilo. Mi madre, conmovida, hace sólo lo que puede: le da la comunión cada semana y la visita, para platicar de los dolores.

Mientras me contaba el cuadro, yo pensaba que los errores macro del país jamás tendrían solución con historias como las que mi mamá escucha todos los días porque simplemente no se puede, y a casi nadie le importa. Entre pensamientos recordé lo de hoy, la matanza de Juárez de la madrugada (otra vez muchos, y jóvenes) y la historia del gallero-legislador. País jodido. Y aun así se me hinchó el pecho, admiré de nuevo tanto a la mujer que tenía enfrente y reanimé mis ganas. Segunda ventana del día. ¿O tercera? ¿O cuarta? Suficiente para que me sintiera tocada, por lo menos hoy, por algo bonito. Eran muchas chispas para un día. Y apenas empezaba la tarde...

Todavía me esperaba más. Día sin compromisos nocturnos, porque quería estar conmigo, nada más, para descansar y hacer los pendientes que sólo se pueden hacer en soledad, pues no he estado sola en mucho tiempo. Leer, primero. Llegué a El País y luego a Babelia, dedicada a los múltiples volúmenes epistolares editados en los últimos meses. Desde que abrí el cuadernillo sabatino supe que algo pasaría. El prólogo de José María Ridao me hizo pensar, primero, en la nostalgia por la muerte de las cartas por la modernidad.

Si de algo se puede sentir una justificada nostalgia, no es de la ceremonia colectiva que exigía el envío de una carta privada, sino del valor que esa ceremonia concedía implícitamente a la palabra escrita. La publicación de epistolarios que está irrumpiendo con fuerza en el mercado editorial tal vez sea el último homenaje a un género que no renace muerto, sino que, precisamente por estarlo, es por lo que renace.

Tras esa primera lectura, “El género imposible”, apunté ipso facto todas las cartas virtuales (sí, cartas, no correos) que debía. Brighton por dos, Madrid, Tucumán, Tijuana y algún lugar de Brasil, Sao Paulo, si las cosas no han cambiado. Me recriminé por hacer esperar tanto tiempo, no porque se necesitaran respuestas automáticas, sino porque yo necesitaba.

Pero también el texto de Ridao me hizo ir otra vez a Barcelona, mi Barcelona, y en la nostalgia, mi nostalgia, como varias muchas veces este año. Recordé como si fuera ayer la tarde-noche que esperé que Blas llegara a su piso, donde yo me quedaba, sentada en una banca de la avinguda Josep Tarrandellas leyendo precisamente a Ridao, Mar Muerto, su último libro. Recordé lo confuso de la historia y la melancolía por no haber visto ese mar desde Turquía teniéndolo tan cerca, a pasos. Pensé en lo que a veces no se puede simplemente porque no.

Y luego llegué al texto de Javier Rodríguez Marcos, de quien me hice fan fan fan allá. Sobre Cortázar y Cartas a los Jonquières. Más recuerdos. Cuando Dana me convenció en dos segundos, frente a Bellas Artes, de que comprara el volumen a pesar de mi bancarrota, hace un par de meses. Recién había llegado a suelo mexicano. Simplemente no estaría contenta sin él, me dijo. Luego su lectura, dolorosa muchas veces, porque Cortázar cuenta a su amigo pintor-poeta con lujo de detalles cómo se instaló en París, qué hacía en sus tardes, cómo viajaba, cómo vivía el amor con Aurora. Después, recordé con coraje hacia mí misma la pausa a la mitad, por el trabajo y por Vargas Llosa y por mi desorganización y por lo de siempre. Desidia, de nuevo.

Terminada Babelia hice lo único que podía hacer. Retomé el libro blanco, y justo tocaba la carta que cita Rodríguez Marcos en el texto de hoy, fechada en Roma el 9 de diciembre del 53:

Hasta ahora Europa me ha invadido de tal manera que no me deja ser yo mismo. Todo el tiempo estoy siendo otras cosas, el paisaje, los cuadros, los olores, la felicidad. Te digo con enorme egoísmo que no me importa no escribir. Nunca creí en las “misiones” de los escritores, y entiendo que el escritor trabaja por las mismas razones hedónicas que el opiómano enciende la pipa o el violinista toca Bach. Y mi felicidad personal –tantos años retaceada, disminuida, ersatz-izada en la Argentina– me vale más que todo lo que pueda escribir. Si me pongo a trabajar, será para seguir siendo feliz, o para combatir alguna infelicidad.


Chispa a la potencia. Otra ventana para mi día. Leí la siguiente carta.

¡Chispa de nuevo! ¡Explosión! ¡El origen de las instrucciones! ¡¡Sí!! ¡¡De las instrucciones cortazarianas!!


El otro día se me ocurrió que si tengo tiempo y ganas, voy a escribir un
Manuel de instrucciones. Esto nació de que Aurora y yo habíamos ido a San Giovanni in Laterano para seguir explorando el museo… Noté, entre varias cosas notables, que vendían unos libritos con “instrucciones para subir la Scala Santa” y me pareció muy bien. Tan bien me pareció que me di cuenta hasta qué punto estamos huérfanos de buenas instrucciones para hacer cantidad de cosas importantes. Harían falta instrucciones para beber una tacita de café, por ejemplo, o para sentarse en una silla...


Para estas alturas de la noche yo ya veía puras señales de otro mundo. Habían sido demasiadas buenas vibras enviadas para mí. Y hay mucho más que decir. Antes, en días anteriores, Cortázar ya le había contado a Eduardo Jonquières el inicio de los cronopios, pero es también en esta carta, la primera que le escribió a su amigo en 1954 (el 15 de enero), donde encontré una gran definición de estos seres, que me hizo sonreír y sonreír:

Nos hicimos regalos de Navidad: Auro
ra recibió una otto veste que necesitaba, y yo un prodigioso calidoscopio. Este calidoscopio (300 liras en La Rinascente) me sirve entre otras cosas como pruebacronopios. Cuando viene alguien a casa yo le ofrezco en seguida el calidoscopio. Si se enloquece, salta por el aire, etc, lo proclamo cronopio. Si condesciende con una sonrisa de buena educación, lo mando mentalmente al corno. Te aconsejo que tengas uno. Te mostrará más cosas sobre una persona que el Rorschard...

Y así, pensando en esto, escribiendo de esto, se me ha hecho noche y madrugada y debo parar ya, para no darle espacio al insomnio, que todavía sufro, aunque tenga tanto que escribir para recordar, porque días como hoy tienen que ser recordados en los momentos bajos y oscuros. Tenía que escribirlo.

Y ahora que quiero terminar ya esta carta-post de mi día mágico, recuerdo otra cosa, y no puedo evitar sufrir un poquito. El día no podía estar completo sin lágrimas, siendo yo así, tan llorona como soy. Todo por aquél correo que recibí el último día de mi cumpleaños, que lei en mi cuarto piso en Ascao, Madrid, un correo que sólo la persona que más me conoce en este mundo podría haberme escrito. Tras unas líneas de felicitación, las más sentidas, sin duda, pero ya de las más lejanas para mí, un epílogo incrustado que ahora leo y que quiero pensar como el resumen de mi año, que afortunadamente todavía no termina y en el que tanto he visto, pensado, vivido… Y sólo él podría haberme recordado a Cortázar, sólo él…
***
Viajes

Cuando los famas salen de viaje, sus costumbres al pernoctar en una ciudad son las siguientes:

Un fama va al hotel y averigua cautelosamente los precios, la calidad de las sábanas y el color de las alfombras. El segundo se traslada a la comisaría y labra un acta declarando los muebles e inmuebles de los tres, así como el inventario del contenido de sus valijas. El tercer fama va al hospital y copia las listas de los médicos de guardia y sus especialidades.

Terminadas estas diligencias, los viajeros se reúnen en la plaza mayor de la ciudad, se comunican sus observaciones, y entran en el café a beber un aperitivo. Pero antes se toman de las manos y danzan en ronda. Esta danza recibe el nombre de "Alegría de los famas".

Cuando los cronopios van de viaje, encuentran los hoteles llenos, los trenes ya se han marchado, llueve a gritos, y los taxis no quieren llevarlos o les cobran precios altísimos. Los cronopios no se desaniman porque creen firmemente que estas cosas les ocurren a todos, y a la hora de dormir se dicen unos a otros: "La hermosa ciudad, la hermosísima ciudad". Y sueñan toda la noche que en la ciudad hay grandes fiestas y que ellos están invitados. Al otro día se levantan contentísimos, y así es como viajan los cronopios.

Las esperanzas, sedentarias, se dejan viajar por las cosas y los hombres, y son como las estatuas que hay que ir a verlas porque ellas ni se molestan.

***

¿Verdad que fue un día de oro? No hubiera podido dormir sin escribir, sin relatarlo tan largo, como una carta de antaño. Por eso, para no perder esto tan bonito, para rememorar lo vivido cuando ande a oscuras, escribo y escribo y escribo. También por eso ya tengo boletos de avión, para que estas ventanas que tengo abiertas no se cierren, para poder seguir siendo capaz de ver las señales del más allá incluso en la rutina más rapaz. Por eso me levanto temprano y me desvelo. Para mantener esto que siento. Por un día como hoy…

Repeticiones

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Un día, cuando estaba cepillándose el cabello frente al espejo, reparó en que esto ya lo había vivido. Así, de la nada lo recordó, en un día jodidamente normal, un día lleno de rutina y sin un solo soplo de viento refrescante. Y hasta la fecha había apuntado. La revelación ocurrió porque ella sabía hace años, cuando pasó, que en el momento en que tuviera que recordarlo no podría hacerlo sola, así que tomó una hoja en blanco y copió el poema. Luego pegó esa hoja en la pared con un pedazo de masquinteip, junto al espejo, en el lado izquierdo, para ser exactos. Sí, ese espejo que no había cambiado de lugar en por lo menos una década. Y ahora, en ese día, jodidamente mediocre, reparó en que la hoja seguía allí, pegada, maltratada y llena de polvo, pero pegada, junto a la única frase de Octavio Paz que se animó a escribir en la pared para que su padre no le dijera nada, porque su padre Odiaba con mayúscula a Paz, ese mamarracho que ayudó a Salinas y al PRI siempre, ese que compró el Nobel. Así, junto a "Merece lo que sueñas" estaba el poema, fechado el 23 de abril de 2002. ¿Por qué escribió el día exacto, si ella nunca repara en las fechas importantes? ¿Si hasta el cumpleaños de su madre se le olvidó este año por andar adolorida? No lo sé, pero volteó. Y recordó lo que el primer viajero importante en su vida le había dejado...

Esta barca sin remos es la mía.
Al viento, al viento, al viento solamente
le he entregado su rumbo, su indolente
desolación de estéril lejanía.

Todo ha perdido ya su jerarquía.
Estoy lleno de nada y bajo el puente
tan sólo el lodazal, la malviviente
ruina del agua y de su platería.

Todos se van o vienen. Yo me quedo
a lo que dé el perder valor y miedo.
¡Al viento, al viento, a lo que el viento quiera!

Un mar sin honra y sin piratería
excelsitudes de un azul cualquiera
y esta barca sin remos que es la mía.


CP

Y luego ahí, pegado como costra del recuerdo, en la misma hoja del primer dolor, un pequeño poustit amarillo, de quién sabe cuándo, pero ella recuerda que meses después. La continuación, renegando del primer sentimiento de abandono. Porque así era ella, renegaba hasta de sus decisiones más trascendentales, a pesar de estar segura de que eso lo había deseado así, sin dudas.

... Los verdaderos viajeros son sólo los que parten por partir; corazones ligeros, iguales a los globos, que nunca se separan de su fatalidad y, sin saber por qué, dicen siempre ¡Adelante!

ChB

Luego, en lo que quedaba del corto fondo amarillo, remató con un sentimiento, ése sí suyo: "¿Vale la pena morir por ti?". Sonrió cuando releyó, porque sabía que eso estaba ahí para recordarle que le gustaba más Francia que Tabasco, que el tiempo corría y que era mejor eso de la ligereza en una mujer, como diría Girondo, que un sinrumbo perpetuo. Sonrió a la que estaba en el espejo, desde muy adentro. Pero si ya lo había vivido, se dijo, mientras terminaba de cepillarse. Y ya me había contestado desde años atrás, pensó. ¿Para qué perdía el tiempo haciéndose preguntas si ya lo sabía? ¿Para qué llorar más? Le dieron fuerzas para vivir así como estaba un ratito más, aunque fueran muchos días, y pensó con corazón ligero, pensó en dónde había dejado el libro que le describía la avenida Tacna, su siguiente parada. Y no importaba que las fuerzas le duraran unas horas, un día. Lo importante es que eran sus fuerzas, sus fuerzas...

Porque me senté en esa banca...

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Aviones

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Hoy me escribiste. Me dijiste que estás feliz de ayudarme a cargar aunque sea unos días esta pesada losa de culpa, de recriminación, de desolación que niego a cada minuto. Yo sé que también puedo ayudarte, aunque sea con un abracito. Porque estamos en un limbo, tú allá y yo acá. Recibí tus líneas como oxígeno, porque tienes razón, yo tampoco sé cómo enfrentar que te extraño, que conjuro todo en ayer, por eso ya voy...